Los Acuerdos de la COP 15 de Diversidad Biológica o con lo poco que nos conformamos

Por Alejandro Angulo  

Ya finalizó la conferencia de las partes sobre Diversidad Biológica o biodiversidad, realizada en Canadá. Y aunque un poco mejor de la COP de Cambio Climático, no se lograron grandes acuerdos, pero se reconoció que, de las metas antes planteadas, ninguna se cumplió, por el contrario, se profundizó en el declive mundial de la biodiversidad.

El acuerdo tan cacareado de plantearse como meta conservar el 30% —ya no el 50%— de los ecosistemas terrestres y marinos para el 2030, en verdad nos revela: las bajas expectativas para el futuro inmediato; la pérdida de eficacia y confiabilidad de las instancias internacionales y sus mecanismos para cambiar la actual crisis mundial de la biodiversidad; la complejidad para construir mejores acuerdos de las partes; y la sujeción de los organismos internacionales y sus políticas a la dinámica económica mundial.

Se enfatizó mucho el compromiso de financiamientos millonarios, pero falta ver que se cumplan, pues como ya sucedió con los acuerdos para el cambio climático en este terreno, no se logró concretizar el financiamiento de los principales países responsables de las emisiones.

Pero hay algo muy rescatable que se establece en la Meta 19 son los siguientes incisos:

c) Movilizar financiación privada, promover la financiación combinada, aplicar estrategias para recaudar recursos nuevos y adicionales, y alentar al sector privado a invertir en diversidad biológica, incluso mediante fondos de impacto y otros instrumentos.

d) Estimular sistemas innovadores como el pago por servicios ecosistémicos, bonos verdes, compensaciones y créditos para la diversidad biológica, mecanismos de participación en los beneficios, con salvaguardias ambientales y sociales.

Sobre todo, en el inciso d), sobre los pagos por servicios ecosistémicos y las compensaciones. Lo cual se puede articular desde la esfera internacional, pero sobre todo en el quehacer cotidiano que le compete a los gobiernos locales, en donde se traza la toma de decisiones con respecto a autorizaciones, permisos o licencias que transforman, modifican y/o degradan la biodiversidad, con énfasis en los contextos urbanos, donde los cambios suceden con gran velocidad y magnitud.

Dicha conceptualización se basa en la corresponsabilidad que se tiene que asumir por los actores involucrados en dichos procesos transformativos, pero también tiene un punto de partida ya explorado con anterioridad, que no es otra cosa que las externalidades negativas ambientales, por los impactos de la acción antropogénica, principalmente por el desarrollo, crecimiento y expansión de las urbes, en donde ya se concentra la mayor parte de la población.

Estos dos elementos son claramente indicativos, imperantes y de pleno cumplimiento para abonar a los esfuerzos societarios, a fin de contener la trayectoria de colapso, aunado a otros de los grandes retos como el cambio climático, la crisis del agua, la generación e invasión contaminante de plásticos y microplásticos, la degradación y pérdida de fertilidad de los suelos y la contaminación en los alimentos.

Aunque no es nuevo, ahora ya se emparejan los objetivos con un tema central, la de la salud de la población, pues las enfermedades van en pleno incremento, y con grandes impactos en las finanzas públicas y en los bolsillos de los ciudadanos. Ahora estamos frente a sociedades enfermas, a pesar de los logros de la modernidad, la tecnología y avances científicos.

Sin duda, en el año que se avecina será imprescindible la voluntad individual, el orden mediante disposiciones regulatorias, gravámenes ambientales, aranceles internacionales de corte ambiental e instrumentos económicos ambientales tales como los fondos de impacto como se menciona en el inciso c) descrito líneas arriba.

Por muchos años se apostó a la voluntad individual para cambiar el estado actual de la situación crítica ambiental, pero como era de esperarse, hoy en día la locura llamada “ecocidio”, que domina en todos los planos, arrasó con cualquier buena voluntad y deseos, y es que la locura bañada de tinte egosintónico (ideas o impulsos que sólo son aceptables para el yo), es más fuerte que la ambición de hacer bien las cosas y para los demás. Por ello, una sociedad debe regirse por normas y reglas sin distingo, para ser observadas por todos los ciudadanos, a fin de lograr enfatizar el bien común, y no solamente el interés personal.

Revertir o al menos contener el actual desorden ambiental exige una mayor intervención de las instancias gubernamentales, encargadas de garantizar el bien de toda la sociedad. La idea de “menos gobierno” está llegando a su fin al igual que aquella otra de que “el mercado lo resuelve todo”, si es que no nos alcanza primero el colapso, que incluirá, sin duda, a quienes se han beneficiado económicamente del ecocidio.

Ahora es tiempo de políticas públicas con base en la ciencia, no en la ocurrencia, ni en el mercado. Es tiempo de construir y aplicar políticas públicas para el beneficio de toda la sociedad y sobre todo, del medio ambiente.

La inversión pública y privada en cuestiones ambientales ya no se observará como un gasto inútil, exagerado, infructuoso o de poco impacto social, por el contrario, será ahora no necesario, sino imperante, pues lo que está en juego es la supervivencia de la vida misma, será una condición indispensable para el desarrollo económico y el bienestar social.

La Biodiversidad no es algo ajeno al ser humano, por el contrario, es parte de ella, y se sirve de todos sus bienes y servicios ecosistémicos, como la remoción de contaminantes que afectan nuestra salud, la captura de CO2, la infiltración de agua sin la cual, como se ha visto en las recientes crisis en algunas ciudades, es muy grave, o bien, ahí tenemos la pandemia del coronavirus que aún no cesa, o la crisis alimentaria y los alimentos sumamente contaminados y de pocos nutrientes que nos enferman de manera silenciosa como la diabetes.

La Biodiversidad la componemos todos y todo lo que existe en el planeta. Sin ella, no somos nada.