Historia del arte en San Miguel de Allende: ¿Dónde está nuestra propia catrina?

Por Natalie Taylor

En México, el inicio de noviembre trae el Día de los Muertos, y con este, todas las imágenes relacionadas con la muerte. Esta celebración es otro ejemplo de la mezcla de las antiguas tradiciones prehispánicas y de la cultura española que llegó con la conquista.

Todas las culturas en todos los tiempos y en distintos lugares han personificado la muerte de una forma u otra. En el arte occidental, el más familiar es Grim Reaper (el lúgubre segador), que sostiene una guadaña para cosechar almas. Esa imagen se basó en la mitología griega anterior del barquero que traía almas al inframundo. 

Otra imagen icónica que simboliza la muerte es una calavera que se ha utilizado en las artes en diferentes partes del mundo. Una calavera o un esqueleto parecen apelar a la estética de los artistas por la simetría de los huesos; la obvia asociación con la muerte es a la vez repelente y convincente. 

Las calaveras se usaban como símbolo de la mortalidad, y a menudo formaban parte de las pinturas de bodegones. A veces, se pintaba una calavera dentro del retrato de alguien, tal vez al acecho en el fondo. O incluso podría reemplazar la cabeza del modelo, como en la pintura de 1452 de Rogier van der Weyden de la familia Braque. Las imágenes de calaveras incluso aparecieron en joyas en la Edad Media en Europa; los mecenas adinerados usaban medallones grabados con caras en un lado y calaveras en el otro. En todas estas representaciones de calaveras y huesos hay un sentimiento subyacente de fatalidad y un recordatorio de la propia mortalidad.

Sin embargo, hay una sensación diferente en el uso de calaveras y esqueletos en México durante el Día de los Muertos. Una de las imágenes icónicas es la de la Catrina, la dama esquelética ataviada con ricos atuendos. En la jerga moderna, una catrina probablemente se llamaría “fashionista”. Y de hecho, otro nombre para una catrina es “la dama elegante”.

La evolución de la Catrina y la forma en que se muestra en la actualidad es un desarrollo bastante reciente. Según muchas fuentes, la base de la catrina es Mictecacihuatl, la diosa azteca de la muerte que recoge y guarda los huesos de los muertos. En América, la diosa azteca probablemente fue influenciada por obras europeas llamadas danza macabra, que también representaba a la muerte como un esqueleto actuando en el escenario. Así, la mezcla de tradiciones europeas y aztecas resultó en el esqueleto vestido con galas. José Guadalupe Posada, un artista gráfico nacido en 1852, creó la imagen actual, que apareció por primera vez en 1873 como un grabado sobre metal. Para Posada era una imagen satírica, burlándose de los que se dan aires. Ocho décadas después, Diego Rivera pintó una Catrina colorida, refinó la imagen y la hizo popular a finales de la década de 1940.

Durante el Día de los Muertos hay innumerables representaciones de catrinas—en casas particulares, en negocios, y de hecho hay muchas “catrinas vivas” donde la gente se disfraza y maquilla para parecerse a estos esqueléticos amantes de la moda. Pero (que yo sepa) no hay representaciones permanentes de catrinas en ninguno de los murales, esculturas o pinturas de nuestra ciudad en ninguno de los edificios históricos o públicos. La Ciudad de México, por otro lado, tiene el mural principal de Diego Rivera titulado Sueño de una tarde dominical en el Parque Alameda desde 1947. La figura central de este gigantesco mural es una Catrina majestuosa que sostiene del brazo a José Guadalupe Posada, el artista que primero imaginó y la dibujó. Desafortunadamente, aquí en San Miguel de Allende, no tenemos un mural perdurable como este. Y con todos los seres históricos que tenemos—Allende, Ignacio Ramirez, el Pipila, y otros, podríamos tener un mural magnífico con ellos junto a una Catrina. 

Tenemos una obra de arte diferente que trata sobre la muerte y más allá. En la iglesia de San Francisco hay una pequeña escultura que representa el infierno y las almas sufrientes. Es una obra pequeña, empequeñecida por las numerosas esculturas grandes de santos. Pero las llamas del infierno en la escultura son de un rojo brillante, y los individuos que están dentro se ven apropiadamente angustiados. A diferencia de una Catrina, este recordatorio de la mortalidad es todo sombrío y sin humor. Quizás algún buen artista sanmiguelense se dé finalmente a la tarea de crear una obra de arte pública; ¡una Catrina colorida y alegre!

Natalie Taylor: Licenciatura en Literatura Inglesa y Periodismo, Universidad de Loyola, Chicago, 1995. Maestría en Bellas Artes en Escritura Creativa, Vermont College, Montpelier, VT, 1999. Escritora, editora y periodista publicada. Profesora de español en Estados Unidos, profesora de inglés en Buenos Aires, Argentina. Traductora. www.natalietaylor.org Contacto: tangonata@gmail.com