Por Rodrigo Díaz, José María Moreno, y Bernardo Moreno
¿Cuántas palabras explican una manera de suicidarse? Nos vienen a la cabeza algunas como: defenestración, aventarse por una ventana. Inmolación, sacrificio hecho en beneficio de un ideal o causa. Harakiri, ritual del suicidio japonés por desentrañamiento. Kamikaze, ataque suicida. Eutanasia, suicidio planeado y asistido. Sobredosis, suicidio por demasiada droga.
El concepto de suicidio, sin duda, llama a la reflexión. ¿Qué intención tuvo quien se suicida: alivio de dolor físico o mental, venganza, vergüenza, desgracia, honor, desesperación, culpa o inclusive “moda”? ¿Qué hay de los suicidios colectivos, hasta dónde puede llegar el ser en busca de pertenencia para decidir, junto con otros, matarse? ¿Qué hay de aquellos rituales en donde es por honor, es justo y necesario quitarse la vida para que los dioses estén contentos y el ciclo de la vida reinicie? ¿Qué hay de aquellos monjes que en el nirvana pierden la vida? ¿Qué hay de Romeo y Julieta y todo el romanticismo en torno al suicidio y al amor? ¿Qué hay de grandísimos artistas? Kurt, disparándose a la cara. Ian Curtis, colgado de una viga, mientras escuchaba un disco de Iggy Pop, dentro de su departamento. Janis Joplin, sobredosis de opioides. Chris Cornell, apareció ahorcado en el baño de la habitación del hotel donde pasó su última noche, después del que sería el último concierto de Soundgarden en Detroit. ¿Cuántos adolescentes espantados por la realidad? ¿Cuántos individuos de tribus horrorizados por el mundo occidental? Justificadamente, por error o por convicción. El suicidio al final parece una salida o la única salida para mucha gente.
Unplugged in New York, Nirvana, 1994
Este es el que muchos consideran el mejor disco de la saga acústica de MTV, y sobran razones para pensar en ello. Lanzado cinco meses después del suicido de Kurt Cobain, y a casi 30 años de su transmisión en vivo, esta producción se nos antoja vaticinio de la gran tragedia del grunge. Montados en un escenario con velas y flores —algo funerario— el cuarteto de Seattle (ahí fue anunciado Pat Smear como su nuevo guitarrista), presenta la otra cara de Nirvana, despojándose de las distorsiones, de los rifs punks y de los redobles furiosos, los 14 tracks que componen el disco, transitan en una calma tensa, melancólica, pero con una energía oculta, como dejando en las manos de su auditorio una bomba que nunca estalla. Más allá de consagrar sus grandes éxitos en versión acústica, como muchos esperaban, el repertorio se compone de, hasta ese momento, canciones menos conocidas. “Esta es una canción de nuestro primer disco, casi nadie la tiene”, dice Kurt al empezar el show, anunciando con descaro lo que se viene. Además de afortunadas versiones de The Vaselines, Bowie, Meat Puppets y el inolvidable cierre con “Where did you sleep last night” de Lead Belly. Si no lo has oído, no sé qué diablos estás esperando.
Paddleton, Alexandre Lehmann, 2019
Una película profundamente conmovedora que trata la soledad de dos adultos, hombres solitarios y vecinos de un dúplex que crean una grandísima amistad entre pizza, películas y un juego inventado en el estacionamiento de un súper mercado olvidado. El guion bien cuidado de Alexandre Lehmann y Mark Duplass, actuaciones sinceras y reales de Ray Romano y Mark Duplass, la gran dirección de Lehmann, logran de esta comedia negra acerca de la eutanasia, el cáncer, la desesperación, la tristeza, una gratificante humanización de dos personajes comunes que se tienen como amigos y compañeros hasta el último segundo. Una gran recomendación si lo que quieres es sentir el lado humano y empático que cada uno de nosotros tenemos y que debemos cuidar. No todo en esta vida es competencia, ambición, poder y dinero, también existe y debe de estar muy presente la amistad, el amor y la compasión.
Crítica y clínica, Gilles Deleuze, 1993
Este texto del filósofo francés —que en sus últimos momentos decidió defenestrarse ya plagado por los malestares de una enfermedad crónica— es una especie de antología del proyecto que siempre estuvo en el tintero de uno de los más grandes pensadores del siglo XX: la filosofía como literatura. ¿Qué es la literatura para el francés? Una expresión estética de potencias vivenciales, formas de ser sin modelo, creaciones sin jerarquía, diagnósticos precisos para una crítica absoluta de todos los valores. Como algunos de sus héroes filosóficos —Nietzsche, Bergson, Proust, Platón— Deleuze le dejó al mundo un regalo envenenado: una manera completa de ver el mundo pero como un conjunto abierto, en construcción, sin posibilidad de definición absoluta. El hacer precede decididamente al ser, la práctica antecede a toda teoría, y la filosofía no es más que el recuento y la narración de lo que nos contamos que nos ha pasado y cómo nos ha pasado. Si el gran cantautor Rafael Berrio decía, “temo haber vivido mi vida como si ésta fuera un simulacro”, Deleuze añadiría que no hacen falta elucubraciones más profundas, de hecho, hay que desecharlas. Toda vida no es más que un simulacro, una historia tendida entre un sinsentido y otro, que sin embargo, tiene la capacidad de dotar de sentido toda una existencia: el problema de la existencia, como el meollo de la literatura, no consiste en describir dicho problema, sino en reinventarlo.