Los animales, los mejores aliados para regenerar la tierra

Expedición Sierra Gorda

Por Martín Buenviaje

El turismo rural, regenerativo, es un modo diferente de viajar con el propósito de reducir nuestra huella en los pocos tesoros biológicos que quedan y así devolverle un poco la salud a la Tierra y a nosotros. Tuve el honor de convivir unos días con Mario Pedraza y su familia, en su rancho Suelo Vivo, un arca de vida en la Sierra Gorda de Querétaro, ubicada en el corazón de México, a sólo cuatro horas de San Miguel de Allende. Disfrutamos mucho el camino que nos llevó al rancho: las curvas, el paisaje, mientras algunos cuervos, águilas y zopilotes nos escoltaban a tan sólo 10 metros. Nos fuimos internando cada vez más en el bosque, hasta llegar a una cabaña perdida entre encinos gigantes.

Estando allí nos recibieron los guardianes del lugar, unas vacas, un rebaño de ovejas, unas cabras, algunos gallos, Spirit (el caballo), una guajolota coqueta que no dejó de echarme el ojo y Lobelia, una mula muy inteligente y sensible. Todos cantando, dándonos la bienvenida.

Llegamos al comedor, donde nos esperaba una comida de campo en cocina de leña: tabla de quesos, embutidos, ensalada recién cosechada de su huerto, pan de masa madre, tortilla nixtamalizada, todo hecho por nuestros anfitriones. Descorchamos un vino orgánico natural y le pregunté a Mario: “¿quién eres?” “Soy como un microorganismo en la tierra, que se encarga de limpiar el espacio que le toca”, me contestó.

Siento su respuesta muy sincera y verdadera, después de ver todo lo que ha logrado en más de 20 años trabajando su terreno, logrando vivir sustentablemente con su esposa Marta y sus dos hijos (Mario, de seis años, y Emilia de ocho). Me cuenta también que sus niños no van a la escuela, porque creen más en el homeschooling.

Como dicen: “De tal palo, tal astilla”. Mario viene de una familia de “auténticos guardianes”. Su madre, Pati Ruiz Corzo, era maestra de música en la ciudad de Querétaro, una mujer de ciudad y de «taco alto”, como ella misma se describe, hasta que un día “la naturaleza la tocó” y decidió llevarse a su esposo, Roberto, y sus dos niños, Roberto y Mario, de ocho y seis años, en aquel entonces, a la escuela del bosque, donde los primeros años tuvieron que acostumbrarse a vivir con leña, sin gas, sin luz y cambiando su alimentación por completo, ya que no había tienditas cerca.

Durante más de 35 años, Pati, como directora de Grupo Ecológico Sierra Gorda (https://sierragorda.net/ ), una fundación sin fines de lucro que opera sobre más de medio millón de hectáreas, logró reforestar la Sierra Gorda, (uno de los ecosistemas con más biodiversidad del mundo), sembrando más de dos millones de árboles que hoy son grandes abuelos. También custodian algunos de los últimos bosques de niebla de la Sierra Gorda, casa de osos y jaguares —con apoyo de una fundación del Reino Unido— donde ni los humanos ni las vacas pueden entrar. Semanalmente, Roberto, su hijo, patrulla la zona para evitar la tala furtiva, los incendios, los ganaderos clandestinos y hasta los perros domésticos cuyos dueños descuidan y, por ello, atacan y matan la fauna silvestre. Mario y sus guardabosques son como “Sheriffs del bosque”, y, gracias a su intenso trabajo, se consiguió que la Sierra Gorda sea ya oficialmente una “Reserva de la Biosfera”.

Pero hagamos un poco de historia. Para mí, todo esto que ahora veo empezó a formar parte de mi vida hace 11 años, cuando conocí a Roberto en la Sierra y me llevó a explorar estas verdaderas “arcas de vida”, que albergan tantas especies. Ahí fue, en ese encuentro, mientras yo estaba en búsqueda exploratoria del lenguaje y el aprendizaje de la comunicación de los animales, cuando me “cayeron todos los veintes” de lo importante que era el trabajo que él y su familia realizaban, porque sin tierra no hay nada. Hoy, esta verdad es mi prioridad más importante en la vida. ¿Cómo aportar algo con mi trabajo? Bueno, por ejemplo, compartiendo esta experiencia y ayudando, en lo posible, a generar conciencia de la importancia de la regeneración y el cuidado de la tierra (y de la Tierra) e invitando a que visiten el Rancho Suelo Vivo, apoyando el turismo rural.

