Por Luis Felipe Rodríguez
La primera parte de esta historia se publicó en la edición pasada del 11 de agosto. En ella hablábamos sobre el momento cumbre cuando “El Pípila” puso sobre su espalda la gran losa para incendiar la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato.
El conocimiento de la hazaña del Pípila cundió rápidamente entre el pueblo y queriendo nuestro personaje reunirse al ejército libertador, posiblemente para proteger a su familia de represalias de los españoles, determinó pasarla a la villa de San Miguel el Grande, donde compró una casita y probablemente alguna tierra.
Algunos días después, quizá en el patio del cuartel de San Pedro, que de momento les servía al cura, generales y parte de la tropa, como morada, el Excelentísimo señor don Miguel Hidalgo y Costilla, en presencia de su oficialidad le extendió al Pípila un nombramiento de capitán, en consideración al honroso servicio prestado por él a la causa; ya que, sin su arrojo de aventurarse a quemar la puerta de la Alhóndiga, no se hubiera tomado tan rápido esta fortaleza. También, como distinción especial, nuestro Pípila quedó encuadrado como infante dentro de la cuarta compañía del batallón escolta personal del Cura Hidalgo.
El siguiente 10 de octubre salió de Guanajuato el ínclito Hidalgo y su ejército, llevando entre su tropa al ya reconocido Pípila; pasando por Irapuato, Salamanca, Valle de Santiago, Jaral, Yuriria, Maravatío, Salvatierra, Acámbaro, Zinapécuaro, para llegar a Valladolid el 17 del mismo mes: ciudad que los recibió, por lo menos el pueblo, con los brazos abiertos.
De la señorial Valladolid partió la insurgencia con rumbo a la Ciudad de México, llegando a seis leguas de ésta, al Monte de las Cruces, donde se enfrentaron el 30 de octubre con los realistas al mando del brigadier Torcuato Trujillo.
Vencieron los insurgentes, pero en dicha batalla, según nos dice el escritor español, nacionalizado mexicano, Enrique de Olavarría y Ferrari en su novela «La derrota de las Cruces», el Pípila sin «separarse ni un solo momento de Allende y acometiendo con él todas las acciones en que mayores eran los riesgos y peligro de perecer, había recibido una herida mortal… » de la cual expiró.
No conocemos la fuente en la cual el señor Olavarría se fincó para aseverar tal hecho en tal lugar, pero en cambio, como más adelante veremos, sabemos que siguió el Pípila con Hidalgo y sus contingentes.
Del Monte de las Cruces volvieron los insurgentes con rumbo a Querétaro y en el camino se encontraron con el enemigo, comandado por Félix María Calleja del Rey, trabando combate en Aculco, resultando derrotado el ejército de los libertadores.
Hidalgo pasó por Celaya y continuó hacia Valladolid y el Pípila lo fue siguiendo. De Valladolid continuaron los insurgentes a Guadalajara, siendo derrotados nuevamente en el puente de Calderón. Sucedió tal desastre que Hidalgo continuó para Aguascalientes y luego a Zacatecas y Saltillo.
En este último lugar, quedó don Ignacio López Rayón nombrado jefe de la revolución, mientras los principales cabecillas seguían hacia el norte con rumbo a los Estados Unidos a adquirir elementos de guerra.
Dentro del contingente que le quedó a Rayón venía nuestro Pípila. Rayón volvió a Zacatecas, tuvo algunos triunfos y continuó con rumbo a Michoacán, pero en el rancho del Maguey del municipio de Jesús María, cercano a Aguascalientes, el 3 de mayo de 1811 fue alcanzado y derrotado por el realista Amparán, donde perdió la vida el Pípila.
Sin embargo, tal parecería que no hubo tal muerte, pues todavía en el año de 1926 existía en la oficina del registro civil de la ciudad de San Miguel de Allende, en el libro número tres, a foja 274 vuelta, el acta número 622 que rezaba: “Martínez Juan José. En la ciudad de Allende el domingo veintiséis de julio de mil ochocientos sesenta y tres, ante mí el juez del Estado Civil… presente Miguel Martínez… dijo que ayer falleció de un dolor cólico Juan José Martínez de ochenta y un años, hijo legítimo de Pedro Martínez y de María Rufina Amaro, difuntos. Que el finado fue el que incendió la puerta del castillo de Granaditas de Guanajuato en el año de la Independencia de mil ochocientos diez a quien le decían «El Pípila».”
Pero como veremos, tal parece que esta persona no fue más que un homónimo del Pípila, quien, quizá, como sostiene el maestro Topete del Valle, valiéndose de la igualdad del nombre, lo suplantó, haciéndose pasar por el héroe.
Tomado de: “El Pípila, Héroe popular de la independencia”, escrito por Isauro Rionda Arreguín.