Por Alejandro Angulo
Nos encontramos en un momento determinante para construir el imaginario urbano del futuro próximo de las ciudades en México. Sin lugar a dudas, dicho imaginario urbano debe considerar la dimensión ambiental en varios rubros, como la eficiencia energética y el uso de energías renovables, la gestión de los residuos desde un enfoque de economía circular, la movilidad de bajas emisiones de carbono basado en el servicio público masivo, la naturalización de la ciudad y restablecimiento de la biodiversidad y jardines polinizadores, los reservorios de carbono, el tratamiento de las aguas residuales y su reutilización, un equilibrio entre la baja y alta densidad, la protección de zonas estratégicas para la recarga de agua en los acuíferos, la restauración del suelo en las zonas de aprovechamiento agrícola, la mitigación del ruido en las zonas de uso mixto, el impulso de espacios públicos para huertos urbanos y farmacias vivientes y la disminución de contaminación lumínica provocada por espectaculares y anuncios.
Todo ello nos lleva a pensar que no es posible abordar por separado cada uno de ellos, sino por el contrario, hay que concebirlo desde una perspectiva sistémica.
Las ciudades han sido siempre protagonistas del desarrollo de las civilizaciones, y más aún hoy, cuando la humanidad ha comenzado a ser urbana. Con miras al futuro cercano, es crucial definir un marco conceptual para desarrollar estrategias concretas y fundamentadas para operar en las ciudades. Confrontando directamente con las concepciones hegemónicas urbanas, positivistas y deterministas, ahora se trata de reconstruir el concepto de “urbanidad” desde el enfoque sistémico, entendiendo la ciudad como un sistema complejo lejos del equilibrio, estocástico y abierto a su entorno, en el que el sinecismo (la intensidad y variedad de intercambios de recursos e información entre diferentes actores) es clave para desarrollar la condición urbana.
Aunque las ciudades son algo casi tan viejo como la humanidad, la disciplina de los estudios urbanos tal como la conocemos hoy tiene sólo algo más de un siglo de existencia. Quizás es demasiado apabullante la evidencia de que los problemas que se pretendían resolver en las ciudades no hacen más que crecer y ganar en complejidad e importancia. Es evidente la frustración al ver que los estudios destinados a conocer y diagnosticar la ciudad y las herramientas de planificación derivados de ellos producen daños colaterales (dependencia del transporte privado, pérdidas de suelo rural periurbano, expulsiones, gentrificación) e incluso llegan a acrecentar los factores negativos que debían reducir o eliminar (mayor huella de carbono, mayor segregación social y económica). A pesar de todo el esfuerzo y recursos invertidos, la brecha entre la ciudad planeada por los urbanistas y la ciudad construida que vemos cada día aumenta más y más.
Los orígenes del planeamiento urbano moderno están en los procesos de urbanización acelerados que ocurrieron en Europa desde mediados del siglo XIX y hasta principios del siglo XX: Ante la evidencia de que la “mano invisible” del mercado no ordenaría “naturalmente” este crecimiento, se realizaron esfuerzos sin precedentes para organizar ambiental y socialmente ciudades de una magnitud nunca antes alcanzada, cuyo nivel de congestión era señalado como la causa de todos los problemas que emergían en los crecientes centros urbanos: las medidas que estructuraban las políticas urbanas apuntaban, por un lado a controlar físicamente el crecimiento, logrando la descentralización de la población y segregando usos y, por otro, evitar el hacinamiento, disminuyendo la densidad edilicia y habitacional, y estableciendo nuevos estándares espaciales de ocupación del suelo y dimensiones de locales habitables.
El enfoque determinista presentaba la ciudad como un mecanismo que funcionaba de acuerdo con criterios fijados de forma apriorística y externa, en un proceso de diseño que define excluyentemente su forma de operación, y que no deja lugar al “informalismo” o el azar; la ciudad era una construcción física que podía organizarse con éxito -diseñarse- a fin de controlar, modificar o promover determinados procesos sociales y productivos.
