Por Fernando Helguera
Ayer leí una frase que Dostoievski escribió en su libro “El jugador”, y dice “Somos adictos a lo que nos destruye”. Ipso facto pensé que es al revés: “Nos destruye aquello a lo que somos adictos”, por el consumo extremo del sujeto adictivo. Más relevante fue el pensamiento que siguió; me fue mostrada la manifestación máxima de las adicciones del mexicano, en la que quedó al descubierto la necesidad de una nueva adicción que dé sentido a nuestra nación del siglo XXI.
La palabra “adicto” encuentra sus raíces en el latín addictus, que era el término que se daba a los esclavos otorgados como premio a los soldados victoriosos de la antigua Roma. El adicto es el esclavo. La mala noticia es que no tenemos escapatoria, pero la buena es que podemos elegir a qué ser adictos. No entiendo por qué, si contamos con tantas opciones, hemos de caer en simplezas como el tabaquismo, las drogas, las telenovelas (sí, las de narcos, zombis, ladrones de joyas, viajes en el tiempo, de la realeza europea… y todas esas que se esconden tras el nombre de “series”), y no se diga mezcal-tequila-cerveza, el sexo o la comida picante. El “adicto básico” resulta un poco aburrido si lo miramos con detenimiento, y además no tiene mucho que aportar además de algunas cuantos ridículos memorables. Tengo un examigo que piensa que la vida es una película porno, y gracias a pretender meterse con las esposas de sus amigos, resulta patético en su adicción y constante pérdida de amistades. Encima es adicto a la cocaína, a decir mentiras, a los ácidos y a una larga lista de otras sustancias y comportamientos degradantes. ¿Para qué? Es una pregunta que él mismo no podría formularse por lo básico de su persona, igual que la mayoría de los adictos básicos.
Todas las anteriores son adicciones de un nivel primario pero hay otros niveles más altos. Podría decirse que el segundo nivel es el “adicto funcional”, aunque no por ello menos aburrido y hueco. A éste pertenecen las adicciones al trabajo, al dinero y al consumo, entre otras. En un tercer nivel podríamos ubicar al “adicto divertido”, más interesante por su trastorno psicológico, como la adicción al juego, a las relaciones tóxicas, a las cirugías estéticas, al nivel de vida y estatus social, o a las discusiones agresivas por Facebook, por nombrar sólo algunos ejemplos de su ejercicio de la adicción.
Ya sé, no hemos salido de la caja, todo lo anterior sigue siendo de lo más normal y predecible, pero no coman ansias ya vamos llegando al cuarto nivel de adicciones: el “adicto social”. Éstas pueden ser, la adicción a los deportes, a las marchas, a los partidos políticos, a las religiones, a las discusiones de género, al nacionalismo, o a lo que sea que nos haga pertenecer a un grupo de personas con ideas definidas en común. Algo aquí ha cambiado: en los primeros tres niveles las adicciones son autodestructivas, mientras en el cuarto la adicción busca, además, destruir a los otros.
En el quinto nivel podemos encontrar al “adicto trascendido”: las adicciones a la comida sana (fanatismo alimenticio), a la lectura (escape de la realidad), al ejercicio, a los estudios, a la meditación… por supuesto que este grupo es mucho más provechoso para la humanidad y el individuo, pero no dejan de ser adictos. En estas adicciones es más difícil encontrar lo destructivo, sin embargo, parece que es evidente la esclavitud disfrazada de libertad, salud y superación personal.
Ya me aburrí de descripciones sin sentido. He pertenecido a cada grupo de adictos, y ninguna adicción me resulta del todo interesante. Si realmente queremos hacer una diferencia en la humanidad, y trascender como no lo hacemos desde la invención de la escritura y el dinero (ambos, hace cinco mil años más o menos), investigaremos con seriedad las posibilidades evolutivas a partir de nuestra condición humana de adictos/esclavos. Seamos “adictos responsables”.
Imagine un mundo el lector, lleno de adictos a la ignorancia. Mientras más ignorantes, menos herramientas tendríamos para someter al planeta y a sus habitantes. ¿Y qué tal la adicción a las obviedades? Adictos a ver formas en las nubes… entonces viviríamos sorprendidos de cada respiración que hacemos, o de cada una de las idioteces que decimos minuto a minuto. ¡Pero claro! El mejor mundo sería en el que la gente fuera adicta a las Obviedades Ignoradas. Ya nadie podría fingir demencia y nos encargaríamos de hacer las cosas bien, de una buena vez, sin pretextos, sin límites.
Después de la brillante deducción que acabo de tener, no me queda más que ponerme a planear la forma de hacer estos escritos, adictivos. No se extrañe quien acabe de leer estas palabras, de que, sin saber cómo, se halle un domingo esperando ansiosamente mi nueva publicación.