Historia de San Miguel de Allende: Los dos mercados «Ignacio Ramírez» de 1889 y 1970

Por Luis Felipe Rodríguez Palacios

La semana pasada acompañé a mi esposa al Mercado “Ignacio Ramírez” para ordenar un arreglo floral con nuestra amiga y compañera Josefina Valle. Caminar por ese mercado me hizo recordar aquellas ocasiones en que acompañaba a mi madre al mercado antiguo a comprar lo necesario para cocinar. Evocar aquellas escenas fue volver a decir para mis adentros que fue un robo en despoblado el que se cometió con los comerciantes y, más aún, con todos los sanmiguelenses, porque si bien es cierto que el mercado requería techos nuevos, las enormes columnas de piedra labrada eran sólidas, tanto, que hoy todavía seguramente adornan algún hotel o rancho particular. 

Haberlo conservado hubiese sido un acierto. Uno de los cronistas de entonces se manifestó a favor del proyecto que alabó por ser un espacio digno para la estatua ecuestre del Generalísimo Allende y en donde se podrían realizar eventos cívicos masivos. La realidad me dice otra cosa diferente: se destruyó un hermoso edificio y el espacio es totalmente inútil para esos fines pues, a todas luces, es insuficiente.

La estatua ecuestre de don Ignacio podría haberse colocado en muchos otros sitios, como finalmente sucedió por los distintos cambios que han tenido las esculturas de nuestro héroe. Sólo una visión muy estrecha piensa únicamente en el centro de San Miguel para su progreso.

Pero dejemos de lado esta decisión por haber sido ya ejecutada y nada podemos remediar. Déjenme recordar a mi madre quien subía por aquella escalera que estaba en la cara suroeste del bello inmueble. Amplios pasillos con piso de mosaico en rojo y blanco. Las planchas eran terminadas en cemento pulido teñido de rojo. Todo era actividad. Chuy Téllez recuerda que los primeros puestos de fruta eran de don Hilario Téllez y don Leonardo González, después habla de dos de abarrotes la de la familia de don Cutberto Espínola y “Los Panchos” de mi suegro don Pancho Téllez, luego estaba don Pepe López con su zapatería y enseguida don Jesús y su esposa Lolita, al final del pasillo, en el rincón, estaban “Los Tres diamantes “de don Manuel Retana quien tenía dos locales; en ellos, recuerda José Luis Bautista, el “Huichol”, durante las celebraciones como la de la Virgen de Guadalupe y otras se llegaron a presentar grupos musicales como los “Swans”, el Conjunto “Allende” y los “German’s”. Eran tiempos en que no había el tonelaje de aparatos electrónicos que hoy usan y ese pequeño espacio era suficiente. La gente daba vueltas en los pasillos, como los domingos en el jardín principal. De eso también se acuerda, añorante, el “Gordo” Ledesma.

María de Jesús, hija de don Hilario, se acuerda que enfrente a su papá estaba don Domingo con la “varilla”, luego doña Lucita, la zapatería de don Luis Rosas y la carnicería de los Osuna; después la de don Alfredo Ruiz y enseguida del pasillo la de don Baldomero y más adelante doña Domitila, don Martín, con sus deliciosas gelatinas, más adelante “Concho” Ceballos con sus abarrotes. Regresando al oriente estaba don José López con sus cambayas y las “Chenchas”. En el pasillo paralelo a la calle de Insurgentes estaba don Socorro, Mariquita y don Tomás con su verdura, enseguida doña Juanita, Lola y Pachita a quienes llamaban las “blanditas” —ignoro por qué— luego venía la escalera que estaba frente a la puerta del Colegio de San Francisco de Sales.

En el mercado actual tuve oportunidad de platicar con doña Reyes Vargas, menuda de cuerpo, pero con una buena memoria, cierra los ojos para contestar mi pregunta de quién se acuerda y empieza a enumerar muchos nombres de los compañeros que ha tenido desde que tiene uso de razón pues su mamá la inició en el comercio en ese mercado desde muy chica. Recuerda que ella vendía tortillas que traía en una canasta, junto al puesto de mantas en uno de los pasillos. Actualmente trabaja en una de las fondas. Mucha gente la conoce como doña Reyes Arias que es su apellido materno pues no usa el Vargas. Recuerda que su abuela y sus tíos Úrsula, Jesús y Goyo eran los que surtían de cebolla, cilantro y verdura en general que llevaban de la huerta que estaba en el Obraje. Recuerda que su papá y sus tíos usaban el mecapal con que se recargaban los canastos para venir a surtir a los diferentes puestos de verdura.

Después de la puerta que daba a la Salud seguían los chocomiles “El Pingüino” de doña Teófila, luego don Narciso que vendía fruta, enseguida la mercería “El Refugio” de don Salvador Soria, junto a Toñita y Chuchita que vendían verduras y venían de Comonfort. Dando la vuelta, en paralelo con la calle de Colegio, estaban los abarrotes de los Muñiz, don Julio y don Gabino y luego las verduras de don Odilón Rojas; después había una puerta a la mitad de ese pasillo en donde había una llave de agua de donde se abastecían los locatarios y por esa entrada estaba doña Lore y don Rafa, luego estaba don Chencho, enseguida doña Celedonia, enfrente don Juan quien vendía pan y después la carnicería de los Muñiz y enfrente doña Brígida, don Chayo con su café con leche, mamá de Remedios y luego doña Mary.

Continuará…