Por Luis Felipe Rodríguez
El 27 de diciembre de 1974, falleció el Lic. Leobino Zavala Camarena.
En febrero de 1930, el Lic. Leobino (1887-1974) fundó la Escuela Secundaria Comercial y de Obstetricia. Hasta su muerte fue su director y le sucedió en la dirección de la escuela el Lic. Leobino Zavala Vallejo. Don Leobino fue mi maestro en esa escuela en la asignatura de Literatura. En ella nos guiaba con unos apuntes del prof. Fulgencio Vargas. Era una delicia aprender así. Ese fue el primer contacto con las obras de autores selectos para aprender la rima, la métrica y la cadencia.
En 1950 había publicado su libro de Poesías de Margarito Ledesma, humorista involuntario. Ese personaje literario sigue dando de qué hablar, pues en Comonfort todavía hay personas que siguen creyendo que Ledesma “existe”, que “aún vive”. El escritor Óscar Cortés Tapia dio una plática sobre esta obra poniendo los puntos sobre las íes y ratificando la genialidad del autor, pero aún sus lectores se dividen en Comonfort por Margarito y en San Miguel por el abogado.
En aquella ocasión, Cortés Tapia dijo que “las poesías de Ledesma, en realidad, fueron escritas en la década de los 40 del siglo pasado”. Esto coincide con las fechas en que escribió sus Leyendas y tradiciones sanmiguelenses, pero choca con el origen que da el autor, 1972. Durante 22 años trabajé en la Radiodifusora XESQ, y ahí don Manuel Zavala PPKBzón, sobrino del autor, me puso en contacto con el otro libro escrito por don Leobino, que con toda seguridad nunca verá la luz pública, su título era Disparates y Porquerías. El inicio de cada sección es del más puro estilo clásico, solo los últimos versos son una bengala de ordinariez que al estallar destrozan la obra pero consiguen la risa del lector. No está por demás subrayar que en la “Explicación” de la primera edición atribuye la creación de don Margarito a la “obra y gracia de José F. Elizondo y Rafael Medina, autores de la zarzuela Chin-chun chan”, pero esa parte se retira a partir de la segunda edición en 1952.
Para Hiram Barrios, Leobino Zavala, el creador del poeta de Chamacuero, es un “humorista involuntario”, y la ingenuidad y la incultura, que pueden llegar a lo grotesco o lo ridículo, son los motes que utiliza para describir a su caricatura literaria. Según la historia que él mismo narra, recibe por medio de un “conducto especial” un legajo con los borradores de un vate de provincia, acompañado por una carta donde dicho autor pide que se corrijan y publiquen sus Poesías. El documento permanece en el olvido varios años hasta que Zavala se anima a revisarlo y juzga interesante publicar la obra. En el prólogo, el lector tiene noticia de las vicisitudes en torno a la supuesta existencia del poeta. Las Poesías de Margarito Ledesma aparecen en 1950, pero el supuesto encuentro con este personaje ficticio ocurrió en 1911: Margarito es entonces un hombre de la Revolución o de los años inmediatos a la misma.
Surge este humorista involuntario en un pueblo típico lleno de díceres y rumores, con una serie completa de personajes singulares: Melitón Palomares, defensor y apoyo de Margarito por la sola razón de que defiende mucho al pueblo desvalido; Nacho, el boticario quien pone su granito de arena con algunos de los títulos de las poesías de Ledesma; otro es el charro Bardomiano, hombre de mucha fibra; don Tiodoro, aquel que se la pasa diciendo que Margarito tiene miedo a mucha gente y su admiración por el género femenino le hacen dedicar parte de su obra a: Jesusita Sánchez, Macrina, Tula, Manuelita y, sin nombrarla, a la típica ingrata de todos los tiempos. Las pinceladas que traza Zavala con su pluma retratan y rescatan a estos bucólicos personajes, todos ellos de la más pura cepa cuya lengua es revelación del pueblo atrasado y anacrónico y cuya ingenuidad nos es cada vez menos común.
Es entonces Margarito el poeta del pueblo que defiende sus raíces impregnadas de hechos importantes para su tierra bendita que lo vio nacer, de la que solo se apartará por necesidad en dos ocasiones –a Celaya, “a un negocio del juzgado”, y a San Juan de los Lagos, a pagar “una manda”:
“Aquí me puso Dios,
aquí he vivido
y aunque a muchos les pese,
aquí me muero”.
