Por Carola Rico
Uno de los sectores comerciales mayormente afectados por la pandemia fue el de los artesanos. Antes de la crisis sanitaria ya tenían problemas para promocionar sus productos, pero con esta situación se hicieron verdaderamente notables.
La apremiante necesidad de modernizar sus modos de ventas es uno de los grandes retos que ya enfrentaban los artesanos mexicanos, su situación y las alternativas que han tomado para sortear la labor artesanal representan una importante —si no es que la única— fuente de ingresos para muchas personas y familias en nuestro país, sobre todo en localidades con fuerte vocación turística como lo es San Miguel de Allende.
El arte popular es considerado una expresión de las tradiciones, usos y costumbres de nuestros pueblos originarios. Son herencia viva (se enseñan de generación en generación), y para su elaboración se utilizan insumos locales. Por último, pueden ser considerados productos con una gran carga simbólica. La conservación de este arte invaluable es muy importante, pero la actual pandemia ha puesto en jaque a las personas que se dedican a ello por la caída en las ventas, la poca asistencia de turistas a las plazas y la cancelación de las exposiciones de arte popular que se realizaban durante todo el año en diferentes partes de México.
Esta semana platiqué con Hermes Arroyo Guerrero, un artesano con sede en San Miguel y famoso a nivel mundial por la elaboración de las mojigangas, experto en trabajar el cartón, también elabora máscaras y figuras religiosas para los eventos tradicionales de la iglesia católica.
Arroyo es maestro de profesión con especialidad en educación especial, enseña a jóvenes con deficiencia mental el arte y cómo ser útiles para la vida. Es hijo de una familia de 12 hermanos y es también un hombre de fe como él se autonombra. Una de sus filosofías es: “hacer lo que debes de hacer, con lo que tienes”, le gusta vivir las cosas, conocerlas y hacerlas y si no sabe, pregunta, y eso es lo que lo ha llevado a muchos lugares.
Arroyo se adentró a este mundo del arte a la edad de 7 años, estudió en una escuela de monjas donde fomentaban el arte y la ciencia. Él era el típico niño que sacaban del salón para mandarlo a hacer el altar de la Virgen de Guadalupe, el Nacimiento, o el Corpus. Su padre fue un hombre de trabajo y tenía un compadre que se llamaba Genaro Almanza, un gran escultor de San Miguel y que tenía un hijo llamado Toño, quien era compañero y amigo de Hermes.
Un día, las madres religiosas del Instituto donde estudiaban le pidieron a Toño y a Hermes hacer el Nacimiento, fueron a la casa de Genaro Almanza a quien Hermes le llamaba padrino y le pidieron los santos. Almanza los llevó a su taller con el que quedó asombrado porque tenía toda una instalación de arte, la experiencia de ver la tradición en toda la casa, con el olor del pegamento y del engrudo muy particular, es un recuerdo muy memorable.
Cuando trabajaban con don Genaro Almanza los mandaba a conseguir papel de estraza de ese que usaban los albañiles, o el papel de las bolsas de las tortillas, y esa era su materia prima. Arroyo recuerda que de las primeras cosas que trabajó con su padrino fueron unas máscaras a las que Genaro les metía mucha historia en las pláticas, “mi padrino era un libro andando, era la tercera generación de escultores religiosos”, por lo que actualmente Toño, su hijo, es un excelente tallador de madera, además de un gran ser humano, según relata Arroyo.
El artista sanmiguelense considera que tuvo la gran fortuna de convivir con la familia Almanza, era como un hijo adoptivo y estaban muy dedicados a cosas de Dios, por eso la mamá de Hermes se sentía tranquila de que su hijo pasara gran parte del tiempo con Don Genaro.
Más tarde, Arroyo se fue a Monterrey para realizar algunos trabajos; en esa época tenía 18 años, allá comenzó a indagar sobre el arte contemporáneo.
Cuando regresó a San Miguel seguía visitando a su padrino con quien recolectaba sabiduría y el gusto por las antigüedades, lugar en donde las absorbía. Al mismo tiempo continuó con sus estudios de educación especial.
En su historia como santero y como escultor empezó a trabajar con el papel y la cartonería y a compartir con Leopoldo Estrada con quien desarrolló su talento, más tarde también colaboró con Cesar Arias en el Jardín Botánico El Charco del Ingenio como artista y en la educación, lugar donde aprendió sobre botánica, de la vida y del entorno; ahí trabajaba con niños y con algunas comunidades. Posteriormente estuvo una época en la Ciudad de México trabajando para construcciones escenográficas en obras de teatro.
