Por Rodrigo Díaz Guerrero
Conocí a Óscar Martínez Heredia (Ciudad de México, 1971) hace casi dos décadas, recién arribé a San Miguel de Allende por primera vez. A través de estos años he sido testigo —como muchos de los que habitamos el pueblo— de su trabajo y de sus pasiones, de su carácter amable y singular, de su carisma. Mucha de su obra, como bien sabe quien haya seguido su trayectoria, es el estudio expresivo, psicológico y emocional de las personas, que derivó en un cuerpo de obra de más de siete años de autorretratos; materia prima para que, en colaboración con el cineasta Lorenzo Shapiro, naciera el galardonado cortometraje “Oscar”, que incorpora 350 de sus autorretratos, y cuyo film se presentó en más de una docena de festivales de cine en todo el mundo, entre ellos el Festival de Cannes (Francia), el Festival de Cine Independiente de Nueva York (Estados Unidos), el Festival de Cine del Nuevo Renacimiento (Holanda) y el Festival de Cine de Khorshid (Irán). Cabe decir que la música en el cortometraje es autoría del propio Óscar (Darbuka, carbón, tabla, cajón, acuarela, gouache, flamenco y jazz). Platicamos brevemente con él sobre sus quehaceres y las ideas que lo motivan.
RDG: Se dice que los autorretratos son una declaración de intenciones, una manifestación del sentir y modo de ser desde la intimidad. ¿Qué nos puedes decir de esto, qué reflexiones te movieron para hacer esa gran serie de autorretratos?
OMH: Los autorretratos me permiten ver desde el exterior, enfrentarme a mí mismo, experimentar con diversos y variados materiales, exponer mi vulnerabilidad. En el proceso de realizar mis autorretratos diarios sentí que faltaba algo, cuando contemplaba un dibujo estaba satisfecho, pero veía el siguiente y sentía la necesidad de ir más allá y encontrar algo que les diera continuidad, que los conectara. No se trataba de uno sino de todos, fue entonces cuando me di cuenta que había creado un vasto registro de dibujos y fue un archivo en constante crecimiento que me inspiró la idea de animarlos. Así comenzó este experimento que por fin pude ver cómo cada emoción y expresión se pudo fusionar gradualmente creando una transformación continua y fluida, logré una continuidad a mis autorretratos como reflejo de la propia vida.
También en este gran proceso descubrí que la música jugaba un papel fundamental en esta experiencia y sentí la necesidad de crear mi propia música, utilizando sonidos de un estudio de pintura, crujido del carboncillo al hacer un trazo, el ritmo de una goma al borrar, el sonido de un lápiz haciendo garabatos con diferentes ritmos en un cajón que en armonía, con los cambios de expresión de los autorretratos, agrego una capa adicional de emoción, cada sonido y ritmo se entrelazaban con las imágenes en movimiento generando una experiencia multisensorial. Fue un proceso que me permitió ir más allá de la estática del papel y explorar las infinitas posibilidades de la expresión.
RDG: Sabemos que ahora estás muy activo con un proyecto de Son Jarocho. ¿Qué te motivó a dar ese salto de la pintura a la música?
OMH: La música siempre me acompaña y estudiarla lleva tiempo, es difícil como músico y pintor, pero no imposible. La música del Son me ha abierto la posibilidad de sentir y entender muchas conexiones con otros ritmos y culturas que es uno de los proyectos donde retomo la pintura. La conexión con otras músicas en el Son se refleja en los instrumentos como la jarana requinto o leona y son primos de otros instrumentos como la guitarra barroca, el laúd y algunos instrumentos del norte de África y que se tocan con cuerno toro. Los instrumentos hechos a mano tienen una meticulosa atención a los detalles, el uso de maderas especiales se combinan para producir instrumentos únicos con un color especial en la arquitectura del sonido que despiertan en mí un interés especial en la Luthería y llama mi atención como verdaderas esculturas vibrantes y sonoras.