Una interpretación mística de la crucifixión de Jesús

Por Martin LeFevre

La lluvia caía como en cortinas y el sol brillaba fuerte en el horizonte hacia el oeste. Por el este, el más vívido arcoíris imaginable formaba un ángulo de 180 grados a lo largo del cielo, las bandas prismáticas de color eran casi demasiado intensas y me llenaban de emoción. Jamás había sido más apropiada la expresión que dice, “Dios es color”. 

Repentinamente apareció un fenómeno en el cielo que nunca había contemplado. Dos semicírculos color lavanda aparecieron justo por debajo del arcoíris, delgados anillos perfectamente distintos al resto del espectro de colores presente. La escena entera –lluvia, sol y arcoíris– parecía vibrantemente real y también inexplicablemente efímera. 

Hoy es Domingo de Ramos. Más allá de las irrelevantes implicaciones católicas y protestantes, más allá del dogma cristiano que reza, “murió en la cruz por nuestros pecados”, ¿podemos rescatar nuevas perspectivas acerca de lo que realmente ocurrió con la crucifixión de Cristo?

Poco antes de la pandemia comencé una serie de diálogos con los monjes trapistas del monasterio New Clairvaux, a veinte minutos del pueblo de Vina. La orden cisterciense, como es más formalmente conocida, está formada por los monjes más estrictos y devotos dentro de la tradición católica. 

Agendé una cita con el anterior abad del monasterio, el padre Thomas, quien amablemente recibió a este “hijo perdido” del catolicismo y me dio un tour de la vieja capilla, la cual fue reconstruida dentro de lo que es su nueva iglesia, como también de toda la propiedad llena de hileras de uvas con las que producen vino de alta calidad. 

El punto culminante fue la visita a la Capilla de Óvila, en donde las oraciones diarias de los monjes comienzan a las 3:30am y terminan a las 6:30pm con la celebración de completas. La Capilla fue reconstruida en California con piedras que datan del siglo XII, provenientes de un monasterio en España –fueron traídas a Estados Unidos por Randolph Hearst.

El padre Thomas atentamente me mostró cómo las antiquísimas piedras formaron la reconstrucción de lo que ahora es el corazón de la nueva iglesia de bloques de concreto. Fui capaz de identificar las marcas que los constructores medievales dejaron debajo de portales y bóvedas de crucería que ilustran la transición de la arquitectura románica a la gótica en el siglo XII. 

Mi fibra espiritual, desprovista de religiosidad, fue respetada y me honraron con una invitación al santuario de los monjes para iniciar nuestros diálogos. Llevé a cabo unas seis conversaciones de naturaleza profunda con algunos de los pocos monjes instruidos en las artes discursivas, el abad actual, padre Paul-Mark, era uno de ellos. En la última de nuestras conversaciones, le hice una pregunta al grupo que me acecha ya desde hace años, desde que mis meditaciones en la naturaleza me llevaron a revelaciones numinosas. 

Reconociendo que me adentraba en las aguas más profundas de la espiritualidad cristiana, pregunté: “nos enseñan que hacia el final, justo antes de que Cristo muriera, se lamentó, clamando, ´Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?´, ¿ustedes creen que realmente pronunció esas palabras?”

Sí, respondieron inmediatamente. Con la confianza de un místico atemperada por la humildad que le atañe a un ser humano, repliqué: “¿Se dan cuenta de lo que eso significa? Significa que el mismo Jesucristo no comprendía qué salió mal”.

Huelga decir que no estaban de acuerdo con mi interpretación, pero para serles justos, ninguno de los monjes reaccionó a la ofensiva ni me trataron como a un hereje neófito y sin brújula. Simplemente estábamos conversando. 

Hablé desde el corazón: creo que la grandeza detrás de la figura de Jesús, y la razón por la que ocupa un lugar especial en el imaginario de tanta gente occidental y de todo el mundo, a la fecha, es que él era un ser humano que no logró comprender qué salió mal, y no obstante, no le dio la espalda a Dios ni a la humanidad, sino que fue capaz de adaptar su fe y su forma de amar para poder encarar su terrible final. 

Hubo un silencio cargado en la sala. Los monjes comprendieron que mi perspectiva era la de un místico. No hubo más argumentos; el misterio de la muerte de Jesús nos envolvía. Hasta ahí lo dejamos y nos despedimos en buenos términos. Estos monjes merecen un lugar especial en mi corazón. 

A solas, después de experimentar la quietud de profundos estados meditativos, el filósofo en mí resurge con sus preguntas, su razón y lógica. ¿Por qué razón, más allá de los tratados de teología y siglos de tradición, fue Cristo denostado y crucificado?

Jesús marchó triunfalmente sobre un burro a Jerusalén no para señalar su inminente crucifixión, sabiendo que moriría como cordero expiatorio por nuestros pecados, sino para anunciar el cumplimiento de una profecía. La iglesia temprana creó un significado para su crucifixión, invirtiendo el sentido de la cruz, y desde entonces nosotros, seres occidentales, hemos vivido al resguardo de su siempre mayor sombra.

Evidentemente, Cristo era una amenaza para el orden establecido, tanto el del romano Pilato como el de los sacerdotes judíos. Desde una perspectiva histórica, esa es razón suficiente para explicar su desenlace. Sin embargo, hay un nivel y una pregunta más profundos: ¿cuál era la misión divina de Cristo?

Su objetivo no era tan solo socavar el orden establecido y construir una sociedad justa y caritativa. Su misión era mucho mayor –propiciar una revolución del corazón. 

En ese sentido, la misión fue un fracaso obviamente, aunque el fracaso no es suyo sino de la gente de aquel entonces y de ahora, ya que no era él el que necesitaba transformarse, sino nosotros. 

Así como dijo un líder religioso mucho más actual al final de sus días, reconociendo su fracaso al tratar de iluminar a la gente, “Ningún maestro, sin importar su nivel de espiritualidad, ha cambiado el curso de la historia humana”. Así que la condición humana sigue siendo un pozo insondable de ignorancia y sufrimiento, creciendo hacia fuera exitosamente, incluso si, interiormente, empeora. 

Aunque nadie se podría comparar con Cristo, no podemos abandonar a la humanidad, incluso si el ser humano está condenado. ¿Seremos capaces de comenzar a emular sus impecables enseñanzas ahora, en el momento más oscuro de la humanidad?

He aquí una serie de comentarios invaluables para mí que Jesús indudablemente pronunció:

“Deja que los muertos entierren a sus muertos”.

“En verdad les digo que si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos”. 

“Nadie enciende una lámpara y luego la esconde o la pone debajo de una canasta. En cambio, una lámpara se coloca en un lugar alto donde todos los que entran en la casa puedan ver su luz”.

Lefevremartin77@gmail.com