Por Luis Felipe Rodríguez
Múltiple, febril, desesperada —como si presintiera que no disponía de mucho tiempo—, fue la actividad de Hidalgo en Guadalajara. Despachó nombramientos y envió emisarios a las partes más remotas del país. De “Generalísimo” saltó a “Alteza Serenísima” y ello lo animó a ir eliminando los emblemas y las efigies de Fernando VII. Más, para neutralizar esta cuasi monárquica debilidad, su Alteza propuso una línea democrática de gobierno: “Establezcamos un Congreso Nacional que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares del reino, que teniendo por objeto principal mantener nuestra santa religión, dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo”.
Hidalgo citó a una junta de guerra, en la cual dio a conocer su plan, que consistía en enfrentar a Calleja todo el ejército, pero distrayendo una fuerza que saliera al encuentro de De la Cruz para impedir la reunión de ambos y que Iriarte atacara a Calleja por las retaguardias con gente de Zacatecas.
Allende, por su parte, expuso el suyo, fundándolo en la experiencia de Aculco, no obstante que de artillería estaban bien, y era el siguiente: que se dejara entrar a Calleja sin oposición en Guadalajara; que se dividiese el ejército en trozos para hostilizar a Calleja por diversas partes y ocupar a Querétaro, o si no retirarse a Zacatecas para de ahí marchar al Norte a reunirse con las victoriosas tropas de Jiménez; pero que no se arriesgase todo en una sola acción.
Hidalgo volvió a insistir en enfrentar a Calleja, reforzando sus argumentos: la casi seguridad de perder la artillería en dividiendo al ejército; la pérdida del crédito abandonando a Guadalajara; la falta de esa fuente de aprovisionamiento que era la ciudad y la probabilidad de que se desertara mucha gente con la división del ejército. Puestas a votación las dos proposiciones, la mayoría fue de la opinión de Hidalgo, que acató Allende con disciplina y patriotismo.
Por desgracia, los hados militares le fueron adversos. Calleja, que había recuperado Guanajuato, se lanzó sobre Guadalajara, y en sus cercanías (Puente de Calderón), el 17 de enero de 1811, derrotó al grueso del ejército insurgente. La acción alcanzó proporciones de catástrofe y, de hecho, ahí concluye la primera etapa bélica de la guerra de independencia.
Fuentes:
Ernesto Lemoine, Historia de México, T. 8, Ed. Salvat
Generalísimo don Ignacio de Allende y Unzaga, Antonio Barajas