La importancia de los ciclos

Por Rodrigo Díaz Guerrero

Regidos hoy en día por el calendario gregoriano, vamos por la vida agendando nuestras actividades en función de los meses y las estaciones que se designaron desde tiempos del Papa Gregorio XIII, promotor del calendario que en 1582 sustituyó gradualmente al calendario juliano en toda Europa. Más atrás, podemos recordar que el calendario juliano fue inspirado en el antiguo calendario egipcio, y que en ambos casos, además de considerar las actividades religiosas, respondían también —y sobre todo— a las épocas de siembra y cosecha.

Y es aquí, en la agricultura, donde radica el origen de los calendarios y la importancia que la humanidad le da a los ciclos, para su supervivencia y, por remoto que parezca, para la comprensión de sí mismos y de la vida.

El gran historiador Mircea Eliade, en su libro Tratado sobre la historia de las religiones, nos explica: “Debemos llamar la atención desde el principio sobre la importancia que toma el tiempo, el ritmo de las estaciones, para la experiencia religiosa de las sociedades agrarias. El labrador no se encuentra ya sólo implicado en las zonas sagradas ‘espaciales’ —la gleba fecunda, las fuerzas activas en la semilla, en los retoños, en las flores— sino que su trabajo está integrado y gobernado por un conjunto temporal, por la ronda de las estaciones. Esta solidaridad de las sociedades agrarias con ciclos temporales cerrados explica muchas ceremonias relacionadas con la expulsión del ‘año viejo’ y la llegada del ‘año nuevo’, con la expulsión de los ‘males’ y la regeneración de los ‘poderes’, ceremonias que se encuentran más o menos en todas partes en simbiosis con los ritos agrarios”.

No cabe duda que el descubrimiento de la agricultura supuso un desarrollo importante en la especie, al desarrollar métodos que le sirvieran para asegurar los alimentos y con ello, un crecimiento prodigioso de la población; pero también, como subraya Eliade, la generación de teorías que nacieron a partir de la comprensión de los ritmos vegetales, y que fueron piedra angular para la evolución en el pensamiento de la humanidad; convirtiéndose las actividades agrícolas, en rituales sagrados en las religiones primitivas. En Prusia oriental, por ejemplo, se tenía la costumbre de que una mujer desnuda fuera a los campos a sembrar chícharos; o que entre los fineses, las mujeres llevaban las semillas en una camisa menstrual, en el zapato de una prostituta o en la media de un bastardo, potenciando así la fecundidad de lo sembrado, a través de personajes marcados por un estigma erótico. Estos ejemplos también ilustran la importancia que tenía la mujer en las labores agrícolas, ya que su fuerza creadora fue una de las intuiciones fundamentales en las cosmovisiones de la época.


Pero también la agricultura propició nuevos pensamientos sobre la muerte: los muertos, como las semillas, son enterrados, entrando en contacto con las fuerzas subterráneas, que llevó a las antiguas civilizaciones a desarrollar pensamientos soteriológicos: las almas pueden ser purificadas, y son atraídas por el misterio del renacimiento. 

Sobre este pensamiento primitivo, el historiador menciona: “Semejante a los granos enterrados en la matriz telúrica, los muertos esperan su regreso a la vida bajo una nueva forma. Por eso se acercan a los vivos, sobre todo en los momentos en que la tensión vital de las colectividades está en su máximo, es decir, en las fiestas llamadas de fertilidad; cuando las fuerzas genésicas de la naturaleza y del grupo humano son evocadas, desencadenadas, exacerbadas por ritos, por la opulencia y por la orgía. Las almas de los muertos están sedientas de todo rebosamiento biológico, de todo exceso orgánico porque este desbordamiento vital compensa la pobreza de su sustancia y los proyecta en una corriente impetuosa de virtualidades y gérmenes”.

En el pensamiento de la época agrícola, la observación y comprensión reveló a la humanidad la unidad fundamental de la vida orgánica, la analogía mujer-campo, acto generador-siembra, etc., fueron síntesis mentales del entendimiento de los ritmos de la vida, de su importancia, y constituyó una lección decisiva en las cosmovisiones. Y así como las creencias primitivas de que, como la semilla escondida bajo la tierra, el muerto puede retornar a la vida; también el pensamiento escéptico tuvo su origen en la contemplación del mundo vegetal y en el entendimiento de los ciclos: el humano es semejante a la flor de los campos…