En el mar la vida es más sabrosa

El Unicornio Prieto
Por Fernando Helguera


Es un ser que, por creerlo mitológico, pasa desapercibido. Desde su anonimato
observa a todos los que vivimos en San Miguel de Allende y el resto de México,
y me cuenta sus historias para escribírselas aquí.


En el mar la vida es más sabrosa
Seré sincero con usted, que lee esta columna. El Unicornio Prieto se ha vuelto
un poco demasiado indiscreto y, en poco tiempo, me contó muchas historias al
ver que alcanzó cierto renombre. Por lo anterior no le avisé que saldría de
vacaciones con mi novia, y así descansar de él también.
Llegando al paradisíaco lugar, fuimos inmediatamente a saludar al mar; “a-rais”
pues estaba desierto. Qué bueno que fue lo primero, pues al desempacar nos
dimos con la sorpresa de que el Unicornio Prieto venía oculto en una maleta.
No nos habríamos desnudado frente a su delatora mirada. Cuando salió de la
maleta, un poco acalorado y reclamando nuestra tardanza para liberarlo, hablé
con él seriamente de que aquello que viera, era secreto… por nada en
especial, simplemente no me interesa que la gente sepa demasiados detalles
de mi vida.
Playa Ventura es un hermoso lugar al que acudía mucho desde 1985 y donde
hice amistades cercanas. La vida cambia y con ella los sitios que uno visita, así
que desde el año 2006 casi no fui más. Me encontré muchos cambios en el
lugar: calle asfaltada para llegar al mar y para recorrer el camino que bordea la
playa durante kilómetros.
De aquellos tiempos de adolescencia, doña Cipriana era mi principal amiga,
teniendo la edad de mi madre y la personalidad del militar de más alto rango,
sin la cual no habría podido poner en orden a tanto hijo, en especial a Alberto.
El segundo día fui a buscarla con temor de que hubiera fallecido, pero no,
estaba ausente porque fue a Acapulco dos días, pero a Alberto sí me lo
encontré. Platicamos en la playa sobre muchas cosas que habían sucedido en
todo este tiempo.

  • Pues sí es una sorpresa, Fernando, pero te reconocí a la primera –
    dijo con su sonrisa playera mientras, con brazos aún bastante fuertes
    como suele tonificarlos la vida en el mar, sobaba su prominente
    vientre.
  • ¡Yo también carnal! Y eso que estabas trepado allá en la escalera –
    contesté con genuina emoción por el reencuentro.
  • Antes corrías, ¿verdad? -comentó luego de haber hablado un rato de
    que si el matrimonio, los hijos y demás temas menos importantes que
    el que estaba tocando en ese momento- pero ahora no.
  • Sí, también te acuerdas de eso, qué buena memoria -respondí
    complacido.
  • Si, antes corrías, y ahora enmarraneciste -soltó sin la menor piedad,
    aunque sin malicia, ignorando que llevaba yo un cuarto de hora
    sumiendo la panza.
  • Antes tú también corrías -le dije devolviendo el cumplido.
  • Sí, y subía palmeras, pero ¡la edad avanzada no es cosa de niños! –
    me dijo con una risotada contagiosa.

Así seguimos durante un rato muy cálido y caluroso, bajo el severo escrutinio
del Unicornio Prieto, a quien luego le reiteré que, por su propio bien, chitón.
Nos despedimos con la promesa de seguir cotorreando en estos días que
estaríamos por acá. Me quedé dándole vueltas al tema de que el lugar ha
cambiado muchísimo y de forma un poco traumática para mí, pensando en
que, si Playa Ventura pudiera hablar, me diría algo parecido a lo que me dijo
Alberto, no que he cambiado mucho, sino que enmarranecí y ahora soy otra
persona muy diferente a aquel adolescente que apareciera en los ochenta. La
sutileza no es propia de la playa.
Los días transcurrieron apacibles y el Unicornio Prieto sacó un lado que no le
conocía, contemplativo y, podría decirse, “zen”. Se portó de manera ejemplar,
quizás con el afán de ser invitado en el siguiente viaje y no tener que venir de
polizón. En un momento del cuarto día, y luego de haber comido a pasto todo
el viaje, me quité la playera frente a la hamaca donde estaba Tanya:

  • Mi vida, en serio, en serio, ¿cómo me ves? -pregunté mostrando mi
    torso.
  • Mal -contestó, pero ante la cara que habré puesto, prosiguió -te veo
    borroso, deja me pongo mis lentes de contacto.
  • Me relajé y esperé.
  • A ver, ahora sí, -llamó mi atención y me observó detenidamente -date
    la vuelta… ahora ponte de perfil… ahora del otro lado…

La impaciencia me carcomía, giré la cabeza para ver al Unicornio Prieto que,
me pareció, se reía de mí, pero él miraba fijamente al horizonte.

  • Pues yo te veo bien, amor -dijo luego de terminar su análisis.
  • ¿En serio? -pregunté sólo para estar seguro.
  • Sí, ahora te veo bien con mis lentes de contacto, y te puedo decir que
    Alberto tiene razón: Enmarraneciste.

Una vez más seré sincero, me sentí despreocupado, pero no por cinismo, sino
sabiendo que con un poco de disciplina, rápidamente me pongo en forma de
nuevo, y por el momento, había que disfrutar ya que, en el mar, la vida es más
sabrosa.