Más sobre la Historia del Reloj de San Miguel de Allende

Por Adriana Méndez

Afortunadamente para San Miguel de Allende, el reloj ha tenido a dos familias guardianas de quienes ha recibido los cuidados y cariño necesarios para mantenerlo como nuevo. 

Debajo del primer tramo de la escalera, que sube hasta el campanario, hay pedazos de madera antigua que pertenecieron a la escalera original que fue sustituida por la actual. Daniel y su equipo la repararon hace algunos años. Mis ojos voltearon hacia arriba mientras un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me pregunté en silencio si sería capaz de subir hasta arriba. Imaginé el recorrido que tendrían que hacer mis pies sobre cada peldaño y a mis manos bien agarradas de los barandales de madera.

Despacio y con precisión, Daniel me indicó cómo subir cada tramo de las múltiples escaleras, todas de madera. Conforme iba subiendo, en mi estómago revoloteaban mariposas nerviosas. Algunos segmentos me obligaron a pegar el cuerpo a la escalera para no golpear mi cabeza. En otros tramos tuve que caminar de rodillas. Me cuidé de no voltear hacia abajo para no invitar al vértigo a apoderarse de mí. Daniel trepaba con una destreza envidiable. Yo me alié con la precaución y seguí sus instrucciones al pie de la letra. 

Finalmente llegamos a la plataforma donde yace la inmensa joya que marca las horas. Daniel lo saludó con una sonrisa y tomó el péndulo que precisa los segundos. Lo manipuló de izquierda a derecha para ponerlo a tiempo. Después tomó una palanca y empezó a girarla mientras dos engranes enormes daban vueltas. La luz entraba tenuemente a través de las tres carátulas del reloj que tienen impresa la fecha en que las campanas sonaron, a las doce del día, por primera vez: “SEP. 16 1901”.

Me cautivó su belleza e imponente tamaño. Las pesas de plomo colgadas de cables de acero encima del Monumental van subiendo poco a poco mientras las agujas cuentan el tiempo que pasa. Decenas de engranes metálicos se mantienen en constante movimiento. Quedé maravillada con la perfección de la maquinaria que se sincroniza cada quince minutos con las tres campanas que cuelgan de la parte más alta de la torre. 

Mientras Daniel revisaba y daba cuerda al reloj, mi mirada se desvió hacia los muros de piedra que exhiben fotografías enmarcadas de distintos modelos de relojes. Las imágenes, mi memoria y mi corazón me transportaron a otros tiempos. Aquellos en los que, para saber qué hora del día era o para poner a tiempo el reloj, sintonizábamos la XEQK para escuchar la voz de Luis Ríos Castañeda que minuto a minuto nos daba la hora exacta seguido de: La hora del observatorio, misma de Haste, Haste, la hora de México.

Después de disfrutar de la vista a la ciudad desde las alturas durante unos minutos y tomar algunas fotografías emprendimos la bajada por las empinadas escaleras de madera. Logré domar a las mariposas que se instalaron nuevamente en mi panza y pisé con cuidado y firmeza cada peldaño.

Qué bonito conocer a este hombre que ama lo que hace y que ejerce su cargo oficialmente desde el 9 de febrero de 2019. Me contagió su entusiasmo y me confirmó otra vez que lo más bello de San Miguel, además de su arquitectura e historia, es su gente: generosa, entusiasta y comprometida con su ciudad. Es lo que hace la diferencia. Qué privilegio escuchar la historia de este hermosísimo reloj en voz de Daniel. Qué afortunado Don Raúl que sigue haciendo lo que más le gusta desde su relojería en la calle de Orizaba.

Una nunca sabe qué le puede traer una tarde conversada en una terraza. Esta semana me llevó a visitar un lugar que nunca imaginé conocer. A reflexionar sobre el tiempo y nuestra obsesión por contarlo. A recordar que el tiempo no espera. Transcurre objetivamente en el reloj a través de segundos que forman minutos y minutos que completan horas. Siempre del mismo tamaño. Ni la más fina y preciosa maquinaria de un reloj puede acelerar o detener el tiempo. Nuestra subjetividad, sin embargo, nos hace percibirlo con distintas duraciones y calibres. 

Disfruté cada minuto que transcurrió durante mi visita a la torre del reloj. Algunos fueron intensos y cargados de una buena dosis de adrenalina; otros retaron a mi memoria; y otros más, alegraron a los dos hemisferios de mi cerebro con información nueva y valiosa y con melodías que me enchinaron el cuerpo.

Atesoro el tiempo que transcurrió dentro de esta hermosa torre. Abona al cariño que le tengo a esta ciudad en donde elegí vivir. 

La curiosidad que me contagió Michael me regaló una experiencia entrañable. Ahora puedo contestar parcialmente a su pregunta. Me falta investigar el significado de los sonidos emitidos desde el campanario de la Parroquia, pero esa es otra historia. Las campanas de la torre del reloj entonan las notas re, la y sol. Suenan cada quince minutos con un tan-táaann que significa un cuarto de hora y precede al sonido táaaaaannn que significa una hora. ¿Podrías decirme qué hora era cuando esta historia nació, mientras disfrutaba del atardecer aquella tarde en la terraza de La Única?