Por Carlomagno Osorio
La vida se nos escapa entre los dedos. Suponemos que el mundo debe adaptarse a nuestros deseos, y que los otros son quienes tienen que modificar sus patrones comportamentales y comprendernos. Es natural este comportamiento y en el fondo resulta de condición lógica. Sin embargo, las dos partes tienen la razón. Y tanto culpables como inocentes se encuentran.
El fondo del asunto —refiriéndome a las relaciones interpersonales— es caer en una actitud egoísta donde ninguno de los dos está dando pasos específicos para encontrar una forma común de establecerse en medio de una relación.
Uno de los dilemas es que mientras los dos se ocupan en resaltar las cosas que a cada uno le ha hecho falta en la relación, la vida se les escapa de las manos. Esos instantes de crisis —que deberían ser apasionantes, pues te permiten ver al otro tal cual es en la desnudez de su realidad— se convierten en el contexto donde se toman decisiones que serán en ocasiones nocivas para los implicados y por allí mismo para sus allegados.
La cruda realidad es que nuestra visión obnubilada por un deseo egoísta prefiere atarse una soga al cuello y lanzarse en la aventura de querer encontrar el formato perfecto, que encaje con los mal llamados deseos, más bien entendidos como caprichos.
La expresión popular expresa que es fácil llegar solo, pero es más seguro llegar acompañado. Sin embargo, qué difícil se hace dejarse acompañar. Permitirse la posibilidad de tener a un ser humano, cargado de limitaciones y vacíos junto a la vera y poder entender la realidad de esta narrativa totalmente diferente a la propia. Darse la oportunidad de aceptar al otro en su mismidad y abrazar todo aquello que hace parte de su historia y que le ha permitido ser quien hoy es.
Más que obvio, todo este proceso necesita ser entendido desde la no violación de la dignidad humana. Todo acto de violación a la dignidad humana debe ser rechazado e inmediatamente denunciado.
Por otro lado, la vida tampoco es andar mudándose cuando las cosas se muestran complejas y los retos de aceptar al otro en su narrativa comienzan a ser el pan de cada día. Lo he dicho muchas veces: El paso principal para todo proceso es el autodescubrimiento y la autoaceptación. Desde aquí, todo el panorama exterior cambia de perspectiva, recordando la frase referida a Kant “Las cosas no son como son, sino como somos”. Las personas hacen de reflejo de lo que tenemos o de aquello que adolecemos.
Claro, es mucho más fácil cortar que procesar. Todo proceso tiene profundas implicaciones, entre ellas bajarle el volumen al ego. Que la vida nos encuentre procesando lo que ella misma nos propone para poder subir al siguiente nivel, y no por el contrario cortando todo aquello que no responde a nuestro formato de interpretación.
Que la vida nos atrape siendo procesos y no una conclusión mal redactada.