Más sobre la Galería I.A.

Por Yudi Kravzov

Extiendo mi brazo, tratando de llegar lo más lejos posible, y lo vuelvo a sumergir. Cada vez que toco el agua, giro mi muñeca hacia adentro. Primero entra mi pulgar, luego mi índice, y después, toda mi mano. Regreso mi muñeca a su lugar. Remo con la palma entera, y todo mi brazo empuja el agua. Mi otro brazo hace lo mismo, y cada tres brazadas tomo una buena bocanada de aire. En lo único que pienso es en jalar agua, tengo que jalar más agua. 

La clausura de la exposición de Thibault Barrère en la Galería Irma Appel prometía intimidad. El retrato en vivo sorprendería a los presentes, y nos llevaría a una época en la que la fotografía no existe. Juntos crearíamos el espacio ideal para que el artista compartiera sus procesos, temas y composiciones. Los objetivos serían entender las historias que lo hacen ser, y adentrarnos en su discurso provocador, inspirado en mitos, parábolas y filosofías. 

Decidí preparar la tarta de manzana que me enseñó a hacer mi abuela. El caramelo se chorreó adentro del horno, y tuve que limpiarlo antes de que se enfriara por completo. Fue entonces cuando me quemé la parte interior de la muñeca.

Ahora, mientras trato de concentrarme en avanzar empujando el agua, me doy cuenta de que la quemadura fue un aviso. 

Entre emocionada y tensa, una vez en la galería, me propuse ser yo la que posara para el retrato en vivo.

En cuanto me senté frente a Thibault, mis ojos y los suyos conectaron de inmediato. Percibí cómo buscaba mis expresiones culturales de origen sagrado, y los discursos íntimos de mi ascendencia. Su idea de que la muerte es el alivio de muchos estaba presente cuando estudiaba mi rostro para plasmarlo en su composición. Sí, Thibault Barrère se movía de época, y ante mis ojos, se convertía en un ser imaginario, que entre tradiciones y leyendas, dialogaba con mi estirpe, entraba en mi universo, y tocaba mi origen en el mundo. Cada una de sus pinceladas captaba la fuerza del ímpetu ancestral que se me ha ido transmitiendo de generación en generación. ¿Quién hubiera imaginado que esa conexión tan maravillosa podría existir?

Sentí a mis abuelas emerger y me transformé en ellas. Mi fuerza interior brotaba como si fuese un volcán en erupción, que, en pleno calor de mayo, imploraba por lluvia. Comencé a hervir hasta que me sentí abatida. Estoy segura de que Thibault lo notó, porque, tratándome con naturalidad, me fue tranquilizando. Preguntó por la quemadura, y le señalé la tarta de manzana. Dijo que le encantan los postres caseros que llevan fruta. Poco después, halagó mi vestido, y me trajo al presente, haciéndome reír, hasta que me sacó la receta de la tarta de mi abuela.

En la noche, soñé que estábamos todavía en la Galería, en ese lugar donde todo es posible. Mis abuelas y yo posábamos para la mirada barroca de Thibault Barrère. Su goce era el nuestro, y era un delirio verlo danzar entre pinceladas. La belleza de su mirada traviesa, jugando con nosotras, se me desvanecía en la imagen. 

Al despertar, sentí la presencia de mis abuelas en la piel. Por más que las quise retener, ellas me fueron soltando. 

Para dejar de pensar, me metí a nadar. Las lágrimas se esconden bien en un rostro mojado. Exhausta, me apoyo en la orilla, y recobro el ritmo de mi respiración. Inhalo, exhalo, y a pesar de todos mis intentos, irremediablemente, mi cabeza y mi corazón, se vuelven a transportar a esa tarde, a ese sueño.

arte.irmappel@gmail.com