Roberto es un explorador, investigador, guardián protector de la flora y la fauna y, además, un gran fotógrafo de la vida silvestre. Muchas de sus fotografías han salido publicadas en la revista National Geographic.

Convivir con Mario en su espacio “Rancho Suelo Vivo» es una experiencia que me llevó a replantear muchas más cosas, como, por ejemplo, ser un agente de cambio con mi trabajo y tener esperanza de vivir sustentablemente en el campo.

Me llena de alegría saber que todavía podemos devolver la salud que le quitamos a la Tierra, sin tener que pensar en un plan de backup, como irnos a vivir a Marte en la nave de Elon Musk. Ahora pude ver con mis propios ojos que, con dedicación y buena planeación, se puede regenerar el suelo muerto. Sí, ése en el que no crece ni una hojita.

Estos bosques de niebla son fábricas de agua y carbono, verdaderas fuentes de vida, donde viven venados, jaguares, zorros, osos negros y guacamayas, por nombrar sólo algunas especies y donde muchas otras peligran y están en riesgo de extinción.

Mario trabaja en la regeneración del suelo a través de la ganadería. Con las ovejas y las cabras le va mejor que con las vacas, por la sierra. Me cuenta que los animales son nuestras mejores herramientas para lograr la recuperación de la fertilidad del campo, contrariamente a lo que creía. Desde luego, es necesario hacerlo con un manejo de pastoreo sectorial holístico inteligente y bien planeado, donde los animales masajean el suelo y lo hacen más vivo, más rico en nutrientes, sin necesidad de químicos, y sin que los animales sufran de estrés. Es una reparación del equilibrio del ecosistema donde todos (fauna, flora y humanos) ganan.

Gracias a sus más de 18 años de experimentación, Mario hace unos quesos y unos embutidos deliciosos. Marta, su mujer, trabaja en la huerta. Ella me cuenta que no tiene plagas y no requiere de ningún pesticida. Esto es igual que el cuerpo humano: mientras más sano comemos, más libres estamos de enfermedades, porque ya no somos rica comida para los parásitos.

Tras una jornada de gran aprendizaje y contacto con la tierra, nos quedamos a dormir con la amazona, el dragoncito y la abuela en el área de glamping: dos yurtas hermosas con camas súper cómodas, electricidad, luz, baños, regaderas con agua caliente, cocina de campo alimentada con leña. Si uno lo prefiere, puede llevar su propia tienda, porque ellos tienen otros lugares para acampar, más aislados, en la cima del bosque. De todos modos, la comida te la llevan hasta allá, como buenos anfitriones.

Al día siguiente hicimos algo de senderismo. Así me adentré un poco más en el conocimiento de la flora y la fauna del lugar. En este lugar tienen arquería profesional, taller de forja artesanal medieval para hacer nuestras propias hachas tomahawk o cuchillos, etología con caballos y una mula superdotada, taller de quesos, embutidos, pan integral y talleres profesionales para ganaderos que quieran ser sustentables y más rentables, aprendiendo a recuperar sus suelos con un mejor manejo de la ganadería.

Literal: aquí cosechas lo que comes, del campo a la mesa; un verdadero lujo. Creo que hasta el mejor chef se queda corto con la frescura de comer alimentos tan vivos y nutritivos.

Llegó un momento especial: pude acercarme a conocer a Spirit, que es sobrino directo del famoso caballo de la película animada del mismo nombre. Su raza es Kiger Mustang. Pude acariciarlo y apreciar cómo lo peinaba la hija de Mario, hermoso ejemplar… pura raza este corcel. Luego encontré a la mula que, me cuentan, es más sensible incluso que el caballo. Me impresiona, porque siente hasta cuando se le posa una libélula. Además son muy longevas: pueden vivir hasta 35 años.

Pude observar y aprender un poco la ordeña de las vacas, las cabras; cómo preparan los quesos y cómo, luego, los llevan a una cava para que puedan madurar unos meses, y así los queridos honguitos les dan ese toque de sabor tan tan tan delicioso que se me hace agua la boca mientras escribo. Se acercan, de vez en cuando, venados que para mí son como los reyes del bosque, algunos curiosos mapaches, otros duros armadillos, los pocos felinos jaguarundis que escasean y los astutos zorros, ver alguna de estas especies es un tesoro, porque escapan cada vez más de la especie humana.

Una familia que con su esfuerzo y dedicación le devuelve la vida a la tierra, y nos invita a todos a disfrutar de ella, gracias por adoptarme unos días, nos vemos pronto.