Las tendencias emergentes en planeamiento urbano contemporáneo proponen una ruptura con las líneas conceptuales y operativas hegemónicas: entienden la naturaleza dinámica, compleja e interdependiente de los centros urbanos, sugiriendo procesos de intervenciones iterativas con el sistema urbano de forma continua y flexible; estructurando el análisis con un enfoque que entiende a la ciudad como un sistema complejo, un nodo que es a la vez un conjunto de procesos internos y parte de una red mayor de actividades humanas sobre el territorio.
La complejidad de la ciudad fue abordada por numerosos estudiosos de lo urbano: El enfoque sistémico, que entiende a la ciudad como un sistema complejo en desarrollo, ha sido propuesto como marco interpretativo e instrumental de la ciudad desde la geografía; se entiende como sistema a un conjunto de elementos que es más que la suma de sus partes: es un enfoque que se concentra en los procesos de relación y los principios básicos de organización.
El planteamiento sistémico opera en términos de conectividad/accesibilidad, relaciones/intercambios/sinergia y contexto, por lo que las propiedades de las partes sólo se comprenden en su relación con el conjunto. La complejidad deviene de las interacciones, no de los actores en sí mismos. Los elementos que conforman un sistema pueden ser muy simples, pero la densidad en las interacciones hace que los patrones y procesos más complejos emerjan paulatinamente.
Al conceptualizar la ciudad como un sistema complejo, se plantea una visión alternativa de la lógica de producción y desarrollo de la condición urbana. Se construye una perspectiva para definir lo urbano entendiendo la simultaneidad y la compleja interrelación de las dimensiones social, ambiental, económica, política y espacial, así como la diversidad entre actores, recursos y flujos de intercambio. Se evidencia la multiescalaridad de estas interrelaciones, en la que fenómenos de escala micro tienen incidencia en fenómenos desencadenados en la macro escala, y viceversa.
De acuerdo con las pautas estructurales de generación y desarrollo, la mayor sostenibilidad estará dada por su eficiencia, resiliencia y adaptabilidad, estructuradas dialécticamente en las dimensiones social, ambiental, económica, política, territorial, tecnológica y en sus diferentes escalas (local, sectorial, urbano, regional, nacional, global).
Asimismo, la interdependencia entre el sistema y su entorno pone en evidencia una condición más de la eficiencia, denominada capacidad de carga. Tal interdependencia está relacionada con la sostenibilidad a lo largo del tiempo de esta relación sinérgica, evitando el colapso de alguno o todos los subsistemas relacionados a cualquier escala: La capacidad de carga de un sistema o subsistema urbano o regional implica la máxima cantidad de población (y de actividades) que puede ser soportada indefinidamente en un hábitat dado sin comprometer permanentemente la productividad del ecosistema del cual dicha población es dependiente.
Por otra parte, al planear la ciudad del futuro, debemos considerar las nuevas actividades económicas que vendrán a sustituir a las actuales, para poder contar con alternativas, como puede ser en sustitución de la industria de la construcción, por la industria del conocimiento, para lo cual es condición contar con el flujo necesario de energía e infraestructura, y además ayudará a reducir el consumo de agua.
En lo referente a la naturalización de la ciudad, la del futuro debe observar una densidad de vegetación urbana basada en especies nativas, de gran variedad, que pueda proveer de servicios ecosistémicos como captura de CO2, remoción de contaminantes, infiltración de agua, sombra y especies polinizadoras. Y conservar los ecosistemas naturales considerados en la Unidades de Gestión Ambiental de Protección Ambiental del Ordenamiento Ecológico sin cambios de uso del suelo. En igual medida, se debe proteger la vegetación de las áreas verdes, parques, jardines, camellones, glorietas y plazas públicas, que garantizan cierta conectividad, el acceso del ciudadano a ellas y servicios ecosistémicos.
Por otra parte, hay que adoptar el enfoque de “diseñar con base en la naturaleza” cuando de obras públicas y privadas se trata, pues además es parte de las políticas del nuevo tratado de libre comercio del que forma parte México.
En fin, el urbanismo que viene para los siguientes años, no tiene escapatoria para adoptar e incluir criterios ambientales, de lo contrario estará condenado no solo a un fracaso, sino lo peor a un colapso.