Emprendedores de San Miguel de Allende: José Cándido Licea Pirul, herrero

Por Carolina de la Cajiga

A los 12 años, a trabajar…

Al terminar la primaria, José Cándido Pirul Licea tuvo que dejar la escuela y salir a buscar trabajo. Se empleó como aprendiz en una herrería. Cuando sintió que ya no tenía más que aprender allí, pasó a otra y otra hasta llegar a jefe de taller. Ha forjado cientos de puertas, ventanas, rejas, mesas y más. Su último empleo duró cinco años. Fue con un ingeniero; lo más importante que le enseñó fue la ciencia y la relevancia de la medición precisa. Ya estaba listo para abrir su propio taller.

Después de veinticinco años de aprendizaje, dio el salto y se convirtió en pequeño emprendedor. Dejar la comodidad de un sueldo seguro a la incertidumbre de generar suficientes ingresos mes a mes es un gran compromiso, especialmente si se tiene familia. Da ñáñaras, pero, al mismo tiempo, el independizarse y ser responsable de su destino da gran satisfacción y orgullo. Su mamá y su esposa lo han animado y ayudado a cada paso. Cándido nunca se ha arrepentido de su decisión. 

El comienzo no fue fácil. Su taller no tenía techo; el sol calaba, la lluvia mojaba, y el frío se colaba. Para conseguir trabajos iba a las obras a ofrecer sus servicios y, cuando no encontraba chamba, ayudaba a otros herreros. Ahora son los compradores los que vienen a él, confiados de la calidad de su mano de obra. Generalmente, sus clientes llegan ya con el diseño que desean. Conocedor del comportamiento del hierro, si es necesario, Cándido hace recomendaciones para que la idea en papel se convierta en realidad con la ayuda de su fragua.

El trabajo de herrero ha cambiado poco desde la Prehistoria hace miles de años. Lo que más disfruta Cándido de su trabajo es la forja. Comenta: “El momento de calentar al rojo vivo el metal para templarlo y malearlo; el rugido y el chisporroteo, el eco de los martillazos, y el crujido del metal es lo mejor que hay”.  

Uno de los trabajos más memorables que ha hecho fue un domo de hierro y cristal en un tercer piso que se abre manualmente mediante un cable localizado en el primer piso. La elaboración e instalación fue compleja, ya que se construyó alrededor de un tragaluz a 8 metros de alto. Hubo que subir todo el material y soldar allá arriba. ¡Además, ese día el viento soplaba a más y mejor!

Hace unos años tuvo un trabajo fuera de lo común. Consistió en forjar tres vigas de diez metros de largo que pesaban muchísimo. Transportarlas a la obra iba a ser muy costoso y complejo. El patrón estaba preocupado cavilando cómo moverlas. Pensaba contratar a quince cargadores. Cándido encontró una solución mucho más económica y práctica. Construyó tres rodillos con baleros. Con algo de esfuerzo, él y sus dos ayudantes rodaron las pesadas vigas hasta el transporte. Sorprendido y boquiabierto, el patrón lo felicitó por su ingenio.

Sobrevivir la pandemia, que casi paralizó al mundo por dos años, fue duro. El trabajo bajó mucho, pero, afortunadamente, salió adelante. Aunque el oficio de herrero en San Miguel, con tanta construcción colonial que requiere de herrería artística, tiene mucha demanda, la competencia es fuerte. “Felizmente, hay trabajo para todos, especialmente para los que son eficientes y cumplidos”, sonriente dice Cándido.

Puedes encontrar a Cándido en su taller en Avenida Independencia 56, San Rafael, y al 415 121 7841. 

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