Fray Juan de San Miguel en Uruapan, Michoacán

Por Luis Felipe Rodríguez

Don Eduardo de Heredia, en su valioso estudio de Fray Juan de San Miguel, fundador de Uruapan, dice: “Como ningún autor, ni antiguo ni moderno, fija fecha de la llegada de fray Juan de San Miguel a Uruapan, no quedan otros recurso que enterar en el terreno de las conjeturas” y concluye: “si fray Juan fundó en Guayangareo el Colegio de San Miguel, en 1531 y de ahí se dirigió a fundar gran parte de la sierra, se puede tener por cierto que fue a Uruapan en 1533, ya que el historiador y cronista Beaumont afirma que fray Juan era guardián del convento de Uruapan en 1534”.

          Por su parte, Enrique Eduardo Ríos menciona que si al salir para Tehuantepec ya estaba en Uruapan y sucedió a finales de 1532, entonces en ese año se fundó este poblado. De igual forma este investigador corrige a quienes atribuyen al obispo Tata Vasco la construcción de los primeros hospitales de Michoacán, obra del humilde fray Juan quien es opacado por la figura señera del gran obispo.

          En 1540, fray Juan dejó su vergel de Uruapan para encargarse de la guardianía del Convento de Santa María de Gracias del pueblo de San Francisco de Acámbaro, en tierra de chichimecas, fundado por el cacique otomí don Nicolás de San Luis Montañés, compañero de don Fernando de Tapia, quienes, vencedores de la batalla de Cerrito Colorado en julio de 1531, propiciaron las fundaciones de Apaseo y Tócuaro.

          En Acámbaro, fray Juan termina la iglesia y el Hospital Real, y misiona en Jerécuaro, Coroneo, Contepec, Tarandacuao, Irámuco, Tócuaro y otros lugares más.

          En 1542, se fue a la ciudad de Querétaro a predicar la nueva cruzada. No hubo gente principal que se escapara de oír sus ruegos, no hubo soldado que no recibiera una súplica suya para tal empresa. Tanto pidió y suplicó que en ese mismo año logró que un corto número de españoles, tarascos y otomíes de las fuerzas de don Fernando de Tapia le acompañaran en su viaje de regreso al pueblo de Acámbaro para preparar la entrada a la región de los bravos chichimecas.

          De Acámbaro se fue a Apaseo, luego a Chamacuero y siguió caminando, buscando a los salteadores chichimecas, que huían como venados. Cuando llegó a un sitio fresco y ameno, situado a unos cuantos kilómetros abajo del San Miguel de Allende actual, se detuvo y, como presintiendo que en aquel paraje estaba el porvenir de los indios, mandó que se hiciesen enramas para acampar.

          Él mismo eligió el lugar propio para la iglesia, él mismo trazó las calles del nuevo pueblo; él, con sus manos encallecidas y flacas, cortó las ramas que deberían cubrir la ermita provincial. Después buscó nuevos pobladores para su nuevo pueblo y cuando hubo juntado algunos, les dio posesión del lugar en el nombre de Dios y en el del Rey de España. Dejó algunos indios tarascos y otomíes de Querétaro y luego de haber nombrado autoridades, repartido tierras para labranza y predicado la paz, se fue con poca gente al norte y fundó Xichú en la áspera Sierra Gorda; después volvió a San Miguel.

          Nuevamente instruyó a sus vecinos, encargándoles el cuidado de la cruz y regresó a su convento de Acámbaro, donde se hacían rogaciones por el buen éxito de su obra misional. Ya en el claustro, envió a fray Bernardo de Cossin al pueblecillo recién fundado para que cuidase de las almas y supervisara la construcción del templo de piedra.

         Fray Juan, aunque lo deseaba, no volvió a visitar su pueblo de San Miguel después de 1543. En aquel entonces fray Juan tenía 43 años. Iba con el siglo, pues cuando declaró en el Juicio de don Vasco, el año de 1536, dijo tener “treinta y seis años, poco más o menos”. No era viejo, pero había trabajado tan intensamente que parecía un abuelo.

          Quiso Dios que, cuando más cansado estaba, lo mandaran nuevamente a Uruapan, a su vergel lleno de rumores de agua y cantos de pájaros. Se sabe que murió antes que don Vasco de Quiroga, en el mismo hospital, en la misma dulce paz del Señor, amado y llorado por su pueblo de Uruapan el 3 de mayo de 1555. Indios y españoles lo sepultaron en la iglesia a la derecha del altar mayor. El recuerdo de sus obras perdura en Michoacán y en Guanajuato con sabor de milagro marigliano.

          En el retrato suyo que se conserva en Uruapan, hay escrita esta leyenda:

“pobre, humilde y religioso, 

a fray Juan de San Miguel 

lo presenta aquí el pincel 

por ser pastor tan celoso, 

y más cuando prodigioso, 

la tierra que transitaba, 

pareciendo que volaba 

decía misa en San Gregorio, 

y en este pueblo es notorio 

que la mayor la cantaba”.

          Fray Juan, cazador de almas, apostó andariego sin pan y sin abrigo, pasó por el ancho escenario de la Nueva España derramando amor y caridad. Su obra, grande o pequeña, fue fecunda. Su recuerdo vive en el corazón de los pobres, más que en las páginas de la Historia.

Cuadernos Franciscanistas, Fray Juan de San Miguel, fundador de pueblos. Eduardo Enrique Ríos. 1943