Por Alejandro Angulo
El pasado 8 de julio, la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) emitió un Comunicado de prensa en el cual decía: “Miles de millones de personas, tanto en países desarrollados como en países en desarrollo, se benefician a diario del uso de especies silvestres para obtener alimentación, energía, materiales y medicamentos, para actividades recreativas, para inspiración y para muchas otras contribuciones que son fundamentales para el bienestar de los seres humanos. En vista de que un millón de especies de plantas y animales se encuentran en peligro de extinción, la aceleración de la crisis mundial de biodiversidad pone en riesgo las maneras en que las personas se benefician de las especies silvestres”. Y exhibe algunos datos de impacto como:
- Se explotan 50.000 especies silvestres para cubrir las necesidades de miles de millones de personas.
- Una de cada cinco personas depende de especies silvestres para alimentarse y generar ingresos.
- Más de 10.000 especies son explotadas para la alimentación humana.
- 2.400 millones de personas (una de cada tres) dependen de la madera como leña para cocinar.
- Y el 70 por ciento de las personas pobres en el mundo dependen de las especies silvestres.
El Informe del IPBES también puntualiza que “La supervivencia de cerca del 12 por ciento de las especies de árboles silvestres está en riesgo debido a la tala insostenible; la recolección insostenible es una de las principales amenazas para varios grupos de plantas, en particular, los cactus…” Por otra parte, no escapa al Informe otros factores presentes de impacto negativo sobre la abundancia y la distribución de especies silvestres y que también pueden aumentar el estrés y los desafíos entre las comunidades humanas que las utilizan, entre ellos los cambios de los paisajes terrestres y marinos, el cambio climático, la contaminación y las especies exóticas invasoras.
En voz de Qu Dongyu, director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), dice: “Debemos asegurarnos de que el uso de estas especies sea sostenible. De lo contrario, estaremos comprometiendo tanto el futuro de los sistemas agroalimentarios como los esfuerzos para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Un uso insostenible también perjudicará al suministro de servicios ecosistémicos esenciales, aumentará el riesgo de brotes de enfermedades infecciosas, fomentará la desigualdad y los conflictos, y disminuirá nuestra capacidad para mitigar y adaptarnos a las amenazas de la crisis climática.”
En las grandes ciudades mexicanas, el problema del uso sostenible de la biodiversidad no se encuentra en el tráfico ilegal, en volúmenes exagerados de extracción o de caza furtiva, o bien de tala ilegal, más bien se centra en el desplazamiento de las especies nativas por especies exóticas, como ha sucedido con el mezquite a cambio del ficus. En la actualidad se estima que hay un 72 por ciento de especies exóticas en el contexto urbano.
Por otra parte, la selección del arbolado también es uno de los problemas, pues debe realizarse en función de su resistencia a la sequía, los servicios ecosistémicos que brindará (remoción de contaminantes, captura de CO2, escurrimiento evitado, producción de oxígeno y otros más), la ubicación, el tipo de sistema radicular (para no afectar la infraestructura vial) y si es dicotiledónea o monocotiledónea (tienen diferente desempeño ambiental) en fin, la colocación de un árbol va más allá de solo plantarlo.
Se ha registrado una extracción hormiga de leña para abastecer a restaurantes citadinos que ofertan carnes asadas a la leña, así como algunas pizzerías. En cuanto al mercado ilegal de especies silvestres (al interior de la ciudades), se ha centrado en las cactáceas y de ciertas aves. Pero se sabe que hay un mercado clandestino de felinos que los mantienen habitando como mascotas en casas particulares.
Asimismo, hay especies útiles dentro del sistema de agrobiodiversidad que hemos venido perdiendo como el frijol negro o el pez tequila del Bajío. Nuestra agricultura se va estrechando a unas cuantas especies, entre granos, de uso forrajero o bien que tienen un destino exclusivamente comercial (para el mercado nacional o internacional como los pimientos).
Nuestra biodiversidad (urbana y rural), en el Bajío tiene mayormente un valor de uso en cuanto a los servicios ecosistémicos que brindan, aunque no se descartan aquellos que se usan como plantas medicinales (hierba del sapo) o frutos (garambullo, tunas) o alimentos (nopales, harina de mezquite) o subproductos como la miel de abeja de la floración del mezquite.
No obstante, en la región, el espacio biótico territorial es una cuestión estratégica, que permitirá al sector de la biotecnología asentarse, en sustitución de la industria de autopartes, como una fuerza productiva más limpia y menos destructiva que el modelo productivista y extractivista. Por ello, la biodiversidad es una cuestión estratégica para el desarrollo, pues su localización implica ciertas ventajas comparativas que no hay en otros espacios territoriales.
El espacio territorial sólo se ha vislumbrado como un activo del suelo que se valoriza en función de la especulación inmobiliaria y para desarrollar las viviendas, parques industriales y centros comerciales sin importar los elementos bióticos, empero, tal visión irá cambiando, de tal suerte que bajo ese escenario la biodiversidad existente (ecosistemas, hábitat, especies y genes) adquirirán un valor distinto en razón de sus cualidades, que servirán a diversos sectores, como el farmacéutico, los invernaderos (con especies adaptadas de insectos para la polinización), el desarrollo de especies resilientes a la sequía en la agricultura y al propio proyecto de genoma humano.
Pero no basta con saber la estadística de las existencias de especies, sino aún más importante, tal como lo plantea Georges Bertrand, se trata de abordar los Geosistemas, el Territorio y el Paisaje (GTP), que ya fue planteado desde la década de 1990. En ese sentido, los estudios de Ecología del Paisaje hoy consideran al paisaje como un ecosistema en el que participa la sociedad y donde importa analizar las interacciones entre los aspectos temporales y espaciales y sus componentes (flora, fauna y elementos culturales). Dentro de este marco, se ha planteado (Gómez Sal, 2006) dos estrategias de análisis. La primera, prevaleciente en los estudios realizados en América Latina, que considera que, en tanto unidad para la gestión ambiental, el paisaje urbano permite captar la heterogeneidad de un territorio no estructurado, que “se organiza por manchas que se expresan y despliegan formando ‘mosaicos’ y por estructuras lineales (pasillos o corredores) que crean ‘redes’”.
Por ello, decimos que son los intereses e imágenes de los sujetos los que acaban construyendo la naturaleza (biodiversidad urbana) a través de paisajes, imágenes, discursos e ideas. La biodiversidad urbana moldea nuestras vidas y también, al igual que las personas, la biodiversidad urbana es lo que transformamos.