Lo (in)necesario de la religión

Por Rodrigo Díaz, José María Moreno y Bernardo Moreno

Ahora que nos acercamos a la Semana Santa, nos propusimos hacer tres recomendaciones sobre una fecha que para muchos es motivo de fiesta, y para otros –como quien trabaja en la industria del turismo–, una pesadilla necesaria. Los rituales religiosos han acompañado al ser humano durante toda su historia conocida. Incluso hay evidencias que señalan que los neandertales, esa especie de primo europeo perdido, enterraban ya a sus muertos. No hay una explicación antropológica o filosófica que determine la necesidad de la religión –y al ser ubicua en todos los tiempos, ciertamente parece ser una necesidad, más que una simple constante. El tema se presta a polémicas insalvables, retorcidas o sencillamente tercas. Pero nosotros no somos creyentes, ni siquiera nos definimos como ateos: a las personas que no creen en Dios, les resulta ocioso el tener que definirse con base en algo que los tiene sin cuidado. Como dijera Hervé Le Tellier en La anomalía: para mí Dios es como el póquer, me vale madres, y definitivamente no me junto con gente que se sienta a discutir cuántas madres le valen el póker. Es algo irrelevante, por lo tanto, no nos define de ninguna manera. Aunque millones de personas opinan muy diferente, y así, abrimos el espacio a la controversia a través de las siguientes recomendaciones.

Henri Bergson, Las dos fuentes de la moral y la religión, 1932

El gran pensador francés nos regaló una última joya. En este texto, como en toda su obra, se abre una dicotomía entre lo estático y lo dinámico. Para este laureado nobel, tanto la religión como la moral proceden, por un lado, de una tendencia a solidificar convenciones y buscar la conformidad a reglas y normas sociales; y por el otro lado, una especie de instinto o aspiración por alcanzar una creatividad dinámica, espontánea y estética –siempre presente en el arte y la filosofía– que, en términos religiosos, sólo los héroes místicos y los santos han conseguido revelar. Una de las herencias más llamativas de este libro es la “función fabuladora”. El ser humano desarrolla esta capacidad como si acaso se tratara de un instinto propio de la naturaleza por protegerse a sí misma: la inteligencia exacerba el egoísmo, por lo tanto, la naturaleza se previene e instila esta función en el ser humano como una dotación mística capaz de crear dioses, mitos –narraciones en último lugar– que faciliten más conexiones sociales y creativas. La definición del ser humano de Bergson ya no sólo es la de un animal que ríe, y hace reír, sino también la de un animal narrativo.

Daniel Johnston, Welcome to my world, 2006

Enigmático, infantil, suicida, inocente, sentimental. Profundamente enamorado de la única chica que en algún momento salió con él en la preparatoria. Sufrió trastornos del estado de ánimo severos con constantes vueltas al hospital psiquiátrico. Estaba seguro que si Satán estaba al pendiente de alguien era, sin duda, de él. Si alguien ha sido un auténtico artista hasta la médula, es Daniel Johnston. El tono de voz al cantar, el ruido que creaba desde el sótano en casa de sus papás, las profundamente tiernas letras poéticas o caóticas y sin sentido. Se hizo famoso por casualidad, fue cosa de que alguien le diera chance de estar sobre un escenario y eso sucedió en Austin. Ahí mismo se puso a vender sus casetes. La genialidad lo desbordaba. El más auténtico de su generación, el más desconocido también. Sonic Youth intentó hacer algo con él, imposible. Kurt Cobain se hizo una camisa de la portada de uno de sus discos, que llevó puesta en varias entrevistas. Museos llevaron su obra plástica por todo el mundo. Sobreviviente de un accidente aéreo del que estaba seguro que Dios lo salvaría: su papá manejaba una avioneta, había sido piloto militar y a Daniel se le ocurrió en pleno vuelo, quitar las llaves del encendido, apagar el avión y aventarlas por la ventana. Pérdida total, a ninguno de los dos tripulantes les pasó absolutamente nada. Daniel estaba feliz, pues era algo, recuerda en alguna entrevista, que tenía que suceder. Este es un disco compendio de algunas de sus mejores canciones.

Ari Aster, Midsommar, 2019Esta es, más que una película de terror —y así lo ha señalado la crítica general— una película inquietante. El segundo film del director neoyorquino se apropia de la tradicional celebración sueca para, a través de la relación de una pareja inestable y sus amigos, desplegar una historia llena de tensiones imprevistas y surrealistas contextos. Ari Aster no tarda mucho en darnos el primer golpe cuando nos revela que Terri, la hermana bipolar de Dani Ardor, se suicida y asesina a sus padres llenando la casa con monóxido de carbono. A partir de ahí, la traumatizada protagonista nos deja claro su facilidad para caer en crisis, contagiando a los espectadores de un nerviosismo casi sordo que va in crescendo cuando viaja con su novio Christian Hughes, a una celebración sectaria en un pueblo de Suecia, como parte de una investigación para su tesis de antropología. La ancestral comuna en la que se ven inmersos, va revelando costumbres salvajes arropadas de justificaciones religiosas: senicidios, ritos sexuales, ingestas alucinógenas que generan una atmósfera oscura, contrastando hermosamente con los colores, las flores y la supuesta armonía que existe entre los habitantes de Hårga, donde bellas chicas vestidas de blanco son capaces de victimizar a uno de los visitantes con la ejecución ritual conocida como “águila de sangre”, en la que se hace un corte vertical en la espalda de la víctima, abriéndole las costillas a manera de alas, según algunas sagas nórdicas. Definitivamente “inquietante” es el adjetivo apropiado.