Los niños no necesitan condicionamiento
Por Martin LeFevre

La meditación puede ser definida como el proceso mediante el cual se libera al cerebro de la esclavitud del condicionamiento. Yo no practico ningún sistema de meditación, ya que los sistemas, técnicas y métodos son en sí formas de condicionamiento. 

Cuando era aún un adolescente me topé con formas de observación pasiva y cuestionamiento activo, que son la esencia de la meditación, sin haber leído nada acerca de eso. Ni siquiera empleé el ahora tan mentado término de “meditación”. Para mí, lo que había ahí era un fenómeno interno, y busqué una explicación para dicho fenómeno. 

Entonces el marco filosófico le siguió unos años después al fenómeno del observador; sentado en la naturaleza, el pensamiento y el tiempo se terminaban espontáneamente. 

Ahora, décadas después, tomarme el tiempo para que mis sentidos se ajusten a la naturaleza, aunque sea en mi patio, y observar de la misma manera no intervencionista mis pensamientos y emociones así como van surgiendo, es la guía y fuente de mis días. Tan solo estar atento a lo que es y no intentar reaccionar ante eso es la forma en que se da la meditación y la transformación.

Aún tengo muchas preguntas (incluso los dioses jamás dejan de hacer preguntas), y la siguiente es una que surgió hoy.

¿Deben los niños ser condicionados para después pasar el resto de sus vidas (si son personas serias) dejando ir ese condicionamiento? ¿O acaso la atención de padres y maestros y otros puede evitar, o al menos mitigar en gran parte, la tendencia del cerebro humano a absorber el condicionamiento?

Para la mayoría de los padres y maestros, el condicionamiento es básico. Para su forma de pensar, la cuestión trata de un condicionamiento bueno vs un condicionamiento malo. A mi entender, eso es como decir que hay una esclavitud buena y una mala. Siempre fue esclavitud, incluso si los esclavos recibían un trato más amable.

¿Qué es, entonces, el condicionamiento? Es inculcar, a través de medios coercitivos, de dominación o repetición, comportamientos e identificaciones a nivel cerebral. El ejemplo perenne del condicionamiento consiste en propinarle unas nalgadas a un niño cuando este se avalancha hacia la calle sin cuidado. El niño entonces asocia el dolor de las nalgadas con el peligro en la calle. 

Cuando era joven, ocasionalmente trabajaba como niñero. Por algunos meses cuidé de manera regular a un pequeño de nombre Paul, de tres años de edad. Paul era inteligente y travieso, pero tenía el hábito de salir corriendo a la calle, lo cual por supuesto me ponía los nervios de punta. 

El niño tenía la suficiente edad para reconocer las consecuencias. Paul tenía las habilidades lingüísticas apropiadas para su edad. Traté de explicarle el peligro que aquello implicaba. No funcionó. Tenía que mantenerlo bajo observación, como un halcón, cuando estábamos cerca de una calle. No me correspondía darle unas nalgadas, que como sea, es una forma de educación que no defendía desde aquel entonces. 

Ya que cuidaba de Paul con cariño y afección, entablamos una buena relación y él me admiraba, no solo porque fuera más grande que él. Incluso en mi juventud entendía que ponerle atención a un niño también implicaba ponerle atención a mis reacciones mientras estaba con el niño. Una y otra vez corroboré que una forma de atención completa surtía efectos notables en el niño, dándole libertad dentro de un contexto de atento cariño. 

Me di cuenta de que Paul no percibía el peligro que los carros le implicaban. ¿Cómo, me pregunté, le hago entender eso sin condicionarlo, de manera coercitiva o no? (Todo condicionamiento es coercitivo de alguna u otra manera, ya que nos obliga a actuar desde motivaciones externas.)

Mi pregunta trajo consigo su propia respuesta de manera espontánea un día en el que nos encontrábamos en un semáforo esperando a cruzar la calle. Consciente del hábito de Paul (que en sí es una forma de condicionamiento), no le despegaba el ojo de encima, y, como siempre, se decidió a cruzar la calle. Sin pensarlo, y por lo tanto sin mediar entre idea y acción, me arrodillé inmediatamente para estar a la altura de Paul. 

Dejé que mis gestos y mis expresiones faciales reflejaran mi miedo, señalé a los autos, y le manifesté el miedo que sentía cuando él salía corriendo a la calle. No dije nada, pero sostuve a Paul con determinación, sin molestia ni violencia. Pude darme cuenta, por la cara que puso, que finalmente lo había comprendido. Jamás volvió a cruzar la calle de esa manera. Paul había visto con sus propios ojos el peligro que las calles representaban para él y no hubo necesidad de condicionarlo mediante nalgadas u otros medios. 

Pensar que lo condicioné mediante mi miedo significa no entender ni el miedo ni el condicionamiento. La pregunta es: ¿podemos percibir las cosas como son directamente y actuar según esa percepción, y además educar a nuestros hijos para que perciban las cosas directamente como son y actuar según esa percepción? Lo podemos hacer sin lugar a dudas, y tal actuar es la antítesis del condicionamiento. 

Cuando ves a una serpiente venenosa a unos cuantos metros, el miedo es la reacción adecuada. Pero además de los peligros reales y actuales que representan las serpientes, los autos a alta velocidad, etc., el miedo es una reacción psicológica, y es una cuestión destructiva y limitante. 

La mayor parte del condicionamiento, si no es que todo, del que se valen padres y maestros se basa en el miedo psicológico de alguna u otra forma. (Y nos preguntamos por qué tenemos tantos miedos y complejos cuando nos volvemos adultos.)

¿Entonces, los niños tienen que ser condicionados, o pueden crecer y desarrollarse mediante atención holística, la cual fluye como consciencia de autoconocimiento en el adulto? Sí pueden, y ese es el verdadero significado de la libertad. 

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