Respecto al discernimiento y la diferencia

Por Martin LeFevre

Como filósofo y escritor, algunos enunciados los entiendo inmediatamente como verdaderos, y otros enunciados como inmediatamente falsos. ¿Cómo puede estar uno seguro de que ve lo verdadero como verdadero y lo falso como falso?

Después de todo, como alguna vez dijera un físico famoso, “No te engañes. Y tú mismo eres la persona más fácil de engañar”.

Uno no puede estar completamente seguro de ver las cosas como son, dentro y fuera de uno mismo, pero si uno se cuestiona a sí mismo, uno tiene que confiar en su capacidad de discernimiento. 

Lo que quiere decir que siempre que uno se autoconozca desde el escepticismo y que dude de sí mismo hasta un punto adecuado, uno puede y debe tener confianza en su capacidad de discernir entre percepciones verdaderas y falsas. 

Respecto a la duda, es como dijera alguna vez un sabio, “Dudar es como mantener a un perro con correa; uno tiene que saber cuándo dejar al perro correr y cuándo volver a amarrarle la correa”. 

Habiendo dicho eso, he aquí un enunciado que hoy me impresionó como algo profundamente verdadero: “Para descubrir algo nuevo tiene que haber un momento, aunque sea diminuto, en el que el pensamiento no esté en movimiento y quede suspendido”.

Los significados e implicaciones de ese enunciado son considerables, pero basta decir que se relacionan con una potencia y un fenómeno psicológicos inusuales pero fundamentales –la quietud absoluta de la mente. 

No hay método para llevar a la mente a la quietud, puesto que todos los métodos de meditación, contemplación y oración son mecanismos del pensamiento diseñados para engañar o hipnotizar el movimiento del pensamiento y conseguir la quietud. La atención del autoconocimiento, intensa y pasiva, especialmente encarada al espejo de la naturaleza, es todo lo que se requiere para que el pensamiento conjunte el silencio y la mente caiga en él espontáneamente.

Si uno no aprende este arte, nosotros los humanos somos como las máquinas de pensamiento artificial que hemos creado a nuestra imagen y semejanza. Es de vital importancia reservar un momento cada día para observar suficientemente al pensamiento para que la mente-pensamiento deje de operar y se suspenda. Eso es lo que diferenciará al ser humano del pensamiento artificial ahora y en el futuro. 

Descubrir algo nuevo se refiere no solo a la intuición cognitiva acerca de la vida y de uno mismo, o al conocimiento científico, sino a un estado de intuición más allá del conocimiento y lo conocido. 

Por el contrario, he aquí un ejemplo de un enunciado que me parece inmediatamente falso: “Los cerebros pueden ser considerados motores de predicción, constantemente calculando qué podría pasar inmediatamente y si será beneficioso o dañino”.

El cerebro no es un “motor de predicción”. Más bien, el yo es el motor del cálculo basado en imágenes, memorias e identificaciones del pensamiento que ocurren en el cerebro. Un cerebro que calcula es una mente superficial y reactiva. Considerar el cerebro humano como un motor calculador de predicciones refuerza la oscuridad que reina en la mente, la consciencia y la sociedad.

Evitar confrontar lo singular de lo destructivo que resulta el ser humano nos ha llevado a parajes literalmente mareadores. Mediante un intento absurdo por borrar la distinción entre cómo funcionan los seres humanos en la tierra y cómo funciona el resto de la naturaleza dentro de nichos específicos, los científicos estudian cómo a nuestros primos más cercanos –los gorilas, chimpancés y bonobos– les gusta girar en círculos, al igual que lo hacen los niños y algunas veces los adultos. 

Catherine Hobaiter, una primatóloga de la universidad de St. Adrews en Escocia, apunta que, basándose en sus observaciones de campo, “a los primates salvajes les encanta dar vueltas”.   

Sin embargo, las conclusiones que sacan los científicos desde estas observaciones son irreverentes. Marc Bekoff, un conductista ecologista emérito y etólogo cognitivo de la Universidad de Colorado, Boulder, dijo que investigar estos comportamientos es algo importante “porque no hay razón a priori para pensar que somos los únicos animales que llevamos a cabo comportamientos que intencionalmente producen estados alterados de conciencia”. Y añade, “una investigación sistemática nos ayudará a conocer más acerca de la taxonomía de estar colocado y no ir por ahí pensando que somos tan especiales”. 

Pareciera que en tanto se vuelve más distintivamente destructivo el ser humano en la tierra, más se desarrolla una agenda científica secreta, a la orden del día, que conjunta el comportamiento humano con rasgos que compartimos con otros animales. Eso no es más que ciencia mala y filosofía barata. 

Los científicos no están exentos del rasgo muy humano que nos hace tratar de explicar algo de maneras opuestas. Por un lado, se sienten orgullosos de las capacidades científicas y tecnológicas del ser humano, y por el otro lado, muestran sesgos de falsa humildad cuando nos conmina a “no ir por ahí pensando que somos tan especiales”.  

Entablar paralelismos infantiles entre primates que dan vueltas y “comportamientos que intencionalmente producen estados alterados de la conciencia” no ayuda en nada a tratar de explicar por qué solo el ser humano ha fragmentado este planeta hasta el punto de quiebre. Es tan superficial como sugerir que la causa de la destructividad del ser humano radica en sus pulgares oponibles. 

El cerebro humano es único por su complejidad y capacidad para acumular conocimiento, pero también por su potencia inventiva y la destructividad creciente a la que somete el planeta que lo vio evolucionar. 

No obstante, en lugar de investigar de manera honesta por qué el ser humano, haciendo uso de su capacidad de “pensamiento superior”, es tan singularmente dañino para la Tierra, muchos científicos están enfrascados en un proyecto filosófico circular e insincero diseñado para borrar y oscurecer la diferencia anómala que representa el ser humano en la naturaleza. 

La filosofía precede a la ciencia, y no deberíamos de esperar que los científicos filosofen. Durante el último siglo, sin embargo, los filósofos han seguido las huellas de la ciencia, haciendo así de la filosofía algo casi irrelevante. 

Es hora de regresarle a la filosofía su gloria de antaño, ya que la ciencia y la sociedad necesitan de la pesquisa e intuición filosóficas ahora más que nunca.

Lefevremartin77@gmail.com