Cuando Arroyo regresó a San Miguel comenzó a trabajar con las famosas monas o mojigangas y con esta labor aprendió que estos muñecos eran de un corte muy viejo, con una historia muy antigua ya que se trataba de una tradición mundial pues hay gigantes en Europa, y en Brasil donde le tocó ver un desfile de mojigangas y exclamó: “Nunca las había visto, ni ellas a mí y cómo eran tan parecidos a lo que yo hacía y cómo nos conectamos, de un lado a otro yo me veía a mí y eran tan similares a lo que yo hacía, ¿cómo nació todo eso?… de la imaginación. Hay alguien que también piensa en cosas gigantes”.
Arroyo también relata que un día una maestra de arte le leyó la mano y le dijo: “alrededor de ti hay gente muy grande y ese eres tú y todos esos son seres gigantes”, él pensó inmediatamente: “son mis mojigangas, es mi vida armada” y su maestra le dijo: “ese es el camino que vas a vivir toda tu vida”.
Arroyo ha hecho alrededor de mil mojigangas o más porque además de que las hace, enseña y dirige el trabajo de estas monas y monos gigantes.
En las fiestas tradicionales de San Miguel las mojigangas siempre han estado presentes; hay pueblos pequeños como Comonfort, en Chiapas y en Puebla con tradiciones muy profundas que atrás del Santísimo y de la Hostia que va en la calle hay mojigangas.
Arroyo ha estado elaborando una muñeca estructurada y bonita con la concepción de representar cómo es la vida de México, todo lo bueno y lo malo, es decir la vida y la muerte. Antes de que las famosas mojigangas se rentaran para las bodas, estas monas gigantes desfilaban en las fiestas del pueblo y en las tradiciones religiosas.
Posteriormente, estos enormes muñecos se convirtieron en un negocio muy atractivo para las fiestas en las prebodas y bodas. Arroyo comenzó a adornarlas con flores y con cosas locas como él lo dice, siempre perfeccionándolas. Después comenzó a fabricarlas parecidas a los novios, agregándoles un plus, y últimamente ha metido mascotas como perros y gatos para que bailen en las fiestas.
Arroyo ha viajado con sus mojigangas al Vaticano, estuvo hace cuatro años en la Vía de la Conciliación bailando con sus grandes muñecos. Caracterizó a las gigantes como indígenas morenas y según Arroyo la reacción de la gente fue increíble. Estuvo en aquel país gracias a un proyecto de la ciudad de Querétaro, en donde compitió con varios artistas cartoneros, pero él fue el elegido para viajar por la belleza de su trabajo y la iconografía mexicana que representa.
Arroyo siempre colabora en las fiestas del pueblo, como la de San Isidro, de la Santa Cruz y cuando eran las fiestas populares de San Miguel el Viejo. Para él colaborar en la cultura del pueblo es algo que también le satisface.
En cuanto a la recuperación económica de la post pandemia en el sector artesanal, Arroyo afirma que este ramo cultural fue duramente golpeado, sin embargo, externó que nunca dejó de trabajar en su taller y tampoco dejó de pagarle a su gente, también vio cómo se vino abajo el sector restaurantero y el hotelero, el artista vivió la pandemia dentro de su casa, haciendo una generación de trabajo, “dejamos de vender, pero nunca de trabajar”. También aceptó que el gobierno del Estado los apoyó y gracias a ello salieron algunas “chambitas”. De igual forma, en ese entonces la Dirección de Cultura de San Miguel le ofreció algunos trabajos, sobre todo para su gente. En los momentos más difíciles de la pandemia, Arroyo siempre estuvo firme en que quería seguir viviendo de lo mismo, se rehusó a cerrar su taller para rentar su casa, (una casona antigua en la calle de San Francisco que era de sus padres). “Lo viví fuerte, pero abrí el marrano y de ahí pagué, eso me hizo regresar”. Actualmente Arroyo tiene proyectos interesantes con un nuevo hotel que abrirá en breve donde colaborará con la gente que ahí se hospede en temas de arte y cultura. Arroyo dice que nunca se quedó de brazos cruzados, pues aun y a pesar de la contingencia sanitaria, siempre cumplía sus ocho horas de trabajo.
Sobre otros artesanos de la ciudad patrimonio, Arroyo enfatizó el hecho de que algunos artesanos no saben cómo promocionarse y para ello se necesita la ayuda de los gobiernos para dar a conocer la vida y el trabajo de los artistas locales. Por ello existen programas y proyectos gubernamentales que deben colaborar en estos temas y enfatizó, no es regalarles algo, es apoyar, empujar, conectar para que salgan adelante.
Por último, Arroyo expresó: “Si nos pegó la pandemia, pero también me dio la oportunidad de reinventarme para saber cómo sacar mi chamba adelante”.