Por Fernando Helguera
El lunes de la semana pasada me desperté con un sentimiento de inquietud, pues sabía que algo importante pasaba; no podía recordar qué. Recorrí en mi agenda los onomásticos de mi gente cercana por parentesco, amistad o conveniencia. Apareció el motivo: resulta que, para bien o para mal, tenemos una bandera qué celebrar. Además, no podemos navegar con bandera de tontos, pues hace 12 años fue considerado el lábaro patrio más hermoso del mundo ─sí, por un periódico español que organizó un concurso de aficionados, pero de todas maneras suena muy digno de ser tomado en cuenta─.
Poca gente sabe el origen de un día como hoy. Corría el año 1935 cuando un burócrata del Banco de México le hizo un homenaje especial a la bandera: Benito Ramírez Espíndola. Organizó una comida con sus colegas y los comerciantes de la Merced, pues se sintió impotente ante la indiferencia de los mexicanos hacia la bandera. No me imagino que hayan pasado las horas declamando poesía y hablado de la bandera precisamente; mejor me imagino que se la pasaron tan sabroso entre antojitos, baile y un par de cervezas, que al final dijeron “que seee repiiita, que seee repiiita” y así fue. Hacerlo una vez al mes sería muy frecuente como pretexto de un día feriado, así como para conservar la emotividad del festejo. Se convertiría en una fecha anual.
Luego de unos años en los que, además de hacerlo entre ellos, se acercaron a periódicos y formaron el Comité Nacional Pro-Día de la Bandera. El mismísimo y entonces presidente, Lázaro Cárdenas, declaró el 24 de febrero como Día Oficial de la Bandera de México. Benito y sus seguidores a vivas voces declamaron que defenderían nuestra bandera con su propia sangre “de ser necesario”. Algo me dice que para tal arrebato nacionalista serían descendientes directos de los honorables y conocidos Niños Héroes; su impulso, además, parece muy conveniente si pensamos que ese 24 de febrero no ocurría ningún tipo de invasión o lucha armada que ameritara el correr de tan colorado líquido.
Ahora, seamos sinceros, ¿quién en uso de sus facultades mentales para defender a la bandera se envolvería en ella y se arrojaría por el acantilado, cuando abajo está lleno de enemigos que nada más van a recoger la bandera, dejando el cuerpo tirado para los zopilotes? A mí me suena a que, como en muchas historias narradas por el gobierno, aquí hay gato encerrado. Suena más a que se enredó con la bandera mientras corría y por eso parecía que se había envuelto en ella. El relato hubiera sido mucho más creíble si fuera de un niño que quiere volar usando la bandera como la capa de Supermán.
De niño me preguntaba algo que nadie me podía responder: ¿Cuál es LA bandera de México? Hay una en “El Zócalo” de la CDMX, otra en la Fuente de Petróleos, otra en San Jerónimo… y así por todo el país. La original sería la del Palacio Nacional, y las otras simples clones. Mi madre (como en muchas otras ocasiones) me abrió los ojos: TODAS son la bandera de México; muy difícil sería para don Benito, por más secuaces que tuviera, defenderla con su propia sangre (y su propio dinero), pues el presupuesto requerido para ir a los más lejanos confines del territorio nacional se antoja propio del director del banco y no de uno de sus empleados, por muy sangrón que sea.
Se dice que a mayor necesidad de nacionalismo por parte de un gobierno que acrecienta la crisis por una situación económica, militar, o cualquiera que sea, mayor necesidad de grandeza en las banderas. Para evitar grandes riesgos al sistema vigente, inyectan nacionalismo en la población por medio de todo tipo de ardides: el fútbol, la creación de un enemigo común o el manejo mediático de la imagen nacional (cuyo principal elemento gráfico es la bandera).
Si nos atenemos a la anterior afirmación podría llegar pronto el día en que comamos sopa de letras con frases prefabricadas como “4T”, “MX”, “VIVA MÉXICO, CABRONES”, “ZAPATA ES DE QUIEN LO TRABAJA”; en el papel de baño vendrá un cuadrito verde, otro con el águila y la serpiente en marca de agua, otro rojo, y así sucesivamente; los más famosos intérpretes de la canción sacarán versiones rock, pop, balada, corrido… de nuestro también galardonado Himno Nacional; el ejército portará uniformes conforme al diseño del de “la sele” y podremos disfrutar de nuestro orgullo de ser mexicanos, en todo momento y a la más mínima provocación.
Más de un Benito ha marcado este presente pero ninguno como Ramírez Espíndola; con aguerrido temple obligó a las autoridades a sacar bandera blanca, y dar al símbolo patrio digno lugar en el calendario. Listo, nunca más despertaré el 24 de febrero sin saber de qué se trata.