Por Adriana Méndez
“Yo te dono un cuadro para que lo rifes o hagas una subasta, Adriana”.
Maru, mi amiga y maestra de pintura, sacó su celular y me mostró la foto de una pintura que actualmente está a la venta en una galería.
“Es esta, de la colección Lunas rojas del año pasado. A mí nunca me ha faltado nada, me hace muy feliz poder ayudar. Es una manera de devolverle a San Miguel lo mucho que me ha dado durante los últimos años”, dijo Maru.
Su respuesta casi automática ante la historia de Patricio me conmovió.
Pato es un niño de cuatro años que vive en el cuerpo de un adulto joven que acaba de cumplir veintitrés años. Heredó la belleza de su mamá y tiene los ojos grandes y verdes. Es capaz de seguir indicaciones, de expresarse verbalmente -con limitaciones y muchos errores gramaticales- y de crear vínculos afectivos. Es sensible al rechazo y expresa su ansiedad jalando su camisa hacia abajo hasta romperla o repitiendo las mismas frases obsesivamente. Su memoria es extraordinaria tomando en cuenta el daño cerebral que tiene. Puede recordar muchos nombres y situaciones. Cuando su cerebro hace la conexión entre una persona en particular y cualquier evento relacionado con esta, repite la idea una y otra vez.
“¡Arianaaa! ¡Aye mi cumpaños, mi fiesta!”, dice Pato.
“Aquí ta´Pedrito y Ocar”
“¿Y Pabo?”
Si no fuera porque se queda instalado en esas tres frases, como disco rayado, y por
la expresión de su cara que deja entrever su discapacidad, podría pasar por una persona ubicada en tiempo y espacio, como cualquier otra. Sabe perfectamente que el sábado pasado fue su fiesta de cumpleaños, que vinieron sus dos hermanos y que Pablo, mi hijo, no vino.
Es sensible a la aceptación y lo agradece profundamente. Cuando se siente querido o considerado su expresión se suaviza. Sus ojos iluminan su cara, sus labios dibujan una sonrisa y su garganta emite sonidos parecidos a una o varias carcajadas. Cuando ya hay confianza, después de haberse sentido cómodo con alguna persona en distintas ocasiones, le toca el corazón y lo atrapa emocionalmente. Como si quisiera afianzar el recién establecido vínculo, Pato se acerca físicamente a la persona, la abraza y sin dudarlo le regala un te quiero seguido de su nombre, que memorizó desde el primer día.
Sus dos hermanos mayores, de veinticinco y veintisiete años, viven en la Ciudad de México. Oscar, desde niño, tiene una gran capacidad para las matemáticas. A su corta edad ha diseñado proyectos financieros para desarrollos inmobiliarios y ha fungido como gestor en el área de crédito. Pedro es un joven empresario que después de trabajar en la industria de la comercialización y el deporte decidió emprender una empresa de logística. Ambos representan figuras de autoridad amorosa para Pato. El primero se muestra consentidor y juguetón con su hermano menor, y el segundo, como casi todos los hermanos mayores, y por las condiciones particulares de esta familia, ha jugado un papel de hermano-papá.
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El padre de Pato murió hace trece años de un infarto fulminante. Pato tenía once años. Desde entonces su mamá tuvo que dejar de ocupar su tiempo en terapias y actividades de Patricio para dedicarse a trabajar de tiempo completo. Hace tres años, con el cambio de gobierno, se quedó sin trabajo, como les pasa a muchos empleados de confianza en México cuando cambia el gobierno. La plaza gubernamental y el subsidio terapéutico que le ofrecía la institución para su hijo menor llegaron a su fin. La pandemia, que inició justo un mes después del despido, los obligó a un encierro de más de un año, así como a consumir todos sus ahorros.
Pato y Patricia llegaron a San Miguel el año pasado en búsqueda de un capítulo nuevo en sus vidas. Viven y trabajan en Alborada. Ella es la directora de operaciones y ventas del desarrollo. Él se encarga (con supervisión) de recoger la basura orgánica de las tres familias que viven ahí y depositarla en la composta del huerto. Lo disfruta mucho. Le gusta, como a cualquier persona, sentirse útil.
El verano pasado, cuando vinieron por primera vez a esta ciudad, Pato participó en el curso de verano de la Unidad Deportiva Municipal durante algunas semanas. Los maestros lo integraron al grupo de jóvenes. Fue feliz, igual que lo es en cualquier actividad que emprende.
Terminando el período vacacional escolar, el curso llegó a su fin. También terminó la posibilidad de sentirse parte de una comunidad de personas de su edad y de tener una actividad cotidiana. Desafortunadamente, San Miguel es una de las muchas ciudades de nuestro país que no cuenta con un programa para adultos con discapacidad intelectual. Es difícil integrar a una persona así, sin un cuidador personal capacitado, comúnmente llamado sombra, a programas regulares, o incluso especiales, por la diferencia abismal que existe en sus capacidades.
Lo que más me ha emocionado de Pato es su capacidad para darle la vuelta a las situaciones difíciles o dolorosas. Cuando está triste o angustiado presenta síntomas inmediatos durante un tiempo acotado y vuelve a su estado común: sonriente, alerta, receptivo y ávido de establecer vínculos afectivos. No sé si lo hace porque su cerebro está conectado de una manera muy diferente, pero maneja niveles de resiliencia admirables. Conozco a otras personas capaces de sobrellevar y superar situaciones difíciles y dolorosas. Lo he visto en personas con grados de conciencia superiores a los de la mayoría, que no es el caso de Pato. Me he preguntado en varias ocasiones si es consciente de su diferencia. Sea como sea, yo diría que el noventa y ocho por ciento del tiempo está contento y de buenas. Admirable.
El cuadro donado por mi amiga y pintora Maru Vázquez será rifado o subastado para contratar a una sombra calificada para Pato. Así, su mamá podrá trabajar tranquilamente y tener un poco de tiempo libre. Pato podrá realizar actividades que favorezcan su integración a la sociedad de una manera concordante con sus necesidades.
Cuando regresé a Alborada a platicarle a Patricia la historia del cuadro, sucedió algo tan inesperado como maravilloso. Pero esa es otra historia.
Por lo pronto estoy feliz y conmovida porque Patricio y su mamá recibieron un inmenso regalo de parte de San Miguel, que en el futuro cercano se traducirá en una mejor calidad de vida para dos residentes recién llegados a esta hermosa ciudad que tanto aman.