23 de mayo: Día Internacional del Estudiante

Por Josemaría Moreno y Rodrigo Díaz

Es una verdadera paradoja que el Día del Estudiante no sea un día feriado. Aunque ciertamente no es un día en el que tengamos mucho que celebrar. En México, según el censo 2020, hay casi cuatro millones de niños (menores de 19 años), que no saben leer ni escribir. Además, según los últimos resultados que arrojó la prueba de PISA de la OCDE, de los 83 países evaluados, los estudiantes mexicanos están en el antepenúltimo lugar en el desempeño de las matemáticas.

Si bien la educación es un derecho constitucional amparado bajo el artículo 3ro –el cual garantiza que la educación es responsabilidad del Estado y que tiene que ser universal, inclusiva, pública, gratuita y laica–, las discrepancias entre regiones y entre distintos grupos sociales y étnicos es avasalladora: es muy diferente, por ejemplo, tratar de responder los problemas matemáticos que presenta PISA si eres un estudiante de Ciudad de México o si lo eres de la sierra de Guerrero.

La educación en México deja mucho que desear aún, pero no por ello el rol del estudiante carece de potencial. Aquí dejamos tres propuestas artísticas para inspirar al estudiante en su larga carrera al autoconocimiento y la sabiduría.

Epicteto, Los discursos, c. 108 d.C.

Este hermoso libro de meditaciones estoicas no fue escrito por Epicteto, es más bien una transcripción de sus cursos que realizó su estudiante, Arriano. Siempre es sorprendente imaginar la cadena de casualidades que tuvieron que acontecer para que un libro así llegara a nuestras manos: que un estudiante de filosofía, Arriano, quien además era un gran pensador y filósofo por derecho propio, fuera lo suficientemente modesto y hábil para capturar las enseñanzas del maestro; que fuera el maître à penser del emperador estudiante, Marco Aurelio; que los estudiantes en oscuros monasterios medievales lo hayan denominado anima naturaliter –su doctrina es correcta solo que vivió después del nacimiento de Cristo–; que los modernos, estudiantes de los clásicos, lo hayan traducido a todas las lenguas europeas ni siquiera cien años después de la aparición de la imprenta; que tanto Pascal como Descartes –los más grandes maestros de un estudiante de filosofía en la actualidad– lo hayan alabado sinceramente son solo algunas de las razones por las que hoy su libro sigue dando consuelo al desesperado y al buscador, siendo Epicteto autor de la primera formulación de la plegaria de la serenidad que hoy conocemos así: “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”. 

Rojo Amanecer, Jorge Fons, 1989

En el marco de las festividades del día del estudiante, en México es casi inevitable pensar en lo sucedido el 2 de octubre de 1968, donde un movimiento estudiantil fue violentamente reprimido por el ejército, en un episodio que dejó una profunda cicatriz en la historia moderna de la nación. Inspirados en este hecho, el director veracruzano Jorge Fons y su equipo llevaron a cabo este film en un ambiente político en el que aún imperaban las censuras artísticas relativas a este terrible hecho, rodándose y editándose casi de manera secreta. Su estreno se postergó más de un año, debido a diferentes presiones políticas. Rojo Amanecer trata la historia de una familia de clase media de la Ciudad de México que habita uno de los departamentos del edificio Chihuahua —en la plaza de Las Tres Culturas, donde el clímax bélico de la represión se llevó a cabo—, cuyos dos hijos mayores (Bruno y Demián Bichir), son estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México, y parte de la manifestación de estudiantes en la plaza en la que fueron emboscados por el ejército, asesinados por francotiradores dispuestos en las azoteas de los edificios, y perseguidos los sobrevivientes rescatados por los vecinos, violentados por igual, que pretendían ocultarlos de los grupos especiales de contrainsurgencia militar. Un buen ejercicio artístico, sin duda, que pone en escena la tragedia nacional.

Blue dawn-Blue nights, Wallace Roney, 2019

El famoso trompetista de jazz Wallace Roney (Filadelfia, 1969), desplegó su enorme talento desde temprana edad: empezó a estudiar música a los cuatro años. Tuvo una afortunada formación artística con Clark Terry y Dizzy Gillespie, pero sobre todo destaca su papel como estudiante —el único que tuvo—la leyenda del bebop, Miles Davis, con quien tomó lecciones hasta la muerte de este último en 1991. De esta relación se ha dicho que su acercamiento no sólo fue de maestro-alumno, sino toda una complicidad espiritual. Destacó con su participación en el Tribute to Miles Davis (Blue Line, 2016), tocando junto a Herbie Hancock y Ron Carter, entre otros grandes, temas de su preceptor como “So What”, “All blues” y “Pee Wee”, con lo que declaró “Estuve cerca del trompetista que me enseñó a amar la música”. Blue dawn-Blue nights fue su última producción, en la que equilibra la calidez oscura del after-hours y la fuerte propulsión del post-bop, a través de ocho tracks imperdibles que lo colocan ya como una leyenda, cerca de su amado maestro. Wallace Roney falleció en marzo de 2020 a causa de la pandemia por COVID-19.