Por Sheryl Losser
Si vives en Ciudad de México, San Miguel de Allende o Mazatlán, hay un teatro en tu ciudad que le debe su nombre a Ángela Peralta. Si vives en otras ciudades importantes de México puede que alguna calle o avenida lleve su nombre –probablemente cerca de un teatro o centro para las artes. En julio de 2021, durante su 175 aniversario, Google le rindió homenaje mediante un Doodle. ¿Pero quién era ella?
Ángela Peralta –cuyo nombre real era María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta y Castera– nació en el barrio de las Vizcaínas en Ciudad de México en 1845. Logró romper las barreras sociales del rígido México de la segunda mitad del siglo XIX y se convirtió en una cantante de ópera reconocida internacionalmente. Su carrera fue corta –murió a los 38 años– pero fue intensa y turbulenta.
Sus orígenes eran humildes y sus ancestros eran indígenas, pero su talento operístico fue descubierto a temprana edad. Así, recibió una buena educación y un tutor musical –un tipo de educación e instrucción que en aquellos tiempos normalmente se reservaba para las hijas de la élite.
Cuando tenía tan solo ocho años de edad, cantó en una reunión la cavatina (un aria operística corta) del compositor italiano Gaetano Donizetti, parte de su “Belisario”. Peralta impresionó a su audiencia mediante su extraordinario talento.
Los dones prodigiosos de Peralta llamaron la atención del maestro Agustín Balderas –quien se volvería su maestro de canto– y aquella pudo entrar al Conservatorio Nacional de Música para continuar con su educación.
En 1860, Balderas se atrevió a presentar una ópera interpretada por primera vez por un ensamble completamente mexicano en el Teatro Nacional, la sala de ópera más reconocida de la Ciudad de México. Balderas le dio a Peralta –de tan solo quince años– el rol principal de Leonora en “El trovador” de Giuseppe Verdi. El debut de Peralta fue recibido con aclamación del público y marcó el comienzo de su carrera que duraría 23 años.
Un año después, patrocinada por un rico mecenas, Santiago de la Vega, Peralta viajó con su padre a Italia –la cuna de la ópera– para continuar con su instrucción musical. En 1862, con tan solo 17 años de edad, Peralta se convirtió en la primera persona mexicana que cantara en La Scala en Milán. Su interpretación en la ópera trágica de Donizetti, “Lucia di Lammermoor”, fue algo tan impresionante que recibió 23 ovaciones de pie.
Después de su exitoso debut en Milán, Peralta comenzó una gira por Italia y el resto de Europa, cantando en algunas de las más prestigiosas salas de ópera del mundo: Roma, Turín, Florencia, Génova, Nápoles, Barcelona, Lisboa, Madrid, San Petersburgo y El Cairo.
Peralta no era una mujer atractiva, pero el expresivo timbre de su voz y el rango de sus cuerdas vocales hicieron que sus admiradores crecieran por montón.
En Italia se le llegó a reconocer como angélica di voce e di nome –“angélica de voz y nombre”. El resto del mundo la conocía como “el ruiseñor mexicano”. Cantó para las élites de Europa, para reyes y para el papa Pío IX.
Después de tres años de gira, se le pidió que regresara a México a petición del emperador Maximiliano I y su esposa Carlota (princesa de Bélgica), para cantar en el Gran Teatro Nacional. En aquellos tiempos, la pareja real la honró con el título de “cantante de cámara imperial”.
Después de su interpretación en México, regresó a Europa –haciendo una parada en La Habana, Cuba y Nueva York– para después seguir a Madrid, en donde se casó con su primo, Eugenio Castera.
El matrimonio con su primo no fue aceptado por la sociedad europea y probablemente fue el detonante que iniciara su caída en desgracia.
Peralta no era tan solo una reconocida cantante de ópera, sino también compositora, arpista y una excelente pianista. Después de su matrimonio con Castera, Peralta dejó las giras por un tiempo y pasó tres años componiendo canciones y piezas para piano –con el tiempo llegó a fundar su propia compañía de ópera.
Pero el esposo de Peralta batallaba con su salud mental, y eso los llevó a un matrimonio infeliz. En 1876 Peralta lo internó en un hospital psiquiátrico en París, donde moriría. Después de su muerte, ella regresaría a México, donde continuaría con su carrera operística.
Mientras residía en México, comenzó un romance con su representante musical, Julián Montiel y Duarte, un reconocido emprendedor y abogado. Mientras tanto, su dominio del estilo operístico italiano llamado bel canto conquistaba audiencias, por lo que recuperó su reputación como cantante de ópera.
Sin embargo, su romance con Montiel y Duarte causó un escándalo en las élites sociales y religiosas de Ciudad de México, por lo que llamaron a boicotear sus presentaciones. Las élites estaban tan indignadas con el romance de Peralta, que contrataban a gente para que fueran a interrumpir sus presentaciones, lo cual hizo imposible que continuara con su trabajo en escena.
Impertérrita –Peralta era ahora una mujer de negocios, dueña de su propia compañía de ópera–, diseñó una gira por las ciudades más importantes del norte de México, en donde su compañía podría presentarse. En 1883 salieron de gira y Peralta prometió nunca volver a cantar en Ciudad de México –una promesa que mantuvo por el resto de su corta vida.
En el puerto de Mazatlán, su compañía de ópera fue recibida por una entusiasta multitud de sus seguidores, quienes la cubrieron de flores y admiración. La alegría que esto le causara, no obstante, fue fugaz.
Peralta y 76 de sus intérpretes –de una tropa de 80–, contrajeron la fiebre amarilla –una epidemia que azotaba a Mazatlán en aquel entonces. Se vio postrada en su cama en el Hotel Iturbide, justo a un lado del Teatro Rubio, en donde iba a presentarse.
Tres días después, a la edad de 38, Peralta y casi toda su compañía murieron a manos de la fiebre amarilla. En su lecho de muerte contrajo nupcias con Montiel y Duarte, y tan enferma se encontraba, que tan solo pudo asentir sus votos matrimoniales.
En 1943, el Teatro Rubio fue nombrado el Teatro Ángela Peralta en su honor. El Hotel Iturbide, donde murió, es ahora una escuela para las artes.
Aunque su vida personal fue tumultuosa, Peralta fue una intérprete prolífica que se ganó el reconocimiento internacional –y se volvió la más renombrada soprano en la historia de la ópera. Interpretó su famoso rol como Lucia en “Lucia di Lammermoor” 166 veces y su rol como Amina en “La sonnambula”, de Vincezo Bellini, 122 veces. Desde temprana edad consiguió vencer los prejuicios de las clases altas, quienes consideraban a la ópera como una actividad exclusiva de las clases adineradas y educadas. Peralta le abrió las puertas a muchas mujeres que emularían su ejemplo. Después de su muerte, recobró su reputación y respeto. En 1937 –más de cincuenta años después de su muerte– fue exhumada y sus restos fueron llevados de Mazatlán a la Rotonda de los Hombres Ilustres en el Panteón de Dolores en Ciudad de México, donde su memoria pervive junto a la de otros personajes famosos como Diego Rivera, el compositor Juventino Rosas y la poetisa y feminista, Sor Juana Inés de la Cruz.
Sheryl Losser solía ser ejecutiva de relaciones públicas e investigadora profesional. Pasó 45 años en la política en Estados Unidos. Se mudó a Mazatlán en 2021 y trabaja a medio tiempo como investigadora y escritora independiente.
*Este fragmento fue publicado con autorización. Para continuar con su lectura, siga el siguiente link de Mexico News Daily.