Flor de un día, estrella fugaz

Por Rodrigo Díaz, Josemaría Moreno y Bernardo Moreno

Es difícil traducir al español el concepto rector de esta columna: one-hit wonder, que literalmente se refiere a un artista que sólo es capaz de producir una obra —usualmente musical, pero aquí nos hemos extendido— de altísima calidad para después desaparecer en el olvido de la gente o continuar trabajando sin gran aprecio popular o crítico. Siendo una flor algo extremadamente hermoso y efímero —más si lo es de un día—, reconocemos que el trabajo de un artista, incluso el trabajo de alguien que simplemente aspira a crear belleza o armonía, puede ser complicado y frecuentemente extenuante, algo que famosamente ha dejado a más de uno en la ruina emocional, psicológica y espiritual. Cuales sean las razones por las que un artista no pudo continuar con lo que parecía una brillante carrera al producir su gran éxito, el mérito de su logro atestigua lo fortuito de la inspiración, la creación y las pretensiones humanas. Por eso aquí nos tomamos un tiempo para apreciar tres profundas obras que ni sus creadores pudieron imitar. Con esta contribución “Los Imprescindibles” regresan a este periódico, esperando que nuestra apreciada, aun si pequeña, audiencia, no nos considere, guardando las dimensiones apropiadas, flor de un día en estas páginas.

La Conjura de los Necios, John Kennedy Toole, 1980

¿Se considerará un acto poético anticapitalista, cometer suicidio encerrado en tu automóvil (que, quizá, represente la máquina de producción masiva por excelencia), trayendo al interior con una manguera los humos del escape (los mismos que envenenan el ecosistema) hasta la asfixia: mejor conocido como intoxicación por monóxido de carbono? Pues así lo hizo el autor de la Conjura de los Necios a los treinta y dos años, sin haber publicado ninguna novela. Su madre, quien se quedó a cargo de sus manuscritos, fue la que buscó un mejor destino a la novela, sin tener éxito al principio, hasta que logró que un escritor de cierto renombre lo leyera y este sí encontró quien lo publicara. Al año siguiente de su publicación ganó el premio Pulitzer de ficción en 1981. Ignatius J. Reilly  —el protagonista— es un gordo fracasado de ideas medievalistas (seguidor de Boecio), apegado desde la misma ficción del personaje a la filosofía del estoico, quien vive con su mamá, está en busca del amor y de ser autosuficiente, en medio de un Nueva Orleans estridente. Novela de excelso humor negro, para nosotros, la mejor de su tipo. ¿Usted qué opina?

Los tres entierros de Melquiades Estrada, Tommy Lee Jones, 2005

Esta película marca el debut como director del ultrarreconocido actor americano de Hombres de negro. Con ella, Tommy Lee consiguió —de la mano del guionista Guillermo Arriaga (21 gramos, Babel, Amores perros) —ser nominado al palmarés de Cannes, que desafortunadamente no alcanzó. Aunque Tommy Lee dirigiría otras dos películas, ninguna le mereció la recepción de este primer trabajo. El film es una especie de reelaboración de la insondable obra de Faulkner, Mientras agonizo. Aquí también, en una tierra más mítica que real, se narra la historia de un cadáver que tiene que ser transportado a una tierra prometida en donde supuestamente encontrará el descanso: pero la paz eterna es una obsesión de los vivos, no de los muertos. La empresa, absurda por naturaleza, demuestra la fatuidad de la vida como proyecto para la muerte. Un oficial de la policía fronteriza de Estados Unidos asesina a Melquiades, un mexicano indocumentado, lo entierra una primera vez para esconder su crimen; el cuerpo es hallado y enterrado una segunda vez por el sheriff de la comunidad; y finalmente, el amigo de Melchor, que le había prometido enterrarlo en su tierra natal si acaso muriera en Texas, lo transporta, sin embalsamar, hasta el pueblo de Jiménez, cargando como prisionero al asesino racista. El viaje es duro, surreal, el mismo hecho es relatado desde distintas perspectivas, y el resultado es una obra sobria, de actuaciones incólumes y graníticas como el paisaje que la acoge.

Unbelievable, Schubert Dip, EMF (1991)

Acuñado por la industria musical, los one-hit wonders respondía, sobre todo, a quienes cruzaron como estrella fugaz por el horizonte de las populares listas de éxitos —como los Billboard Hot 100 o el UK Singles Chart—, antes de perderse en el olvido de la industria discográfica. Paradójicamente, los one-hit wonders se han añejado con gran valor de melancolía, a través de los años, en el corazón de los escuchas. ¿Quién no ha contemplado alguno de esos éxitos inolvidables en el playlist de su vida? Seguramente quien lee estas líneas ha recordado grandes ejemplos como What’s up? de 4 Non Blondes, Don’t worry be happy de Bobby McFerrin, What is love? de Haddaway, entre muchos, muchos otros. Aquí recordamos un éxito rampante en la escena británica de principios de los noventa: Unbelievable, de EMF (Epsom Mad Funkers), joya indiscutible de su primera producción Schubert Dip, lanzado como sencillo en diciembre de 1990 en Reino Unido y alcanzando la cima de las listas en el mundo entero, pocos meses después —número 1 en los Billboard—. Fusionando elementos del rock con el techno, el house y el dance alternativo, los chicos de Gloucestershire lograron poner a bailar a millones con un hit verdaderamente… increíble.