Los que vivían en la actual zona inundada de la Presa Allende, ya hacían ladrillos pero también macetas, y vasijas—las más conocidas fueron las de Esteben Valdez (QEPD, 2018), pero también estuvieron aquellas de don Gregorio Vargas, y Consuelo Aldama. Luego, cuando obligados fueron removidos de la comunidad que habían formado, aprovecharon las nuevas aguas (que inundaron su patrimonio arquitectónico) turbias y se dedicaron a la pesca.
“La presa está a un 15 por ciento de su capacidad” ha publicado la Comisión Nacional del Agua. Con los millones de metros cúbicos se irrigan campos de cultivo de la zona sur de Guanajuato; a San Miguel le queda el beneficio de las filtraciones, y a los habitantes de los bancos queda la oportunidad de la pesca.
Lanchas de 40 pesos
Para llegar a Flores primero hay que pasar por Pantoja (no Nuevo Pantoja, que está entre Lejona y colonia Allende) sino al Pantoja original, de donde de hecho llegaron los habitantes de Nuevo Pantoja. Luego de pasar calles flanqueadas por estructuras de ladrillo crudo (porque ahí se moldea, pero también se cuece en las decenas de hornos), unas a la derecha, otras a la izquierda, de llega a la iglesia. Luego de ahí, los locales indican el camino para llegar al embarcadero de ese lado. “Ahí toma el callejón, váyase hasta abajo, sin ninguna vuelta”, dicen.
Ahí entre el viento, la puesta de sol, y las olas baila: El Calamar, la Borracha, La Azul, La Marina, y otros veinte botes que han sido preparados para la pesca; y es que la actividad pesquera comenzó en 1972, tres años después de la inauguración de la presa.
La inundación desplazó a los habitantes como a Gregorio Vargas; sus padres se dedicaban “allá abajo” en el actual vaso de la presa a la fabricación de macetas y vasijas. El barro que era especial, quedó ahí, cubierto por el agua. Así que no le quedó más que moverse a la moldeada y quemada de ladrillos, como muchos otros en la comunidad. Pero algo ocurrió por 1972.
Don Gregorio recuerda que oficiales del gobierno federal visitaron Flores de Begoña, para formar una cooperativa de pescadores, y se hizo. Se anotaron unas 40 personas. “Trajeron una lancha del municipio de Yuriria para que la viéramos, y que nosotros pudiéramos construir las nuestras. Yo la vi, una y otra vez, con otro compañero. Y sí, nosotros nos animamos y comenzamos a construirlas. Eran de madera, completas, ahora ya las venden de fibra de vidrio”.
Don Gregorio recuerda que “por aquellos tiempos, la pieza de madera de 30cm de ancho por 6 metros de largo, costaba cinco pesos. Se necesitaban seis piezas para hacer una lancha”. ¿Y cómo eran selladas para que no se introdujera el agua? Cuestionamos, y don Vargas compartió su arte. “En la cama, o la base, se bañan con cera hirviente”. Ya luego se echa al agua el bote para que se hidrate la madera, y la lancha pueda dar la vuelta correctamente.
Entonces la hechura de un bote no superaba los 40 pesos, porque se hacían para los amigos. Hoy hacer uno de esos botes pesqueros puede costar seis mil pesos. Y sí, ya no son muy solicitadas, pero don Gregorio todavía las hace, junto a su hijo Roberto.