Casualidad y Causalidad

Por Rodrigo Díaz, José María Moreno y Bernardo Moreno

Como especie, la humanidad no ha dejado de escudriñar —en los cielos y en la tierra, en la vastedad de la mente y de los tiempos— tras la pista que nos lleve a entender, no sólo los fenómenos que nos rodean, también el porqué de nuestra existencia. A más de 100,000 años de la aparición del sapiens, hemos arrojado luz a duras penas sobre los factores que determinan mucho de estos objetivos, desde las religiones primitivas a la creación de conceptos como la Fortuna o la Providencia; de herramientas místicas y de ocultismo como la lectura de los astros o el tarot —sin mencionar la ouija, para echar un vistazo, ¿por qué no?, al “más allá”— hasta los telescopios espaciales o los aceleradores de partículas. Y seguimos escudriñando. Desde lo personal, tampoco podemos dejar de buscar un sentido a los eventos que nos constelan, imprevisibles o evidentes. Desde lo privado de nuestros deseos, temores y fantasías, sacamos conclusiones a partir de vaticinios, señales y augurios que se nos antojan irrebatibles, y vamos a tropezones por la vida abrazando nuestras propias certezas, “porque la magia existe, baby”, y oscilamos gustosos entre la casualidad y la causalidad, como estas tres propuestas artísticas nos ejemplifican.

Justicieros, Anders Thomas Jensen, 2020

Otra gran película del actor favorito Mads Mikkelsen (Otra ronda, 2020) con la genial dirección y atinadísimo guión de Anders Thomas Jensen. Esta tragicomedia danesa aborda la búsqueda de sentido a un accidente a través de las estadísticas y probabilidades, donde se terminan encontrando unos matemáticos trastornados, un ucraniano prostituido, un militar duro —quien pierde a su esposa en un azaroso accidente— y su hija adolescente. ¿Por qué el accidente? ¿Cómo se llegó a ese punto específico del espacio y el tiempo? ¿Quién puede explicarlo y, aún más, tendrá alguna explicación acaso? ¿Es simplemente fortuna, es el destino? A través de estos hermosos personajes nos damos cuenta que, tal vez, la resignación y el amor son la respuesta, pero antes harán todo lo posible por hacer justicia e ir tras la mafia, perfecto pretexto para un militar entrenado y listo para la venganza y, al mismo tiempo, justificación suficiente para un padre roto, frío y con muchísimos problemas para acercarse a su hija en esta nueva realidad sin su esposa. Es una película de finísimo humor, personajes entrañables y muy buenas actuaciones, contando una historia que al final da de sobra para pensar en el destino, concepto tan amplio e interesante.

Después de la finitud, Quentin Meillassoux, 2006

El primer libro de este filósofo francés marcó un antes y un después en la filosofía actual. Aunque de una extensión modesta, la ruptura que creó es infranqueable: el correlacionismo, la idea moderna de que el mundo y la mente por alguna razón se compaginan –aunque nadie, ni siquiera Kant, pudo establecer por qué– ha sido abandonada. Pero sin duda, el concepto que más llamó la atención en este tratado es el imperativo de deshacernos de nuestras nociones de causalidad –ya Hume había asentado claramente la diferencia entre causalidad y conjunción constante; que algo preceda repetitivamente a algo más no significa una relación causal– para adoptar el principio soberano de no contradicción en sentido ontológico: una cosa es lo que es y nunca podrá ser otra cosa. Al traste con la dialéctica y la filosofía del progreso. Lo único necesario en esta realidad es que todo lo que acontece es contingente y absolutamente único. Del hecho de que las mismas leyes físicas que parecen dominarlo todo no hayan cambiado radicalmente aún, no se desprende que estas leyes sean absolutas, sólo que se repiten constantemente. Hay que poder conceptualizar la idea de que, a cada momento, la realidad ya es otra para siempre.


Crying Over Pros For No Reason, edIT, 2004

Cuando uno piensa en música electrónica —sobre todo si eres neófito en la materia— imaginamos una serie de secuencias perfectamente acomodadas y sin posibilidad de variación; y tal vez no estaríamos tan lejos de la realidad, hasta que, en los albores del milenio, fuimos testigos de un boom de electrónica que pronto fue catalogada de “alternativa” y que en poco tiempo sus subgéneros (breakbeats, IDM, dubstep, glitch, etc.) atacaban los escenarios de Londres y Los Ángeles, para lanzarse al mundo entero. EdIT —seudónimo de Edward Ma— es un buen ejemplo de ello, quien perforó los oídos de muchos con esta, su primera producción: una serie de 15 tracks donde se comulga lo orgánico y lo digital a la perfección, una fusión que es más que la suma de sus partes. El uso del glitch (ese sonido del “error en el sistema”) frente a los arpegios de una guitarra acústica o de un órgano misterioso —que suenan al fondo y se convierte en algo de qué asirnos para no perdernos en la vorágine siempre latente—, hacen un contraste vertiginoso que nos hablaban del futuro que se avecinaba, algo refrescante frente al eterno house ya desalmado.