Por Martin LeFevre
Un comentarista popular de Estados Unidos, nada propenso al uso de la hipérbole, escribió recientemente: “comúnmente pensamos en historias de ciencia ficción cuando hablamos de inteligencia artificial. Me he convencido de que las metáforas más ilustrativas yacen escondidas en textos ocultos… los programadores creen que están invocando demonios. Ciertamente lo están intentando”.
Alguien que no tiene una comprensión cabal del mal no debería hablar acerca de él en términos figurativos. ¿El comentarista está haciendo uso de una metáfora o no? De manera típicamente estadounidense, quiere tener ambas cosas sin comprometerse con ninguna.
El director en jefe de Google, Sundar Pichai, tampoco dado a la exageración, dice, “la inteligencia artificial es quizás el proyecto más importante en el que ha trabajado la humanidad. Creo que es algo más importante que la electricidad o el fuego.”
¿De verdad, más importante que el fuego cuya domesticación implicó no sólo el fundamento de toda tecnología posterior, sino también la expansión física del cerebro? (Poder cocinar carne permitió que consumiéramos una cantidad mayor de calorías. Además del sentido comunal que implica comer junto a un fuego mientras nos calentábamos, hubo también un rápido y complejo crecimiento evolutivo del cerebro humano).
Así que, ¿de qué habla la gente cuando dice que la inteligencia artificial es “más importante que el fuego”? ¿Acaso “se está creando una nueva forma de inteligencia”, o será que, en términos esenciales, la inteligencia artificial es pensamiento superior, externalizado y en esteroides?
Nos encontramos ante una encrucijada como especie, en la que convergen la conciencia, la oscuridad que el ser humano ha traído al mundo y este nuevo tipo de pensamiento.
Rompiendo la superficie del individualismo sin objetivo, y a mayor profundidad que la tradición de antaño, la conciencia humana es un movimiento singular. Lo que siempre ha sido cierto al nivel esencial de la conciencia ahora se hace evidente a nivel manifiesto. No somos egos separados, sino nodos sinápticos que convergen y se aceleran, y la inteligencia artificial mezcla todas las células de cada yo y los contenidos de toda conciencia.
El infierno que el humano ha producido ya es manifiesto en este mundo a nivel físico y metafísico; la inteligencia artificial amenaza con desatar completamente la oscuridad subyacente que hasta ahora ha sido reprimida y de alguna manera contenida en la conciencia por milenios, ya sea a manera de perros de guerra o engranes de control.
Todos sabemos que las patologías se heredan de la familia, y a los que manifiestan síntomas, o tratan de rehuir de ellos, se les llama “ovejas negras”. Incluso cuando el término se le aplica a un hijo o hija malagradecido, siempre se trata de señalar a un chivo expiatorio. Cuando el término se aplica a uno que se atreve a hablar con la verdad, entonces se le llama malvado también.
Claro que la oscuridad que corre por las venas de cada familia no se queda en cada familia. Hay un programa simplón en la cadena PBS de Estados Unidos que se llama “Family Roots”, en el cual se rastrea la ascendencia de algún famoso, yendo cientos de años hacia atrás, revelando detalles acerca de sus familiares más cercanos y hechos ocultos acerca de los orígenes de su familia en lo que representan la historia temprana de los Estados Unidos y otros lugares. El anfitrión suele preguntar cosas como: “¿qué te hace sentir saber que tus ancestros fueran dueños de esclavos (o fuera un esclavo)?”
El programa es un festín voyerista, como la mayor parte del entretenimiento en Estados Unidos hoy en día, aunque por momentos es emotivo. Al final, el anfitrión suele sorprender a sus invitados mostrándoles una fotografía de algún familiar lejano famoso, que frecuentemente estaba en el negocio de la farándula también.
El punto es que si regresas lo suficiente en el pasado, todos estamos relacionados, un hecho que este show híper-personalizado convenientemente nunca hace explícito en el contexto de una cultura híper-personalizada. El absurdo énfasis que se coloca en lo personal les permite a los estadounidenses no ver ni sentir relación alguna con los asesinatos en masa que se han normalizado en su cultura, y a referirse despreocupadamente al mal sin buscar sus raíces más allá o a mayor profundidad.
Ciertamente, el mal es tan antiguo como la humanidad, aunque no más antiguo. Sin embargo, a diferencia de otras épocas, en la actualidad no estamos tan seguros de su origen, cómo opera y cuál es su objetivo.
A mi entender, el mal se concentra en nodos de intención que se localizan en la oscuridad colectiva que es amorfa y embrionaria. Es el deseo de muerte espiritual de la humanidad.
Los infantes no nacen siendo malvados, pero frecuentemente nacen en la maldad. El mal no puede ser psicologizado, o más bien, los modelos psicológicos actuales son completamente inadecuados para comprender y tratar el mal.
La oscuridad se acumula en el individuo y en la conciencia humana. Actualmente hay más maldad en el mundo porque hay más oscuridad ignota en la gente y entre la gente, sin importar su país de origen o cultura. Y ya que la oscuridad se esparce, también lo hace el mal, el cual, por un lado, se ha normalizado, y por el otro, se ha convertido en objeto inacabable de explotación por parte de los medios de comunicación y la industria del entretenimiento.
Por lo tanto, un nivel de comprensión funcional acerca de la oscuridad y el mal que llevamos dentro se ha vuelto una misión impostergable si queremos fomentar nuestra supervivencia interior e intelectual y nuestro crecimiento como seres humanos.
Entre más se crea uno que es “un individuo”, más será un conducto para la oscuridad. Hay incontables dividuos, pero muy pocos in-dividuos, de la misma manera como hay innumerables humanos, pero muy pocos seres humanos.
Lo que antes era invisible ahora es visible; lo que era metafísico ya es físico; y lo que estaba oculto es ahora un culto. La pregunta más urgente es: ¿la conciencia, así como la hemos conocido por miles de años, es sinónimo de oscuridad?
Mediante una genuina humildad y autoconocimiento, uno le da una vuelta de tuerca al mal, porque lo último que quieren nuestros demonios es que aprendamos a quedarnos con nuestra inseparable porción de maldad, y así, trascenderla. Al hacer esto, un registro completamente nuevo de conciencia surge, uno que en nada se compara con la conciencia basada en el pensamiento que hemos conocido hasta ahora, y que ahora le pertenece a la inteligencia artificial.