Cae la lluvia sobre mí

Por Yudi Kravzov

Comenzó a llover con fuerza y yo me lamenté por no traer paraguas. Además, mis pies estaban inermes, casi desnudos, apenas cubiertos por unas sandalias. Entonces, el fresco de la lluvia comenzó a penetrar mi cuerpo desde mi centro. 

Resignada a entregarme a Tláloc, empecé a respirar hondo para calentar mis pulmones y me hice a la idea de que con una falda corta y un escote, que presumía mis senos, iba a disfrutar de cada gota de lluvia que cayera en mi cuerpo directamente del cielo. Así que tomé camino por las calles empedradas de San Miguel. 

Heredera, entonces, de los impulsos de supervivencia humana, el agua comenzó a revestirme. Sentí un escalofrío y disminuí la velocidad de mis pasos, sin poner atención en la dirección hacia donde estaba avanzando, me concentré en ver a la gente escapar de esa lluvia que no ensucia ni mancha y que a mí me transporta y me da aires de fertilidad. 

Me detuve para ver el cielo. Las gotas cayeron directo a mi rostro y fue entonces que reconocí la Calle de Correo. Respiré hondo y volé a mis adentros hasta encender esa llama que con la lluvia siento dentro.

Un segundo escalofrío me dejó sin aliento. Segura de que, a mí, desde siempre, la lluvia me erotiza y los truenos me seducen, seguí caminando. Sucede en los cielos y llega a nosotros; es el agua que fecunda a la tierra, nutre ríos y mares, llena de magia las tardes, cambia el olor de la tierra y a mí me deja lista para ser poseída.

Conecté con Barranca y llegué a los lavaderos. Ver en ellos correr agua me hizo trasladar mi pensamiento a las historias de amor donde la lluvia tiene un papel protagónico. A esa necesidad real de contacto. 

Contagiada de la quietud de sus inmensos árboles, bailé por las escaleras y las bancas del Parque Juárez. Llovía sobre mi piel y sobre toda la tierra; Tláloc me comía a besos, me mojaba toda. Sus líquidos caían sobre mi piel; presa a cada paso, más purificada, ávida de amor y de ternura.

Yo sin paraguas, ni abrigo, ni saco, ni nada que me cubra. Respiraba sintiéndome una flor que se alimenta de esa sustancia cristalina que calma la sed de la fauna y permite que haya vida, dentro de la vida.

Volví a viajar mar adentro. Me vi una estrella, en ese intento constante de radiar luz, de iluminarme, en ese proceso tan mío. Encenderme a golpe de un estrujado orgasmo que inicia con esa tensión de cuerpo entero y cabalga una y otra y otra vez hasta que, en lugar de contenerme se expando, llenándome de la luminosidad que se genera cuando destello y, se acumulan chispas de energía al ras de mi cuerpo. La lluvia que me prende. La lluvia que me hace más hembra y más bella que nunca.

Todavía no se hacía de noche cuando comencé a sentir ese miedo natural que experimenta un ave fuera de su nido. Vi luz a lo lejos y, como si no supiera que ahí dentro se disolvería el encuentro con Tláloc, obedeciendo sin cabeza a mis pasos, entré al Café Rama. Todas las miradas cayeron sobre mi blusa blanca y mis pechos encendidos; fue en ese momento cuando recordé que estaba empapada de lluvia, y como una niña sin dulce o una amante despojada, comencé a sentir un tremendo frío.

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Foto por Saul Garpe.