Por Luis Felipe Rodríguez
En la parte 1 de este relato, publicado en la pasada edición del 14 de julio, comentábamos sobre los comienzos de Francisco González, “el Sol”. En esta segunda parte seguiremos leyendo sobre la historia de este querido personaje sanmiguelense.
Francisco vivió en la época cuando el restaurante La Terraza tenía ventanales. Pancho recuerda la casa donde don Daniel vendía ropa, abajo estaba su oficina y la bodega; al lado, la paletería «la Gardenia» de don Wenceslao Tovar y años después de su hijo Benito. Más abajo estaba la zapatería de don Benigno Torres, seguía «la América» de don Alfredo García González y en la esquina estaba «la Palma» de don Merced Sandoval.
Más tarde estuvo por ahí don Héctor Origel Murillo con sus laboratorios Omur, que antes estaban en la esquina de San Francisco y Corregidora. En la parte baja del portal de Guadalupe, frente a la zapatería estaban tendejones donde encontrábamos pan, dulces, refrescos, cigarros.
Pancho dice que muy temprano se tomaba un pastelito y una victoria, aunque no era la cerveza que hoy conocemos sino un refresco; los puestos eran de don Lencho y doña Margarita, don José, don Benito, su mamá y una hija de don Benito, que estaba más abajo.
Los ojos de Pancho se iluminaban al recordar cuando, por la tarde, en la parte sur, se instalaban puestos de antojitos. Doña Toña, doña Praxedis, doña Celia y sus familias hacían la delicia de los sanmiguelenses y los turistas con taquitos, enchiladas, gorditas, consomé, pollo dorado, etc. Tenían algunas mesas con sillas. Los ojos de Pancho se entrecierran y pasa con saliva esas imágenes de tiempos idos. Yo también recuerdo a doña Juana que en el otro portal vendía tunas.
Aquel jardín era el lugar donde los jóvenes se enamoraban, particularmente los domingos, girando unos en una dirección y otros en sentido contrario para echarle el ojo a quien pudiera ser su novia o novio. En la orilla paseaba la gente del campo y en medio los citadinos. Aquel jardín en cuyo kiosko la banda municipal de música interpretaba piezas que tocaban los corazones y alegraban ánimos de quienes visitaban el jardín. Tiempo después se alegraban también por el danzón.
¡Ah, qué tiempos, señor don Simón! Después del sí, el noviazgo continuaba en lugares como el parque, el Chorro o afuera de las casas de las novias. Alrededor del jardín estaban personas de mayor edad y algunos matrimonios se sentaban en la bardita perimetral.
Como los coches se podían estacionar afuera de la parroquia, el jardín y junto a los portales, había jóvenes que se ofrecían como guías de turistas o para lavar los automóviles. Algunos de los que nos acordamos fueron: Silvano, Federico, el Ranchero, el Guachupas, el Chuzo, el Maletas, etc.
En ese tiempo los corsarios del bajío pasaban con destinos de México y Guadalajara, llegaban todos los días a las 9:30 de la mañana y los turistas se hospedaban en la posada de San Francisco. Años más tarde llegaban al centro de San Miguel Allende los autobuses de turismo, que comunicaban a San Miguel y Celaya y su oficina estaba en La Terraza.
Pancho, su papá y Vicente Zúñiga vendían el Sol de León. De ahí el mote de «el Sol» que desde entonces se le quedó. El corresponsal en aquel tiempo era don Chava Hernández, que tenía a su cargo el hotel La Fuente en la calle de Umarán y después trabajó en la oficina federal de hacienda.
En el portal de Allende estaba el Colibrí de la Sra. Masip y, después de Carmelita Delgadillo, estaba la casa del don Oliverio Fernández, luego al lado estaba el restaurante «Bugambilia» de la familia Arteaga, que durante muchos años fue el corazón social de San Miguel.
Ahí en Bugambilia nació el Fisgón anteojudo en abril de 1948, primero fue una hoja por una sola cara en donde don Manuel hacía comentarios breves o críticas entre amigos y tuvo tal impacto que después hacía varias copias (era el tiempo del papel pasante que, seguramente, muchos de los que me leen no llegaron a conocer) para el grupo de interesados que creció.
Finalmente, los temas más populares los imprimía en un mimeógrafo y se vendían en Bugambilia y en otros lugares como Los Panchos o se hacían entregas de casa en casa, (mi esposa y mi cuñada Paty eran sus vendedoras). Felicidades allá arriba a don Manuel por los años que nos hizo sonreír con sus ocurrencias, datos y su forma tan peculiar de escribir. Prosigo el recuerdo del portal Allende: hacia abajo seguía el Banco de comercio, enseguida la internacional «Cucaracha» y luego la tienda de ropa de doña Tere García y su esposo don Goyo Mayagoytia, dueños del palacio del mayorazgo.
Ya termino:
Francisco estuvo casado más de treinta años con María de los Ángeles Chavarría Ortega, tuvo un hijo, Paco, como dije antes, que sigue el oficio. Tenía como filosofía de vida la regla de oro: “Trata a los demás como quieras que te traten”, era enemigo de hablar mal de alguien, por lo que ganó el buen aprecio de muchas personas que tuvieron un buen concepto de él. Igualmente comentaba que evitaba tener malas relaciones con amigos y clientes, respetaba la amistad. Nunca pedía algo que no estuviera en sus manos conceder. No porque conociera a una persona y estuviera en un lugar importante iba a importunar pidiéndole algo que debía comprar con su trabajo.
Así pensaba y vivía Francisco González Sánchez, «el Sol». Dios lo reciba y le premie el ejemplo de vida que siempre fue.
Descansa en paz, amigo.