Abrazos sanmiguelenses

Por Adriana Méndez Acosta

—Buenas tardes.

—Hola, ¿qué tal?… ¡Yo las conozco! 

—Mhmmm… ¿De dónde?

Las pupilas de las dos distinguidas señoras me miraban con curiosidad.

—¿A qué se dedican?

—Yo soy pintora.

—Yo, tenista.

Me la pusieron fácil. Rápidamente ubiqué dónde las había conocido. Hace algunos meses fui a desayunar, con mi amiga Tere, a Luna de queso. Mientras platicábamos se acercó una mujer y se sentó junto a nosotras. Laura es una de esas personas a las que volteas a ver por su porte, por su estilacho. Sus facciones suaves están enmarcadas por un corte de pelo moderno y por unas de las canas más bonitas que he visto. Su pelo fue el pretexto para iniciar una conversación con ella. Era obvio que jugaba tenis. Traía el atuendo completo. Mientras platicábamos, sentí un poco de nostalgia. Recordé una de mis vidas pasadas: mi etapa de señora de club en la que me vestí, durante varios años, igual que ella. 

A Maru —cuyas canas no cantan nada mal las rancheras— la conocí hace alrededor de un mes en Sisal, una tienda de decoración y galería de arte, dentro de La Aurora. Me la presentó Rosy, que generosamente me prestó algunos muebles para una casa muestra de Alborada. Estábamos escogiendo las piezas cuando llegó Maru a saludarla. 

Ambas mujeres, que además de buen pelo tienen buena vibra, me invitaron a sentarme en su mesa mientras llegaba mi amiga Evangelina, con quien había quedado de comer. Me parecieron simpáticas e inteligentes. Fue un encuentro casual y muy afortunado. Resultó que Laura y Evangelina son vecinas, coincidencias comunes de esta pequeña ciudad. Nos sentamos en la mesa contigua, así que durante la tarde hicimos comentarios de mesa a mesa y en un par de ocasiones levantamos las copas para brindar. Al finalizar la tarde intercambiamos teléfonos.

Pasamos una tarde muy agradable y comimos delicioso en el recién estrenado restaurante insertado en el Viñedo Patria. Pedimos unos pastelitos de cangrejo y una ensalada con alcachofa. Todo para chuparse los dedos. 

Fuego y Agua es uno de los cinco restaurantes que ha abierto Miguel durante los últimos siete años. Llegó a vivir a esta ciudad junto con un equipo de personas con quienes armó una especie de cooperativa restaurantera. Lo conocí cuando estaban montando el primero: Mi Bistro 300, en la calle de Quebrada. 

En ese entonces yo estaba remodelando una casa muy cerca, en el centro, en la calle de Pila Seca. Los visitaba asiduamente para comer y platicar. Siempre fueron muy amables conmigo. Recuerdo que él y sus socios del restaurante me ayudaron en varias ocasiones con asuntos relacionados a la construcción. Me dieron ideas, me prestaron materiales y poco a poco nos hicimos amigos. Son personas buenas y arrojadas. Dejaron sus trabajos en la Ciudad de México para emprender en San Miguel de Allende. Sus menús son creativos y consiguen algo bastante difícil: el equilibrio entre precio y calidad. Conocen los pormenores de su negocio: ingredientes, cocina y buena atención. Sus años de experiencia, su sonrisa en la boca y sus ganas de trabajar han atrapado los paladares de locales y visitantes. 

—Hola, Adriana, ¿cómo estás? 

Te llamo porque te quiero invitar a mi festejo de cumpleaños. Vamos a ir a comer al Sollano 18 varias amigas y yo. Ojalá puedas unirte al grupo, la vamos a pasar padre.

Me sentí contenta y halagada por la invitación de Maru. Compartí una tarde muy divertida en una terraza con una de las vistas más bonitas de la parte antigua de la parroquia. Conocí a un grupo de mujeres felices que han ampliado su horizonte en este pequeño rincón del mundo. Mujeres que hablan de sus proyectos mientras su mirada se ilumina y en sus labios se dibuja una sonrisa. Afortunadamente, por estos lares, este tipo de ejemplares y de experiencias pululan. Me senté junto a Sofía, a quien ya conocía porque soy clienta de su boutique. Traía puestos unos lentes con mucha onda que me prestó para la foto del recuerdo. 

Una vez más me sentí abrazada por San Miguel. Recordé que este mágico lugar me ofreció una oportunidad para reinventarme; me regaló una nueva vida en la que me siento feliz y segura. Me he descubierto como empresaria, y estoy en proceso de desarrollar dotes de acróbata, escritora y bailaora de flamenco… y de salsa. ¿Y por qué no? Los cincuenta y siete, o cualquier edad, son perfectas para dar los primeros pasos hacia nuevos proyectos.

A ti, ¿qué te ha regalado San Miguel?