Un taller de papalotes

Por Yudi Kravzov

Todo se armó en una de las mesas de El Vergel. Oscar, Susan, Norman, Felipe, mi madre y yo, en una tarde de lluvia, peleándonos la palabra y riéndonos a carcajadas, no me puedo acordar bien ni de qué. 

Hablamos sin parar del poder curativo del arte, de las soluciones de vida creativa. De la conciencia sobre la naturaleza y la conservación ecológica. De las antiguas tradiciones culturales, las actividades artísticas y las mejoras en la interacción social. De la recuperación del trauma bajo la guía de un terapeuta. La reverencia por la tierra. La profunda apreciación cultural y de cómo generar autoestima para mejorar la calidad de vida del ser humano en la tierra. 

—Además, el papalote es un símbolo de libertad, diversión, energía. Es un juguete apreciado en todo el mundo. 

—Vamos a hacer una propuesta. Un taller. Crear ”PAPALOTES”. Pintar el tuyo.

—Exacto. El papalote va a ser el producto que genere recursos para estructurar proyectos de EMPEZARTE y así…

—Crear un espacio, donde invadidos por el disfrute del artista los niños, las niñas, puedan conocer a Toledo mientras hacen su papalote… 

—… y hablar de la riqueza cultural mexicana…

—… identificar, hasta definir, por qué no, la simbología utilizada por el maestro Toledo.

Además —dijo Oscar— la propuesta con estos papalotes también va con material de desecho.

—Y que se expongan y se vendan los kits para hacer papalotes en varias sedes en San Miguel. 

—Cuenten con la “Galería Irma Appel” —saltó mi madre con una espontaneidad efusiva, colmada de un orgullo especial que nos mató de risa a todos—. Ella acertando, dando ideas. Escuchándonos a todos, sin ganas de perderse nada, cuando de pronto, llegó el mensaje de mi tía Rosa, con un doloroso: “mi hermana acaba de fallecer”. Me quedé en pausa. Todo se detuvo.

Cuando volví al mundo, mi madre, a unos cuantos metros me preguntaba con señas: ¿Qué pasó? Yo con señas le dije —nada—. Rápidamente, ella volvió a integrarse y yo con la mano en el corazón, me sentí una roca.

A mí madre le di la noticia con calma la mañana siguiente. Entre suspiros, le hablaba de la noche anterior para mezclar el gozo de creatividad bullente cuando la irreparable pérdida de mi tía la marchitaba de más.

Mientras escribo estas líneas imagino a mi tía viéndome crear un espacio en el mundo donde siete papalotes de Toledo vuelan sobre una sala llena de libros infantiles. En un extremo de la mesa: la sección de manualidades, niños y niñas arman papalotes bajo una foto grande del Maestro Francisco Toledo: su obra, su vida y su arte. 

—Mamá, no sabes lo que se me acaba de ocurrir —bajo rápido las escaleras y la encuentro sentada en el comedor, con una expresión triste en la cara, con la mano derecha en el corazón y con la izquierda jugando con una cuchara.