Capilla del Señor de la Misericordia

Por Luis Felipe Rodríguez

Miguelito Malo, en su Guía de San Miguel, dice que el indio cambió viejas y arraigadas creencias por la verdad que trajo e impuso el invasor español: conquistador o misionero. Entraron a través de sus ojos y se apoderaron victoriosamente de él. Mas el indio supo diluir, mezclar, fusionar y disfrazar, residuos de su ancho pasado religioso e injertarlo en el contenido, fuerza y esplendor del nuevo culto. Este es el origen de incontables y bellas capillas de indios o familiares en la periferia (hoy ya dentro de la zona urbana) y en la zona rural.

También menciona que las capillas o “Calvarios de la Conquista”, se autorizaron mediante cédulas reales y a petición de los indios prominentes: caciques y conquistadores. La metrópoli condescendía, perspicaz, a estas instancias. Así pagó muchas veces favores, sometimientos, alianzas o fidelidades políticas y religiosas. Todo esto nos da el trasfondo para entender y explicarnos el ambiente mágico que tiene nuestra ciudad.

Temerosos de perder autoridad, control y hasta respeto secular de asistir sólo su gente a las iglesias de los españoles, edificaron tales calvarios donde podían eludir ingratas fiscalizaciones, rendir tributo a su manera, a imágenes sagradas y ánimas, y mantener vivo el recuerdo de su activa participación en la empresa de la conquista.

En la ciudad encontramos todavía algunas, pues muchas se han destruido por la falta de uso o por el ánimo constructivo, que no siempre respeta este tipo de edificaciones que nos anclan con nuestro pasado: Capilla de Indios del Señor de la Piedad, en la calle de Órganos; Capilla de los Santos Reyes, en la calle Cinco de mayo en la Col. Allende; Capilla de Indios de San Antonio Colorado, en el barrio de las Cuevitas; Capilla de Indios del barrio del Ojo de Agua y atrás de ella, una que alguna vez tuvo un Señor del Llanito y que fue recogido a la capilla del Ojo de Agua; y varias más.

A decir de don Cornelio López, las Autoridades virreinales representadas por la famosa “Acordada” y sus rápidos métodos para eliminar delincuentes, hizo que cerca de las garitas, a la orilla de los caminos reales, se levantaran las célebres Cruces del cuarto. Lugares macabros, en donde se fijaba alguna parte del cuerpo del ajusticiado, que podía ser la cabeza, un pie, o el brazo completo. A su vez, Don Félix Luna lo relata de otra forma: Manuel de Luna fue bautizado junto con otros tres caciques para que atrajeran a los demás indígenas al cristianismo, pero hubo otros grupos chichimecas a quienes no les pareció esta conversión y lo asesinaron descuartizándolo. Cuando encontraron sus restos, hicieron cuatro partes con ellos, y los fueron enterrando en diferentes lugares: una quedó en el mismo sitio de su muerte, otra en la salida a Querétaro, otra se enterró en el camino que sale a Celaya —donde se hacían los encuentros cuando iban a Dolores Hidalgo—, y una más en la zona arqueológica de Agua Espinosa. Por este motivo a cada una de las cruces que señalan estos lugares la llaman Cruz del Cuarto y sólo se conservan la de la salida hacia Querétaro y la de la salida a Guanajuato.

Atrás de la Cruz de Palo Cuarto que se ubica en la salida a Querétaro, se encuentra una hermosa capilla dedicada al Señor de la Misericordia. La Sra. María Luisa Ortiz Ramírez nos informa que su bisabuelo era dueño de ese solar y que su abuelo fue vendiéndolo poco a poco hasta quedarse sólo con el espacio donde ahora sería el atrio y donde su papá, que era albañil, construyó un par de cuartos. Dice que su abuelo contaba que era nombrada la Cruz del Cuarto porque en un gran árbol que está junto a la cruz, fueron ajusticiadas muchas personas y que algunas fueron descuartizadas, enterrando cerca de él algunas partes de los finados. 

Igualmente comenta que trabajó en algunas casas del rumbo de la Capilla que está atrás de la Cruz del Pueblo, pero que al abrir la zanja para hacer los cimientos se llegó a encontrar algunos “entierros”, por lo que modificaron la traza para no “molestar” al difunto que ahí descansa; alguno de ellos con ropas aparentemente militares. Dice que ella, como de diez años de edad, cortaba nopales en ese cerro y después bajaba y se los llevaba a las madres dominicas o a las madres adoratrices, quienes le correspondían con alimentos. 

En esas correrías por el cerro, un día, de pronto se encontró a un señor muy elegante, quien la invitó a su casa, construcción que ella no había visto. En el camino le dijo que él podría “ayudarla” en lo que necesitara. En algún momento la dejó sola y ella pudo percatarse de que la casa estaba decorada con objetos muy extraños que ahora califica como demoníacos, y sobre una mesa una gran cantidad de monedas doradas. Le entró un temor y se despidió de aquel hombre, quien le dijo que porqué se iba tan pronto. Le contestó que su papá la estaba esperando. No es cierto —le contestó—, tu papá no está cerca, el que anda por allá, señalando un lugar en el cerro, es tu hermano. –Pero ya me tengo que ir, insistió. Al contárselo a su mamá, ésta le llamó la atención y le dijo: ese señor debe ser el maligno, pues ¿dónde hay casas? Ella dice que quien la protege es su fe y que gusta mucho de participar en las ceremonias religiosas.

Asegura tener un sexto sentido para conocer a las personas pues, dice de algunas, siente que tienen mala vibra. Por ejemplo, “en varias ocasiones ‘vienen’ muchas personas a visitar la capilla, pero cuando me acerco a ver por dónde entraron ya no las veo. No me da miedo, yo me sigo quedando dentro de la capilla. Tengo largas pláticas con el Señor, a quien le digo mis problemas y sé que, aunque estoy ya sin marido, él proveerá lo que necesito. Hasta me bendijo con esta nieta que me acompaña, pues mi hija, cuando se dio cuenta de que la niña no oye, se fue. La Capilla está dedicada al Señor de la Misericordia. Es muy antigua. El acceso está en un pequeño callejón en la Salida a Querétaro y presenta los problemas típicos de falta de mantenimiento.