Por Rodrigo Díaz Guerrero
Recién pasó el Día de San Valentín o Día del Amor y la Amistad, y en gran parte del mundo los enamorados y entusiastas del cariño manifiesto hicieron de las suyas: globos en forma de corazones, cajas con chocolates de todo tipo, cenas románticas, ramos de flores y un largo etcétera que comprende el cliché que el mercado ha pautado para acompañar las tarjetas que, desde principios del siglo XIX, se comercializaron con gran éxito entre los espíritus victorianos.
En aquella época, antes de que las pequeñas empresas de papelería vieran en ello una buena oportunidad, la población —en París, en Londres, luego en Nueva York— confeccionaban sus propias cartas de amor, hechas con frágiles papeles con mezcla de seda y satén, rodeadas con filigranas de encaje y puntillas y, por supuesto, cursi poesía declaratoria; lo que claramente tomaba su tiempo. Pero el origen del llamado día del amor, se remonta muchos siglos atrás.
En la antigua Roma, en el día 15 de febrero se celebraban las fiestas lupercales, en honor a Luperca, aquella mitológica representación del dios Fauno en la loba que amamantó a Rómulo y Remo, los gemelos fundadores de Roma. En aquellas celebraciones se elegían, de la ciudad, a los más ilustres adolescentes a punto de iniciar su edad adulta para fungir como los Lupercos —una congregación especial de sacerdotes—. Los Lupercos se reunían el 14 de febrero en una gruta más tarde llamada Ruminal —donde según la tradición se fundó el imperio—, donde se inmolaba a una cabra como parte inicial de la ceremonia, con cuya sangre se marcaba la frente de los participantes, y de cuya piel hacían unas correas que usaban —mientras andaban desnudos en la procesión que llevaban a cabo luego— para azotar manos y espaldas de las mujeres que encontraban dispuestas a ser parte de la ceremonia, pues creían que el acto les otorgaba fertilidad. Las Lupercales, por ello, se consideraban ritual de fecundidad y acto de purificación —también denominada februatio—, y fueron populares, incluso, durante tiempos cristianos.
Hasta que el Papa Gelasio I prohibió la celebración profana y la sustituyó por el día de San Valentín en el año 498. Sobre este santo hay varias versiones, pero la más aceptada es la que cuenta la historia de un médico que se hizo sacerdote y que casaba a los soldados, a pesar de que esto fuera prohibido por el emperador Claudio II, quien al enterarse lo mandó a decapitar. Se dice que mientras estuvo prisionero se enamoró de la hija del juez de prisión, quien era ciega y que oró por ella para que pudiera ver. Se cuenta que en su traslado a la plaza pública para su ejecución, le entregó a la chica un papel doblado, y que cuando lo abrió, pudo ver por primera vez, leyendo “tu Valentín”, a manera de despedida. Ella, en agradecimiento, sembró sobre su tumba un rosal que según la tradición florecía cada 14 de febrero.