El Sol para las antiguas cosmovisiones

Por Rodrigo Díaz

El pasado 21 de junio dio inicio el verano, con el día más largo del año y la noche más corta, fenómeno que todos conocemos como solsticio, que quiere decir “cuando el sol se detiene”, o “sol quieto” en latín. 

Aquí explicamos porqué: en el hemisferio norte, el 21 de marzo (aprox.) el sol sale exactamente por el Este (y se oculta por el Oeste), y en los siguientes días el punto de salida se va desplazando hacia el Norte, hasta que en el solsticio de verano se “detiene” y empieza a desplazar su punto de partida hacia el Sur, hasta,  nuevamente en el equinoccio, salir en el Este exacto. 

Luego se desplazará hasta su punto más Sur (solsticio de invierno) y continuará de regreso su danza fascinante entre solsticios y equinoccios para seguir maravillando a la humanidad, agradecida desde que es consciente de que su presencia es fundamental para la vida. Y eso nos lleva al tema que inspira estas líneas: el 21 de junio, además del solsticio y el inicio del verano, fue el Día Internacional del Sol, del astro rey, de la estrella de nuestro sistema, al que, ya lo decíamos, se le rindió culto desde las primeras civilizaciones, en las que aquí recordamos algunas. 

Muchos estudios antropológicos han señalado que múltiples civilizaciones antiguas fueron sustituyendo paulatinamente como blanco de sus rituales, plegarias y sacrificios a los dioses creadores del mundo y del universo —que se fueron viendo distantes, inactivos y ajenos a la complejidad humana— por dioses secundarios, más activos y cercanos, que intercedían por la humanidad para favores específicos: por ello hoy en día es más popular Zeus que Cronos, o Tláloc que Ometéotl. 

El filósofo e historiador rumano Mircea Eliade comenta al respecto: “Por motivos de protección (contra las fuerzas adversas, contra las suertes, etc.) y de acción (necesidad de asegurar su subsistencia por la magia de la fertilidad, etc.), la humanidad se siente más atraída hacia otras “formas” religiosas, de las cuales también descubre que es cada vez más dependiente: antepasados, héroes civilizadores, grandes diosas, fuerzas magicorreligiosas, centros cósmicos de fecundidad, etc.”. 

Es en esta parte de la historia religiosa de la humanidad, que el Sol cobra relevancia y gana puestos en altares, templos y panteones, siendo embestido como una deidad fundamental en distintos tiempos, latitudes y cosmovisiones; o como la manifestación de dioses o fuerzas uranias, más grandes y poderosas. Así, entre los wiradjuri-kamilaroi del suroeste de Australia, el sol es considerado como Grogoragally en persona, hijo del creador y deidad favorable a la humanidad. Los samoyedas ven en el sol y la luna los ojos de Num (el cielo): el sol es el ojo bueno, la luna el malo. 

En África, por ejemplo —donde la solarización del ser supremo fue un fenómeno recurrente— en los munshes, el sol pasa por ser hijo del ser supremo Awondo y la luna por ser su hija. Los ba-roste, por su parte, hacen del sol el “domicilio” del dios del cielo, Niambe, y de la luna su mujer. Uno de los más ilustrativos ejemplos del fenómeno de solarización del ser supremo, lo podemos ver en las poblaciones kolarianas de la India, como nos lo señala Eliade en su libro Tratado de Historia de las Religiones (1964): “Los munda de Bengala colocan a la cabeza de su panteón a Sing-bong, el sol, un dios dulce que no se inmiscuye en los asuntos de los hombres. No por ello está enteramente ausente del culto. Recibe sacrificios de machos cabríos blancos o de gallos blancos y, en el mes de agosto, la época de la cosecha del arroz, se le ofrecen primicias. Casado con la luna, es considerado como el autor de la creación cósmica, aunque de hecho su mito cosmogónico haga intervenir, en calidad de demiurgos subordinados, a la tortuga, al cangrejo y a la sanguijuela, sucesivamente encargados por Sing-bong de sacar a la tierra del fondo del océano”.

Estos han sido algunos ejemplos de las cosmovisiones de antiguas religiones respecto al sol, aunque como se sabe, la más grande civilización en la que se destacó al sol como figura primordial de sus deidades, fue la egipcia: Ra. Dios del astro rey, es una de las deidades más antiguas de Egipto, creador de la vida, conocido como “el autocreado”, quien representaba al Sol, pero también era el Sol mismo: montado en su barcaza surcaba el cielo durante el día y descendía al inframundo por las noches, donde en la oscuridad era atacado —cada vez— por Apofis, una serpiente gigante que intentaba impedir que el sol saliera, y así destruir toda vida en la tierra. Representado como hombre con cabeza de halcón con el disco solar sobre su cabeza, o en forma de escarabajo debajo del disco solar, gobernó el antiguo Egipto por muchos años hasta que su nombre secreto fue descubierto por Isis.

Y así es como a través de las arenas del tiempo, el Sol continúa siendo ese gran objeto de poder del que depende la vida en la tierra, fuente de energía lumínica, de calor, inagotable y limpia; lo que tal vez nos inspire a dedicarle más nuestra atención, más nuestro agradecimiento, y a dejarnos maravillar por él desde el pensamiento contemporáneo.