Por Rodrigo Díaz, José María Moreno y Bernardo Moreno
Apenas unos días atrás en Estados Unidos hubo otros dos tiroteos masivos perpetrados por jóvenes de dieciocho años. Uno enfocado en matar a americanos afrodescendientes, otro en matar a niños. Los dos jóvenes se hicieron de las armas —un rifle de asalto semiautomático— legalmente. La política pública en Estados Unidos que ha logrado que la compra de casi cualquier arma pueda ser adquirida por adolescentes es simplemente vil, así como lo son esas voces de políticos que proponen el uso de chalecos antibalas para docentes y alumnos, entrenamiento a maestros en abatimiento, arcos de seguridad a la entrada de escuelas, simulacros en caso de masacre. Desde los cinco años de edad, a los niños en las escuelas de Estados Unidos se les explica qué es una masacre y qué es lo que tienen que hacer en caso de que suceda. La Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés) es la asociación de derechos civiles más antigua de Estados Unidos y se enfoca en la defensa de la segunda enmienda de la constitución, el derecho a poseer armas. Hoy en día es el brazo político de la industria armamentista, que igual empujan para que adolescentes puedan comprar armas, como aconsejan estrategias de seguridad mal enfocadas en el extranjero, como la famosa “rápido y furioso” que introdujo decenas de miles de armas que acabaron en manos del crimen organizado en México, o apoyos en armas a grupos separatistas en Siria y Ucrania, por mencionar algunos ejemplos. A continuación tres recomendaciones para adentrarnos en tan desconcertante tema.
Tenemos que hablar de Kevin, Lionel Shriver, 2003
¿Será que un niño simplemente nace así: deshumanizado, apático, cruel, violento, mentiroso y manipulador? ¿Qué tanta culpa tendrán los padres al criar a un hijo sociópata y homicida? En esta novela epistolar ganadora del premio Orange a la ficción en el año 2005, Lionel Shriver nos cuenta una temible historia, tal vez la peor que un padre o madre pudiera leer. Un hijo que comete una masacre, como si eso fuera el fin de su existencia, como si aquello tuviera el mayor significado para él, es decir, lograr hacer eso sin sentir absolutamente nada por sus compañeros, por su padre o por su hermana. Y a pesar de todo: el amor de una madre, aún después de tamaño evento, del señalamiento y linchamiento por parte de la comunidad. Querer encontrar alguna respuesta que le genere algo de paz no es siquiera una línea imaginable. Una novela de cruel realidad, de brutal aplastamiento al optimismo. Una mirada cruda a las posibilidades de un ser de nacimiento macabro, a la humanidad de alguien que comete tal atrocidad.
White Boy Rick, Yann Demange, 2018
Tentados en recomendar las consagradas películas de tiroteos en escuelas —Elephant (Gus Van Sant), Polytechnique (Denis Villanueve) o Bowling for Columbine (Michael Moore)— nos decantamos por White Boy Rick, el segundo largometraje del director francés Yann Demange, con una historia de crimen y drama, donde, si bien no hay masacre de indefensos estudiantes, sí hay tragedia, muerte y angustia: algo inevitable cuando las armas, las drogas y la adolescencia son los ingredientes en un guion que, cabe subrayar, está inspirado en hechos reales. El film inicia con Rick Wershe (Matthew McCounaghey) y Ricky (Richie Merritt), padre e hijo, inmersos en un regateo por la compra de armas largas que deja ver de inmediato su dominio en la materia, el de un viejo lobo en decadencia que vende armas ilegales mejoradas, y el de su hijo de 14 años, quien pronto se gana la simpatía de los gangsters locales con quienes vende cocaína en un Detroit sumergido en la epidemia del crack a mediados de los 80. White Boy Rick, como es bautizado, pronto se ve chantajeado por el FBI para ser un informante encubierto en un escenario en el que se adivinan horribles consecuencias.
From a basement on the hill, Elliott Smith, 2004De título ominoso —desde un sótano en la colina—, este disco póstumo quizás ya vaticinaba el suicidio de otro grande de la música. Su sexto álbum, evaluado con altísimas notas por parte de la crítica en general, es un ejemplo reconocidísimo de la angustia que el ser humano es capaz de soportar. Y nadie dudaría que el adolescente es el alma más propensa a sentir en carne viva la melancolía de existir, su pureza lo lleva a descubrir en Elliott Smith un compañero de viaje, un ejemplo a seguir. Y cómo no hacerlo: la experiencia de la juventud en las escuelas, especialmente de Estados Unidos, es apabullante, amenazante, insoportable, y más, a tono con esta columna, si se le suma la incertidumbre de que algún compañero entre por las puertas con ningún otro objetivo que el de causar muerte, pena y dolor a punta de pistola. Si bien el sentimiento que expresan estas canciones es universal, es significativa la cantidad de adolescentes que se identifican con ellas. Cuando nuestros niños deberían de estar explorando el mundo llenos de euforia y alegría, aunque también de tristeza y desilusión, naturalmente, tienen que resguardarse más bien tras barricadas improvisadas, en un silencio de horror sólo roto por la metralla al otro lado del pasillo.