Por Francisco Peyret
Las personas que nacimos en las décadas post Segunda Guerra Mundial, debemos reconocer que vivimos un tiempo de desarrollo y crecimiento económico. En México esto se conoció como Desarrollo Estabilizador (1950-1970), donde la economía creció hasta a una tasa del 7% anual. Para los años 70 llegó un boom petrolero que pagamos con austeridad económica durante los años 80. Finalmente cerramos el siglo XX con el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica que hizo crecer el volumen de la economía nacional.
Durante décadas vivimos un tiempo donde privilegiamos el consumo masivo de bienes: autos, televisiones, radios, ropa, accesorios para el hogar, la moda, el entretenimiento y los viajes. Muchos crecimos pensando que los recursos naturales eran infinitos, hasta que a finales de los años 60 aparecieron de manera discreta los movimientos ecologistas. Ya para finales del siglo XX los movimientos y las leyes que protegen el medio ambiente crecieron considerablemente, pero frente al fenómeno de la globalización y el desarrollo tecnológico, parecían todavía poca cosa. Como bien dice mi amigo Don Patterson: «Tomamos recursos naturales de todo tipo como quien va a un súper mercado, pero a la hora de llegar a la caja de la naturaleza nos vamos sin pagar nada a cambio».
Los jóvenes y niños que nacieron en el Siglo XXI se van a enfrentar a las consecuencias de lo que nuestras generaciones, en muy buena medida, somos culpables. La limitación de recursos naturales y el cambio climático son razones suficientes para entender que las nuevas generaciones van a tener que adaptarse a otros patrones de consumo y a la racionalización inteligente de los bienes naturales. Por otra parte, tienen de su lado el desarrollo tecnológico, con la llegada de la Inteligencia Artificial, nos vamos a sorprender con la cantidad de soluciones que esta generación tecnológica le va a brindar al ser humano.
Desde mi punto de vista, encuentro dos grandes retos que ya son problemas graves para la humanidad y que no estamos atendiendo frontalmente. El primero es el suministro de agua potable. Según la agencia Statistics, 1,420 millones de personas viven en zonas vulnerables de alto y extremadamente alto estrés hídrico, de los cuales 450 millones son niños.
El segundo reto lo encontramos con el tema de la alimentación. De acuerdo con la FAO, el 33% de los suelos a nivel mundial están degradados y no son factibles para producir alimentos. La degradación del suelo es un problema mundial relacionado en gran medida con el uso agrícola, la deforestación y el cambio climático. Según datos oficiales, 810 millones de personas padecen hambre, una de cada 10 personas en el mundo no tienen suficientes alimentos (FAO, 2020). Como podemos ver, la sobrepoblación mundial, la concentración de la riqueza y el uso indiscriminado de suelos están contribuyendo a que gran parte de la población viva en estado de inseguridad alimentaria.
Finalmente, es un hecho que las generaciones nacidas en el Siglo XXI van a disfrutar de todos los desarrollos tecnológicos surgidos de la Inteligencia Artificial, estas generaciones encontrarán amiguitos virtuales con quien podrán hacer la tarea, seleccionar ropa y hasta conversar. La misma evolución tecnológica puede lograr que encontremos soluciones globales para grandes problemas, como los son los relacionados con el agua y la alimentación. Sin embargo, la sustitución en la producción de robots por seres humanos va a generar tasas de desempleo que por ahora no podemos calcular. Para dar un ejemplo, la General Motors de Guanajuato ocupa en planta unos 6,000 empleados, mientras que la mega inversión de Tesla en Nuevo León ocupará en planta solamente unos 600 trabajadores.
La Inteligencia Artificial vista de esta manera es un arma de dos filos, los centennials, la generación Z y los niños del Siglo XXI no solamente tienen el reto de adaptarse al Cambio Climático, también tienen el reto de adaptarse a una revolución tecnológica que los puede beneficiar espectacularmente, pero al mismo tiempo amenaza con desplazarlos. Estamos ante un futuro que hace unas décadas parecía de ciencia ficción. Los niños de hoy tendrán que ponerse la capa de héroes para salvar al mundo, donde las soluciones las tienen que encontrar cambiando los actuales patrones de consumo, la relación de los humanos con la naturaleza y, fundamentalmente, el reencuentro con el espíritu y la esencia del ser humano, que todavía vive en lo que más amamos todos, es decir la vida misma.