Caer Sin Miedo

Por Fernando Helguera

De pronto, estaba cayendo.

En un momento camino por los senderos de piedra mojada y tierra, también mojada, y al siguiente estoy cayendo.

No sé si resbalé, el camino se deslavó, o alguna mano desde allá abajo me jaló del hombro. “Allá abajo” cada vez es más “acá abajo”.

No quiero ocupar este tiempo en temer al vértigo, sino en pensar en mis queridos, pues así me ayudan a no ser tan consciente de que voy acelerando irremediablemente.

Mientras busco algo de qué asirme, encuentro que tengo muchas opciones. Pueden ser los momentos que pasé con mis hijos pequeños, o las horas haciendo música, o los atardeceres en la playa, o tantos ratos de sexo placentero.

¿Cómo es posible que no haya parado de caer? Creo que, a mi edad, medio siglo pasadito, ya no es prudente caer por tanto tiempo continuo. Sin embargo, caigo. Nunca fui muy prudente que digamos, entonces, ¿para qué serlo ahora?

Mi madre ha sido un ángel conmigo, y estará siempre cuidando de mí, de todas mis caídas. Sé que lo hace también ahora mismo.

Mi hermano, no le he dicho cuánto lo amo suficientes veces, así que ahora aprovecho para hacerlo, ya que no hay prisa y puedo sentir ese amor y respeto infinito por él.

¿Acaso los segundos que dure esta caída serán tan líquidos como toda la vida que me he bebido? Vaya idioteces que uno puede llegar a pensar cuando no tiene otra cosa que hacer que seguir cayendo.

Qué curioso, recuerdo, en primero de secundaria, cuando hablaba con el Fer de lo que importa saber caer, pues esa es la única manera de encontrar una forma sensata de levantarse sin demasiado daño. ¡Cuántas veces caímos y nos levantamos juntos! ¿Sabré lo suficiente para levantarme de esta sin demasiado daño?

Qué bueno que en esta caída vengo solo, pues no me gustaría distraerme de ella, siendo una oportunidad tan única de disfrutar la adrenalina. Ningún paracaidista sabe lo que es aventarse sin paracaídas, cuando menos ninguno vivo, que es lo que más se le parece a lo que me está pasando ahora.

Si tuviera una hoja a mano relataría mi experiencia de este instante, pero sólo me queda transmitirlo por telepatía al que se encuentre ahora más conectado, para que de alguna forma sea escrito. Y está bien, ya que así, nuevamente, no me pierdo detalle de este singular acontecimiento.

Muchos no han entendido mis excesos, pero me doy cuenta de que yo sí, y eso es lo importante. Mis excesos significan la imposibilidad de este mundo para existir a mi ritmo. He vivido ya lo equivalente a un chingo de vidas, de lo vivo que he estado.

Sí, lo sé, llegué a estar muy triste en alguna etapa y me daba miedo ver qué tanto, hasta que me atreví a asomarme y fue cuando supe lo feliz que en realidad estaba. Lo lleno que se encuentra mi pecho de amor por mi gente, por el arte, y por la forma en la que existo.

¡Es increíble cuánto puede durar una caída! Da el tiempo para sentir muchas cosas: con este sonido del aire que se arremolina en mis oídos, y con el sonido de mi estómago queriendo, a toda costa, quedarse allá arriba donde antes de empezar a caer, con esos sonidos haría mi próxima producción, aunque nadie la escuchara. Ya no me importa tratar de convencer a mi estómago de que se venga conmigo por las buenas, de todas formas, no le queda de otra.

La temperatura está cambiando. Ya no escucho el latido de mi corazón. ¿Será por lo fuerte que suenan los árboles que acompañan mi caída? Ellos conocen, como yo, el desenlace de este recorrido, pero yo no sé si aceptarlo aún. Ellos no quieren pensar al respecto, pues es el futuro, y pensar en él significa olvidarnos del presente con toda la intensidad que está sucediendo.

Ahora que estoy cayendo, puedo notar cómo todos los insectos, las aves, los roedores, las plantas, me voltean a ver. Siempre he sorprendido a quienes me rodean, a veces de mejores maneras que otras, pero en realidad nunca fue por intención de protagonismo. Sólo me he dedicado a ser yo con todas mis ganas, y me siento satisfecho de haberlo alcanzado en todo momento.

Puedo ver que estoy llegando a mi destino, a través de las lágrimas que el aire saca de mis ojos mientras miran a las nubes.

Puedo sentir que la mano que escribe a distancia mis pensamientos tiembla con temblor tectónico.

Puedo saber que, por más larga que sea una caída, por fortuna, siempre será detenida por el suelo. ¿Se imaginaría alguien cómo sería caer eternamente? Es algo que no desearía a nadie.

Ahora que no hay necesidad de cosa alguna, así como no hay quien me necesita más, podría ser buen momento para acabar de caer. Me iré preparando. ¿Cómo se puede sentir tanto en una vida? ¿Cómo se puede querer tanto como yo he querido?

Qué bello paisaje hay en este momento. Todo lo que ahora veo es hermoso. Se está llenando de luz y de pronto está borroso sin perder su nitidez.

Y sí, todos están cayendo igual que yo, al mismo destino, la única diferencia es que yo voy cayendo más rápido.

Todo esto es hermoso…