Por Luis Felipe Rodríguez
El 29 de junio de 1779 se colocó la primera piedra del actual templo de San Francisco.
En 1542, fray Juan de San Miguel fundó la misión de San Miguel, junto al río de San Miguel (hoy Río Laja), en un sitio conocido actualmente como San Miguel Viejo. En 1551, después de ser atacada por indios, la misión fue trasladada más al oriente de su emplazamiento primitivo, a cargo de fray Bernardo de Cossin, quien la estableció en el lugar conocido como Izcuinapan.
Fray Gonzalo de las Casas, quien escribió sus “Noticias chichimecas” para el virrey Enríquez (1568-80), afirmó que “…los padres de la orden del señor San Francisco tomaron la mano en ello e hicieron un monasterio en la villa del Señor San Miguel, donde se juntó mucha gente de estos chichimecas Guamares y con ellos se poblaron otros indios otomíes y tarascos…”.
Este monasterio, indudablemente modesto dadas las precarias condiciones del poblado y a escasos diez años de evangelización, fue la construcción anexa a la misión de San Miguel, fundada por fray Bernardo y continuada por fray Ángel de Salcedo. Dos años más tarde, en 1564 se convirtió la misión en Parroquia, por disposición del obispo vasco de Quiroga y por consiguiente el antiguo convento cambió de nombre y pasó a ser el curato del primer párroco, que pudo ser un franciscano, terminando de esta manera el trabajo misionero de los primeros franciscanos. A partir de ese momento, el antiguo convento dejó de aparecer como tal en los anales de la Provincia, concordando con los cronistas La Rea y Romero.
De vuelta a la villa de San Miguel, en 1606 iniciaron su trabajo interrumpido casi medio siglo antes. Dedicaron sus esfuerzos a la evangelización de las gentes sencillas del campo, tomando a su cargo por disposición del párroco algunas estancias ganaderas e incipientes rancherías, a las cuales visitaban periódicamente.
En la villa empezaron la construcción de su capilla, bajo la advocación de San Antonio y su convento anexo, bajo el mismo patrocinio del santo de Padua. Pronto surgió un modesto conjunto conventual, el cual ha llegado hasta nuestros días con ligeros cambios. Su iglesia erigida como San Antonio hoy se le conoce como templo de la Tercera Orden. También su convento, el pueblo le permutó su nombre por el de San Francisco, en virtud de que el templo que actualmente domina el conjunto lleva esta denominación.
El convento primitivo se localiza al norte del templo de la Tercera Orden. Su construcción pesada y desprovista de ornamentación barroca la ubica entre los edificios que se encontraban en un proceso de transición, esto es, del estilo dominado por el renacimiento al barroco. El trabajo constructivo se inició en 1606 y se interrumpió en 1638, volviéndose a reemprender en 1680, pero ya con ideas completamente barrocas. Para fines del siglo, gracias a la ayuda de sanmiguelenses, se mejoró y amplió el convento y se construyó la primitiva iglesia de San Francisco, colocada con respecto al convento de tal forma que contigua una rinconada que funcionaba como atrio, el cual estaba delimitado por una barda almenada, con dos arcos de ingreso: uno al sur, que comunicaba con la calle de San Antonio (hoy de San Francisco) y otro al oriente, comunicando con la calle de Azcapotzalco (hoy Juárez).
La obra se extendió hasta principios del siglo XVIII y en 1713 se volvió a bendecir el altar principal, según documento del archivo del Oratorio, en donde se invitó a la Congregación para que asistiera a la ceremonia. Fue en este año cuando se le hicieron algunas reformas a la fachada principal destacando la colocación de la espadaña que sirve de campanario a la iglesia.
El templo primitivo de San Francisco fue demolido antes de 1779, pues a partir del día 2 de marzo de ese año en el libro en donde se asientan las limosnas “para la construcción de la iglesia que se está haciendo en el convento de N:S:P: San Francisco”, se consignan las aportaciones y gastos de tal edificio, que en sus inicios estuvo a cargo de don Manuel de la Fuente. Esta construcción duró veinte años, terminándose el 13 de abril de 1799, año en que fue consagrada la nueva iglesia.
El templo de San Francisco es una de las más preciadas joyas de la arquitectura virreinal sanmiguelense. Su exterior presenta una esbelta torre y una armónica cúpula revestida de azulejos, con grandes ventanales que dan abundante luz a su interior, conjunto que por su dinamismo se antoja en fuga hacia el cielo.
La fachada está perfectamente elaborada, revela la capacidad y personalidad artística definida y madura de su autor, capaz de fijar nuestra atención en su obra y de repercutir su arte más allá de su estructura, pues encontramos repetidos algunos de los elementos decorativos como en el pórtico del templo de la Concepción; en la ventana central de la casa del Conde del Jaral de Berrio (1787) conocida como la Casa del “Pachón”; así como en el pórtico de la parroquia de Dolores Hidalgo (1778), que sin dudarlo es obra del mismo arquitecto.
La torre del templo se levanta esplendorosa en el fondo azul del cielo que enmarca al conjunto de edificios franciscanos. Hace su aparición en forma imprevista para quienes por primera vez visitan este lugar tan lleno de reminiscencias coloniales, con sus tres cuerpos afianzados en el cubo oriente que se eleva liso hasta la cornisa, al nivel de las bóvedas de la iglesia de la que forma parte.
Su cúspide atrevida desafía las alturas, resaltando aún más en el cielo por medio del cupulín ochavado que a manera de remate sostiene un globo y sobre este se yergue la cruz patriarcal de doble brazo y su inseparable veleta dieciochesca, como dedo imponente que señala al infinito.
Fuente:
Estampas Sanmiguelenses 3
José Cornelio López Espinosa