Por Adriana Ortega Zenteno
La fundación de villas de españoles y pueblos de indios
El modelo de asentamiento español fue uno de los instrumentos principales de colonización en el Bajío. La villa española que seguía el modelo de la metrópoli fue dotada en su acta de fundación de los elementos necesarios para motivar el poblamiento de la zona y dotar a cada inmigrante de tierras para su establecimiento. Las grandes mercedes y estancias, la protección de caminos o el abasto de los centros mineros, generaban después la necesidad de un poblamiento que concentrara las actividades de una comunidad con sus particulares funciones.
La selección del sitio para poblar no quedaba al libre criterio del funcionario real enviado, sino de los futuros moradores; esto se desprende de las palabras incluidas en el texto de algunas de las actas de fundación (Rodríguez Frausto, 1976, pp. 23-25). Sin duda el señalamiento del lugar no era fácil, ya que se ocupaban varios días examinando cuidadosamente la geografía del lugar y los distintos puntos limítrofes, hasta señalar el sitio de la futura comunidad.
Para fundar un nuevo sitio no bastaba fijar el asiento de la población, sino proceder a la traza para ordenar o normar la vida comunitaria. De esta manera, se señalaban los solares para la casa de cabildo en donde sesionara el Ayuntamiento y el lugar para la iglesia. Se señalaban también las manzanas para que los vecinos fabricaran sus casas, y el terreno ejidal o área circundante para su ampliación futura. Cada manzana era dividida en sectores residenciales y solares para entregar a los primeros colonos.
Alrededor de las villas quedaba marcado entonces el ejido para permitir en el futuro la segura expansión del espacio urbano. Desde la plaza principal eran medidas las varas para deslindar ese amplio terreno, a fin de que nuevos vecinos recibieran merced del indispensable solar para construir su casa habitación. Otro beneficio para los fundadores y futuros pobladores fue el de los solares para huertas, señalados en lugares específicos con las condiciones adecuadas de abastecimiento de agua. Otro espacio señalado fue la dehesa boyal y las caballerías de tierra para cultivo, ya que se proponía establecer comunidades de labradores y ganaderos.
Una vez establecida la planta de la nueva puebla, se procedía al reparto de solares y los vecinos reunían los materiales que pudieran conseguir para iniciar sus construcciones. Después de lo anterior, se recomendaba en la Ordenanza de poblamiento la fabricación de una palizada o trinchera en cerco “para no recibir daño de los indígenas sublevados” (AHML caja 1642-1643 doc 11 foja 18). Se aconsejaba también llevar semillas para sembrar inmediatamente el campo, así como juntar el ganado en la dehesa.
Cinco fueron las poblaciones importantes que se fundaron en la Región del Bajío en el siglo XVI, algunas de ellas ya mencionadas: San Felipe, Guanajuato, San Miguel el Grande, Celaya y León, cada una capital de una nueva división política: la Alcaldía Mayor. También fueron establecidas Silao, Irapuato y Apaseo en la zona, sin conocerse con exactitud el nombre de quien encabezó estas nuevas pueblas, o si se recibió autorización virreinal, ni la fecha de su trazado formal. Conocemos, sin embargo, que Silao e Irapuato iniciaron su vida como congregaciones y que Apaseo comenzó como pueblo indígena encomendado a los marqueses de Villamayor.
El control de las aguas en el camino
Los diversos ríos que bañaban al territorio fueron fundamentales, ya que tuvieron un papel preponderante para la elección y asentamiento de comunidades. Los ojos de agua fueron las principales fuentes que abastecieron a los pobladores y permitieron la práctica de una agricultura que favorecía al pueblo al concebirse como una región productora y autoconsumidora.
La construcción de presas, pozos, acueductos, canales y puentes fue importante para facilitar el tránsito sobre afluentes naturales, para el control del territorio frente a la avanzada colonizadora y para la construcción de caminos. Estas eran obras importantes para la comunicación, el comercio, la agricultura y el flujo carretero. Por su magnitud, se involucraban tanto las autoridades españolas como las órdenes religiosas y los caciques indígenas. Los proyectos de construcción abarcaban aspectos militares, económicos y evangelizadores.
También es evidente aún cómo llevaron a cabo la construcción de canales y puentes con pendiente suficiente para el escurrimiento de agua por gravedad; sistemas de este tipo se han encontrado en las haciendas construidas sobre la estancia de Juan de Sotomayor, el Rancho de la Cruz y San Juan de la Penitencia, a la vera del río Lerma, tierras mercedadas a Gonzalo Riobó de Sotomayor y a Hernán Pérez de Bocanegra en 1562. Estas haciendas dieron lugar al mayorazgo de los Apaseos, territorio comprendido entre Yuriria, Maravatío y Cuitzeo. Hoy en día, podemos admirar en Guanajuato algunas estructuras hidráulicas que datan de la época virreinal a lo largo de los caminos, como los puentes de Acámbaro sobre el río Lerma, los puentes en Apaseo, el de San Rafael en San Miguel, el puente de San Luis de la Paz que comunicaba a la villa con los pueblos de indios y el puente de la Hacienda de la Quemada.
Tomado de: “El Camino Real de Tierra Adentro, por Guanajuato”.
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