Por Luis Felipe Rodríguez
Introducción a esta colaboración y agradecimiento al querido maestro César Hoyos Dobarganes
José Abel Sánchez Garibay dice textualmente: “La importancia de poder presumir a los cronistas de nuestros pueblos y ciudades y de poder tenerlos entre nosotros obliga a toda institución a poder contar o nombrar a este infaltable fedatario de la historia que debe quedar acreditada por ellos día con día. Este ejercicio tan poco reconocido en estos tiempos data desde el año 484 a. C. al mundo llegó en ese año a quien se le conocería como El padre de la historia, ya que fue Herodoto quien con sus escritos dejó constancia de las batallas de los Griegos en contra del temido Darío y su hijo Jerjes con sus tropas persas, ya que en estos épicos encuentros salieron avante los Griegos a quienes en el mundo occidental se les reconoce como los padres de la democracia, este personaje obligó desde entonces a toda nación y pueblo a tener su memoria de tiempos, logros, desarrollo y vida de sus habitantes”.
Los cronistas e historiadores de Guanajuato consideran que la “historia oficial” no siempre es justa, en muchas ocasiones se ha dejado a un lado a los verdaderos personajes de la historia, por esta razón la búsqueda de la verdad lleva a los cronistas a un laberinto de relatos nuevos, el cronista busca conservar la memoria de la comunidad y descubrir más historias paralelas tesoro de nuestro pasado.
Cuando las Pilas de San Miguel fueron llenadas de mezcal
Hurgando en los archivos de la Presidencia Municipal de esta histórica ciudad se acaba de localizar un expediente cuya existencia se desconocía aunque no el hecho en sí, pues hay muchos vecinos que fueron protagonistas del sonado motín ocurrido en la época de la revolución cuando el once de mayo de 1911 San Miguel de Allende recibía la noticia del Triunfo de los maderistas; nada más justo que celebrarlo de tal manera que el pueblo tuviera su regocijo por lo que, la ciudad entera, de la cual era jefe político el Doctor Ignacio Hernández Macías, de grata memoria pues una calle lleva su nombre ya que varios connotados vecinos idearon en muy original procedimiento.
Comenzaron por vaciar las pilas que aún se encuentran en la plaza principal para llenarlas de mezcal, que por aquel entonces tenía como precio seis centavos el litro, dando “mano libre”, mejor dicho: “libre boca”, a todo aquel ciudadano que quisiera festejar el triunfo revolucionario.
Inútil sería señalar los efectos que produjo el contenido de las fuentes aquellas; centenares de vecinos acudían a saciar su sed, algunos hasta en forma directa metiendo la cabeza dentro de las pilas.
Pocas más tarde aquellos libertadores, totalmente borrachos, empezaron a ser azuzados por las personas que querían aprovechar la ocasión; lo primero que se les ocurrió fue amotinarse frente a la cárcel pidiendo a voz en cuello que echaran fuera los presos y como hubiera resistencia, los amotinados, qué sumaban regular número, se armaron de palos, escopetas y piedras poniendo fuego a la puerta de la prisión de la presidencia acabando por liberar a los reos pasando después a la cárcel de mujeres dónde hicieron lo propio.
Milagrosamente pudo escapar el señor alcalde; en su precipitada fuga olvidó su capa la que fue echada al fuego por la turba gritando: “ojalá estuviera dentro el alcalde para quemarlo”.
El grupo de revoltosos que, envalentonados por el mezcal qué seguían ingiriendo y por la llegada de nuevos adeptos, iban capitaneados por una mujer de nombre: María Vidal y mejor conocida como la “Pistioja” y por el licenciado Manuel Herrera, asaltaron las oficinas del Juzgado y del Jefe político prendiendo fuego a los archivos, saquearon las arcas de la tesorería robándose la caja fuerte que era arrastrada por las calles, arengándolos el citado abogado: “roben lo que puedan, el dinero es del pueblo”.
Sería muy largo relatar la lista de fechorías que se cometieron aquel día pues ya bien entrada la noche seguían robando lo que podían como el montepío “La Comodidad” del señor Felipe Dobarganes que los ahuyentó a balazos, el rico agricultor don Laureano González, quién se quejó de que le habían robado diez mil pesos oro que tenía escondidos debajo de un montón de trigo.
Estos actos de pillaje se realizaron por la especial circunstancia de que no existía fuerza de ninguna clase, soldados ni policía, todos andaban en “la bola”, pero un grupo consciente, encabezado por Don Braulio Zavala, rápidamente organizó una Guardia que puso el orden, no sin que se registraran dos muertos, bastantes heridos y muchas tropelías de la chusma.
Siendo jefe político Don José de Jesús García se pronunció la sentencia de este proceso CONDENANDO A MUERTE a: José Espinoza, Porfirio Hernández y Rosalío González por los delitos de homicidio, incendio, robo, destrucción de aparatos telefónicos, protección de fuga y otros.
De este curioso hecho, pero nada feliz, muchos guardan memoria los sanmiguelenses que aún recuerdan con toda claridad el motín que conmovió esta ciudad y qué empezó por el MEZCAL EN PILAS.