Es su temática una crónica versificada con todo el amor de pueblerino de un humilde poeta.
Otro rasgo del perfil de este personaje es su sinceridad cuando admite que Manuel M. Flores lo ha influenciado y del que ha aceptado tomar algunas cosas y hasta algunas ideas y palabras. Igualmente, en otra parte no tiene empacho en admitir que: “…hay en esta bendita tierra que me vio nacer y donde vi la luz primera otro pujante poeta de altos vuelos, a quien ya ustedes conocen y que por eso no necesito mentarlo, que en vez de ser mi enemigo, como era de esperarse, ha sido siempre muy campechanote conmigo y hasta me ha hecho el favor, que mucho le agradezco y por el cual viviré eternamente agradecido, de revisarme y corregirme algunas de mis más variadas composiciones”.
Es un poeta iletrado y anacrónico, y justifica los calificativos que utiliza su creador: ingenuo, humilde, sentimental.
Algo que deleita al lector también son las notas al pie y demás aclaraciones. En algunas ocasiones es ahí donde esconde el autor la gracia final de sus poesías y en todas son imprescindibles. Debido al éxito que tiene, don Leobino agrega personajes y poesías. Aparece entonces Hermelindo Morales, el sobrino-nieto de don Margarito, quien le empezará a mandar las poesías que conserva su madre, hermana del poeta, y que harán llegar a una centena la suma de sus obras. Nuevos temas en cada una de ellas, pero nada de noticias del humilde poeta que no volverá a aparecer.
Ciertamente es un error creer que existió este poeta Chamacuerense porque, como afirma el Cronista de Comonfort, el Arq. David Carracedo, no es posible pasar por alto la fina construcción de cada poesía y la variedad de versificaciones. No puede ser obra de la casualidad ni de un escritor inculto como sugiere en su prólogo el abogado Zavala. Quienes lo conocieron, lo mismo que quienes fuimos sus alumnos, escuchamos de su propia voz muchas otras poesías de temas varios.
Margarito Ledesma nació del ocio y quizá un poco de la casualidad. Según Hiram Barrios, con los versos humildes de este poeta, Leobino Zavala entretenía a su madre, en cama debido a una enfermedad. En las páginas de El Excélsior se conservan al respecto artículos y entrevistas de Guadalupe Appendini. En una de ellas, Zavala declara a la periodista: “yo ya había comenzado a escribir de broma algunos versos (…), se los leí (a mi madre) y le dio tanta risa que continuó la broma”. El humor requiere un cómplice. Francisca Camarena, madre de Zavala, será la primera en comenzar la cadena de complicidades que harán de Ledesma una picardía literaria a gran escala. Quienes leían los poemas, amigos y conocidos del autor, encontraban ingenio y lo alentaban a publicarlos. Lo intentará hacía 1920, pero tendrá que esperar treinta años más para ver Poesías impresa. Zavala tratará de brindarle un homenaje póstumo a su madre, fallecida en 1932. Su nombre vive a la sombra de su personaje, el humilde poeta Margarito Ledesma. Un caso sui géneris, cuya obra ha sido calificada por Pacheco como el “único best seller de la lírica mexicana”.
Margarito Ledesma, fruto de los juegos poéticos de Zavala, es libertad de creación, ingenio de un humorista completamente voluntario y prueba de un talento poco valorado. Parece ser que el alcance que obtuvo con la aparición de Poesías incitó a su creador a continuar con la broma, pues en la siguiente emisión no solo borra el antecedente literario de su personaje, sino que inventa la supuesta desaparición del mismo. Por medio de Hermelindo Morales, sobrino-nieto de Ledesma, sabe que “hace muchos años se ausentó de Chamacuero y jamás ha regresado”. Hermelindo nunca conoció a Margarito, pero su abuela le ha contado que “Un día, al amanecer, ensilló su caballo […], tomó su maleta y su bufanda […], besó calladamente a su hermana y a su sobrina y, sin ninguna explicación, ni siquiera una palabra de despedida, montó en su caballo y salió de casa”.
Un recuerdo agradecido para el fundador de la Escuela Secundaria Lic. Leobino Zavala Camarena:
“Pues sólo ambiciono el galardón bendito
de que al caer hasta adentro de la nada,
pueda decir toda la gente honrada:
Aquí yace El poeta Margarito”.