Por Luis Felipe Rodríguez
El 2 de diciembre de 1920 nació Genaro Almanza Ríos (1920-2010) en San Miguel de Allende.
Estudió en el colegio de las madres Franciscanas, más tarde ingresó al seminario de San Francisco de Sales con los padres Oratorianos, donde por espacio de siete años estudió latín, filosofía y teología, hasta que se vio obligado a dejarlo debido al delicado estado de salud de sus padres. Al ser confortado por el padre Toñito Bustamante, le dijo: «no te pongas triste, Genarillo, eso es porque Dios te tiene reservado para el decoro de su templo», por lo que de lleno retomó su oficio de imaginero; «no, pos si yo estudié para Papa… pero salí camote» decía sonriendo.
Don Genaro es el personaje central de un libro titulado Lágrimas de la Corona de Espinas, Semana Santa en San Miguel, escrito por Charlotte Bell. Reconoce la autora que: «…la mayoría de las estatuas religiosas de México no tienen ninguno de los nombres de los artistas relacionados con ellas. Fueron hechas en pequeños talleres por un maestro y sus ayudantes. No fueron firmadas, lo que indica la humildad del artesano». Al apreciar la gran calidad de las esculturas sanmiguelenses quedó impresionada y buscó al autor y al conocerlo reconoció que «…el señor Almanza tiene una intensidad y una presencia de alguien con gran fuerza y pasión por su trabajo; es también alguien con una gran fe, lo que se hizo evidente a medida que hablaba con él; su manera es muy directa y, no obstante, muy bondadosa»
Samuel Rangel afirma que en San Miguel «…se creó una escuela para imagineros administrada por Estanislao Hernández». Toda la familia de don Genaro, para orgullo de su esposa la señora Amelia Arvizu Zarazúa, ha continuado esa tradición, María de los Ángeles se inscribió en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) para profundizar los conocimientos científicos de los secretos de la restauración que empíricamente recibió de su papá, y hoy los comparte con sus compañeros del famoso taller. Miguel y Antonio trabajan como escultores, este último en la ciudad de Río Verde, SLP, sus alumnos han participado con éxito en eventos de pintura y escultura; Patricia y Lilia María trabajan como pintoras restauradoras y especialistas en hoja de oro.
En el Oratorio de San Felipe Neri está la mayor parte de su legado, podemos encontrar la imagen de Santa Cecilia, una Dolorosa, San Martín de Porres, los hermosos ángeles grandes que participan en el Santo Entierro con las insignias de la pasión y su primera obra, bella, cautivadora, milagrosa, en la entrada del templo: el Señor de las Maravillas.
Proverbialmente generoso con sus conocimientos, abrió las puertas de su taller para que se conociera y continuara este arte. Su fama de escultor y restaurador llegó muy lejos y lejos quedaron la mayoría de sus obras de las que nunca tuvo inventario. Sabemos que en la ciudad quedaron: el Ecce Homo de la Salud, la Virgen de las Tres Ave Marías –encargo del R.P. Benjamín–, y varias obras más. A él correspondió el dorado de la bellísima urna del Señor del Santo Entierro y como ayudante tuvo al Dr. Juan Antonio Ruiz Vázquez. Además de la creación, practicó la restauración.
Durante el tiempo cuaresmal él hacía un concurso de arte sacro, algunos de los ganadores fueron: Don José Luis López Arriaga con un Cristo y don Eufemio Rodríguez Sánchez con un altar para el templo de Cristo Rey y varios otros trabajos de diversos artesanos. Cada año, para apoyar a los carpinteros les obsequiaba una imagen de San José, la que era rifada y su ganancia era para que hicieran su fiesta en el mes de marzo. Con el apoyo de doña Carmen Masip, durante mucho tiempo hizo una ofrenda en el centro cultural Ignacio Ramírez «El Nigromante» y a don Ignacio Ramírez dedicó la primera ofrenda, otras figuras a quienes dedicó esa ofrenda anual fueron: la madre Lina, Juan Benito Díaz de Gamarra, el padre Mojica, etc. Ahí también adornaba con catrinas.
A los extranjeros o foráneos que no respetaban lo nuestro los fustigaba así: «fuereños advenedizos» y pugnaba, casi con desesperación: «¡hay que enseñar! ¡que no se pierdan las tradiciones!» Culto y generoso. Muchos fueron sus alumnos en su taller, se le vio algún tiempo a Lorenzo Huerta Valdez y su esposa Juana, Luis Antonio López Torres, Filemón Ramos, Rodolfo Cázares Hernández (quien se casó con Lilia María), Hermes Arroyo, etc. Trabajador incansable, amiguero, dicharachero y amante de las tradiciones de su pueblo ya fueran nacimientos, parandes, altares, ofrendas, alfeñiques, máscaras, mojigangas o los monitos de cartonería, el Corpus, el Paseo de Sanmiguelito, las posadas y los sanjuaneros, allendista de hueso colorado.
Luis Antonio López dice que «… su vida fue un paso hacia lo que tuvo como su propósito vital: yo tengo que devolverle a mi pueblo lo que mi pueblo me ha enseñado. Enseñen, enseñen, decía constantemente a sus alumnos, y agregaba: no le hace que el alumno me supere, porque si ese alumno es agradecido cuando se le pregunte ¿quién te enseñó? Sabrá contestar: a mí me enseñó don Genaro»
Tomado del libro: “Los Imagineros Sanmiguelenses” (de venta en «El Iris»).