Por Alejandro Angulo
¿El cambio climático es sólo un aumento de la temperatura y mayores partículas?, o ¿también afecta a los alimentos? Ya hoy en día se empieza a vislumbrar como efecto sinérgico del cambio climático la crisis de seguridad alimentaria y ello se debe, entre otros factores, a las sequías y al aumento de la temperatura que afecta la temporada de cosechas. De lo anterior se infiere una disminución de alimentos en el plano global, lo cual, como ya se observa, repercute en el incremento de los precios de los alimentos.
La clave para entender esta relación entre cambio climático y seguridad alimentaria se encuentra en el factor agua, ya sea porque escasea o porque genera inundaciones.
No obstante, la temperatura también incide directamente al provocar desfases en la floración o para la producción de frutos, tal como ya sucede en las plantaciones de café. En la sierra de Querétaro, donde se produce café, el cambio climático ya ha mermado cerca del 30% la producción a los pequeños productores locales.
Pero esta relación entre cambio climático y seguridad alimentaria no sólo es unidireccional, pues a decir verdad, el sistema alimentario del planeta es responsable de cerca del 26% de las emisiones de gases de efecto invernadero y del mayor consumo de agua (entre el 70 y 80%).
De acuerdo con los estudios recientes de la Universidad de Leeds (2019), se estima que para el 2050 puede haber 2,500 millones de personas en condiciones de inseguridad alimentaria y alrededor de 1,600 ciudades en el mundo estarán en dicha situación.
Para México, productor de maíz, según Ureta C. y otros (2020), el rendimiento que ahora es de 6 a 8 toneladas por ha, va a disminuir drásticamente de 0.75 a 1 tonelada.
Ahora que se conoce más de esta interrelación entre agua y seguridad alimentaria, ya se empezará a medir en conjunto dentro de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT).
Pues bien, en una era fundamentalmente urbana, el tema de seguridad alimentaria es importantísimo, y en consecuencia, se precisa de cambiar o reestructurar los sistemas alimentarios y considerar opciones alimentarias alternativas, como los huertos urbanos.
Los problemas entre el cambio climático y la alimentación no son más que una manifestación de una crisis socioambiental.
Pensar que la superficie agrícola en el medio rural es la solución es un error, pues cada día se demandará más alimentos frente al crecimiento poblacional y la frontera agrícola no podrá ampliarse por dos razones: el abandono de su población y porque no es viable aumentar la superficie agrícola a costa de zonas ecológicas, pues alteran a los ecosistemas naturales y su biodiversidad. Por tanto, el concebir una producción en contextos urbanos se antoja como alternativa y con mejores beneficios ambientales, pues se reducirían las distancias de traslado (huella ecológica), la energía para conservar los alimentos y los precios.
En el municipio de Querétaro existe un valioso ejemplo de huerto urbano comunitario llamado Zona Viva, pero además el propio municipio, a través del Instituto de Ecología y Cambio Climático, va por el segundo año consecutivo en financiar a grupos de ciudadanos que desean instalar sus propios huertos urbanos (que incluye capacitación, semillas y sistemas ahorradores de agua).
Pero se necesita voltear la vista a otras medidas que habrá que impulsar, como los mercados destino locales, es decir, que la gran cantidad de micro, pequeños y medianos negocios de comida pueden ser abastecidos por la producción local de alimentos, y por otra parte, hay que apoyar los esfuerzos actuales e incrementarlos, de los llamados mercaditos, para acercar los productos a los ciudadanos.
Producir localmente en huertos urbanos, potenciar los mecanismos de comercio local y abastecer a los negocios locales son en su conjunto medidas alternativas viables, sostenibles y de impacto social.
Además el municipio, en el Parque La Barreta, ha iniciado la creación de tres islas de “farmacias vivientes”, las cuales consisten en la interacción que se establece entre los seres humanos y las plantas medicinales, a través de un proceso de reproducción equilibrado en un espacio, tiempo y ambientes determinados. Se define también como un conjunto de especies establecidas en un lugar preciso y que son aprovechadas racional y permanentemente por los seres humanos, para prevenir o curar enfermedades.
La Farmacia Viviente es un recurso didáctico, porque las plantas medicinales que se establecen en cultivo permiten un proceso de enseñanza-aprendizaje intrafamiliar e interfamiliar, grupal o comunitario. La Farmacia Viviente constituye una valiosa alternativa para el cultivo in situ de plantas medicinales para evitar el cambio de vocación de la tierra y su degradación. Además, es definida como un conjunto de especies establecidas en un lugar determinado, sea en el medio urbano o rural; de manera colectiva o individual, inducida o silvestre, con la finalidad de aportar sus propiedades curativas, procurando al mismo tiempo su cuidado y reposición, donde deben existir plantas con doble o triple propósito, es decir, que además de tener propiedades medicinales también funcionen como plantas de ornato o alimenticias, como la buganvilla, árnica, mercadela, sábila, tejocote, epazote, menta, tomillo entre otras.
Para finalizar, diremos que producir localmente en contextos urbanos se traduce en combatir el cambio climático al reducir la huella de carbono, y que promueve la adopción de Ecotecnias que optimizan el espacio, la energía y el agua. Por otro lado, al impulsar los mercados con productos locales se beneficia a los ciudadanos en su alimentación y salud y en la economía de los productores locales.
Asimismo, hay que promover el consumo de productos y subproductos locales con alto contenido alimenticio (de calidad orgánica) y de impacto positivo en la salud como el mezquite y sus mieles, el garambullo en aguas y mermeladas, y el orégano del semidesierto, todos ellos con excelente capacidad adaptativa ante el cambio climático.
Producir, comercializar y consumir los productos locales.