Arte y cultura en San Miguel de Allende
Por Adriana Méndez
La primera parte de esta historia fue publicada en la edición del 8 de septiembre, página 43.
Mientras mis oídos la escuchaban con atención, mis ojos se negaban a perderse lo que estaba ocurriendo alrededor de la fuente del patio central de la casa colonial, donde está montado el restaurante. Otra de las chicas drag, presumiendo su impresionante elasticidad, se aventaba al piso con las piernas abiertas formado splits al tiempo que movía la melena china y rubia al ritmo de I will survive de Gloria Gaynor.
“¿Cómo debo referirme a ti? ¿Con qué pronombre?”, le pregunté.
“Como tú quieras… Cuando soy drag, soy “ella”, pero en mi vida cotidiana soy hombre y mi identidad sexual es masculina. En ese contexto soy “él”. Trabajo administrando un bar y disfruto de esta caracterización femenina algunas noches y durante mis días de descanso. En este negocio hay de todo: hombres heterosexuales y homosexuales; hombres y mujeres trans; y mujeres drag kings o queens. No importa el género ni la orientación o identidad sexual”.
Sentí respeto por la soltura con la que compartía conmigo parte de su intimidad y por el profesionalismo, entusiasmo y creatividad con la que su gremio participa para desnormalizar los estereotipos de género binarios.
Cashkween dirigía el espectáculo de las cinco participantes al ritmo de la música que elegía la DJ. Vestía unas medias de malla negra estilo cabaret, mini shorts azul rey y unas botas blancas de tacón alto que le tapaban la mayor parte de los muslos. Su cabeza lucía una peluca plateada exuberante, no sólo por lo largo de la melena sino por el crepé en la coronilla de la cabeza. Estaba en control del espectáculo y parecía estar muy satisfecha y divertida. Me dieron muchas ganas de conversar con ella.
Mientras disfrutaba una coliflor rostizada, me felicité por haber ido. El evento fue un éxito. Los comensales, extranjeros y nacionales, además de disfrutar de una cocina extraordinaria, disfrutaron del show lleno de extravagancias. Hubo muchos aplausos, expresiones de asombro y carcajadas.
Al terminar el espectáculo, Camila, la hija de Marcela, me mostró muy orgullosa la nueva librería que acaba de inaugurar en uno de los espacios en la entrada del restaurante. El pequeño local exhibe los libros que ella misma curó. Encontré por ejemplo, la última publicación de Beatriz García Marñón, una lectura que agradecerán las personas que viven —o conviven— con trastorno bipolar.
Durante el trayecto de regreso a mi casa, por las calles vacías de un martes a las once de la noche en San Miguel, mi discurso interno cambió de tono. Me alegré por la oferta cultural que ofrece esta ciudad. Recordé la fiesta del Valle del maíz y anticipé la fiesta de la Alborada que se celebrará el veintinueve de septiembre.
El espectáculo tuvo un efecto en mi estado de ánimo y una ola de optimismo abrazó
mis pensamientos. Me acompañó el discurso de mi comadre Susana: “La grandeza de la humanidad es la cultura. La capacidad de imaginar y de inventar objetos o experiencias novedosas y hermosas generan autoestima y cuando se comparten fortalecen los lazos comunitarios y dan sentido de pertenencia”.
Una sonrisa esperanzadora se dibujó en mis labios al evocar sus palabras: “Uno de los efectos más significativos del arte y la cultura es la disminución de la violencia”. Aparecieron en mis pensamientos imágenes cotidianas: los murales de la colonia Guadalupe y la obra que exponen los artistas del Parque Juárez los fines de semana. Me acordé del éxito del reciente Art Walk en La Aurora y de los múltiples eventos organizados durante el Festival de las Artes. Me conmovió la transmisión generacional de cultura a través de la celebración de fiestas religiosas acompañadas de desfiles de concheros que nos regalan espectáculos redondos de danza, música, vestuario y maquillaje.
Recordé también a Don Emigdio —el gordo Ledesma— ícono de la fiesta de la Alborada y a las primeras catrinas de San Miguel maquilladas por mi prima, Esperanza Orvañanos… Pero eso, es harina de otro costal.
No hay duda de que la cultura recompone el tejido social y además de belleza, genera confianza y construye historia. Me sentí agradecida y orgullosa por formar parte de una comunidad que valora la cultura y participa activamente para fortalecerla.
Al abrir la puerta de mi casa reaparecieron en mi mente las escenas de los incendios en los OXXOs y me sentí muy afortunada por sentirme segura, a pesar de todo.¿Será que el arte y la cultura pueden salvar a San Miguel de tanta violencia?