Por Rodrigo Díaz Guerrero
Se dice que esta tradición tiene más de cien años en nuestra ciudad, y que se le llamaba “La Fiesta de las Flores”, donde en calles y templos (después en los portales del jardín principal), la gente se juntaba a intercambiar plantas el día de la Candelaria.
Arraigada la costumbre, ya desde hace 67 años la Feria de la Candelaria ha crecido y, al mismo tiempo, conservado su espíritu natural. Dos semanas en que, además de la venta de plantas, flores, macetas, tierra, fertilizantes, etc., de viveristas y expositores provenientes de distintos puntos del país, se realizan eventos culturales y artísticos, como conciertos de música regional, puestas en escena y presentaciones de grupos de danza, por parte del talento local y de grupos invitados de otros estados de la República.
Pero una de las cosas que más relevancia tiene para quienes forman parte de la Feria de la Candelaria —y que es motivo indiscutible de su existencia— es el componente religioso, el evento de velación: de la noche del primero de febrero a la madrugada del día dos, grupos de concheros venidos de variadas latitudes del estado, movidos por la convicción espiritual, llegan al Parque Benito Juárez (sede por excelencia), con cantos, jaranas, copales y materiales diversos con los que harán, hasta que el sol salga, los hermosos súchiles — retablos hechos, predominantemente, de cucharilla (planta regional)— que son puestos sobre y alrededor de la cruz del parque, a manera de ofrenda religiosa.
La Velación también es un evento en el que los asistentes realizan una ceremonia de acción de gracias y veneración con cantos y alabanzas, rituales y rezos a la Santa Cruz y a la Virgen de la Candelaria. Una velada donde el sincretismo mexicano se vive en su máxima expresión: el olor del copal, el sonido de los cantos ancestrales, el tejer de los retablos por manos expertas, los tamales verdes, rojos, dulces, el atole que se sirve y se bebe para calentar al cuerpo, hacen que quien atestigüe el acontecer de estas actividades que permanecen ajenas para muchos, se sienta arrastrado por el vendaval de los tiempos y de la historia, de la riqueza de una tradición que hay que admirar y cuidar, porque es parte de nuestra identidad como mexicanos.
Y la jornada continúa: a la mañana siguiente, luego de la tradicional misa en la parroquia de San Antonio, los expositores realizan la ceremonia de bendición de plantas y semillas, para vaticinar una buena cosecha en cuanto la primavera inicie junto con las labores del campo. Ahí se cuenta con la presencia de la compañía de los concheros del Valle del Maíz, quienes ejecutan las danzas prehispánicas, y con la participación de delegados de diferentes comunidades invitadas.
Esta edición 67 de la Feria de la Candelaria se llevará a cabo del primero al 15 de febrero, y será imán inevitable para que lleguen centenares de personas atraídas por la gran oferta de plantas, flores e insumos de jardinería —que efectivamente es algo imperdible— y por el programa cultural y artístico que se ofrece en los escenarios que se levantan para la ocasión. Pero en estas líneas, además de ello, exhortamos al lector a que penetre en las entrañas de la Feria, a que sea testigo de la velación, y partícipe en una tradición centenaria en estrechos lazos con la comunidad y con la historia, para llevarse un recuerdo indeleble, como el aroma y el color de las flores, a las que se les ha cuidado desde la bendición de la semilla.