Por Francisco Peyret
Hace tres años, una pandemia invadía al mundo causándonos incertidumbre, inseguridad y mucho dolor, pero por naturaleza el ser humano parece tener un dispositivo intrínseco que le permite desprenderse rápidamente de todo aquello que le causa dolor y se dispone con facilidad al olvido. Esto parece bueno porque nos permite seguir adelante y trazarnos nuevos caminos, la ilusión y los sueños nos motivan a construir nuevas realidades; muy importante dado que estamos viviendo en un mundo de tremendos contrastes.
Lo malo de no tener una buena memoria social es que muy pronto olvidamos las causas que originan nuestros propios problemas como humanidad. Muchas investigaciones concluyen que el COVID-19 tiene su origen en el daño ambiental que le estamos causando al Planeta, sobre todo durante los últimos 30 años; adoramos poder comprar una salsa de la India en el supermercado de la esquina, por dar un ejemplo, en estos momentos estamos pagando el verdadero precio de lo que consumimos. Ahora bien, después de la euforia que nos causa celebrar el final de cada año, ahora sobre todo porque seguimos por lo menos vivos, debemos de ser muy cuidadosos ante un 2023 que parece complicado, por lo menos en el plano económico.
Entre las cosas positivas encontramos que, para muchos, no era necesario ir tanto tiempo a la oficina, se hizo posible la reducción de los tiempos de traslado, al mismo tiempo, permitió que muchos pasaran más tiempo con la familia; para otros, el ejercicio y los paseos en campo se convirtieron en un redescubrimiento, el turismo relacionado con la naturaleza parece tener un futuro más que prometedor. La salud y la alimentación se convirtieron en una prioridad para todos, el gasto familiar se concentró en estos rubros y, dada la crisis económica que generó la pandemia, actualmente muchas familias administran de manera distinta sus egresos.
Desafortunadamente no ha sido tan sencillo este proceso, muchas personas perdieron sus negocios y empleos, el encierro no fue tan feliz para todos, muchas familias perdieron seres queridos, la depresión y la ansiedad fueron enemigos para millones de habitantes de este planeta, a esto hay que agregarle el nivel de endeudamiento que empresarios y privados tuvieron que adquirir; todos estos problemas aún siguen vigentes. En estos momentos estamos entrando a lo que los mexicanos llamamos la «cuesta de enero».
De acuerdo al portal díainternacional.com, el origen del Día más triste del año (Blue Monday) data del año 2005 cuando el psicólogo Cliff Arnall desarrolló una fórmula para encontrar cuál era el peor día del año, con motivo de una campaña publicitaria para la agencia de viajes Sky Travel. Este psicólogo determinó que el día más deprimente del año es el tercer lunes de enero, dado los excesos decembrinos, la economía familiar y la frustración de lo no logrado.
Todo parece indicar que las fórmulas aplicadas por Cliff Arnall han sido ampliamente criticadas y debatidas, pero no se necesita ser un genio para inferir que enero, ya sea por la cruda navideña, por la crisis económica o por el clima, la comunidad pase por momentos difíciles. Lo cierto es que vamos a enfrentar un año complicado, pero a manera de reflexión debemos de tener cuidado con el tema de la depresión y la ansiedad como fenómenos que agudizó la pandemia.
Las enfermedades mentales crecieron más entre las mujeres que entre los hombres y en los jóvenes más que en los adultos, destaca un nuevo informe de la agencia sanitaria de la ONU que entiende esta situación “como una llamada de atención”. Aparecieron factores que impulsaron a subir los niveles de ansiedad y depresión como fueron la soledad, el miedo a la enfermedad, al sufrimiento y a la muerte, tanto propia como de los seres queridos, el dolor tras el duelo y las preocupaciones económicas.
En este mismo sentido, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en su documento “Health at a Glance 2021”, publicado en noviembre de 2021, advertía del enorme impacto que la pandemia ha generado en la salud mental. Hallaron un aumento de más del doble de la prevalencia de ansiedad y depresión en comparación con los niveles observados antes de la crisis de COVID-19, resaltando los fuertes crecimientos en México, Reino Unido y los Estados Unidos.
Sin afán de dramatizar con esta problemática, creo que no hay que perder de vista a estas enfermedades, y hay que poner especial atención en los jóvenes que están enfrentando un panorama generacional complicado, la depresión es una enfermedad muchas veces silenciosa que requiere de muchos esfuerzos y tiempo para erradicarla. La pandemia nos ha dejado muchas lecciones y dado señales que tenemos que aprovechar para construir un mejor entorno, tanto familiar como comunitario.